Tal día como hoy, pero de 1775 moría del cardenal Francisco Solís y Folch de Cardona. Un personaje cuya vida está llena de peripecias desde su mismo nacimiento, pues madre se puso de parto estando en misa en la madrileña basílica de San Francisco el Grande.
Esto provocó que el futuro cardenal viniese al mundo en la sacristía, pero no es la única carambola que nos ofrece su biografía. Cuando uno contempla los retratos que le hicieron se puede llegar a pensar el pintor le tenía cierta inquina, pues en lugar de captarle desde un punto de vista más frontal, para disimular su prominente nariz, casi siempre Francisco Solís aparece de perfil. Y no es porque llevase a gala ser un narizotas si no por otra explicación más curiosa aún, y es que era tuerto del ojo izquierdo y posando de perfil lo disimulaba.

El cardenal Francisco Solis, ha sido inmortalizado como narigudo por la pintura y como tuerto por las fuentes escritas.

Sin embargo esa pérdida ocular no ocurrió de cualquier manera si no que el ojo lo perdió por culpa del jovenzuelo rey Carlos III que, siendo aún infante, le dejó tuerto accidentalmente entrenando con el florete.
Por eso hoy nos vamos dedicar al comprometedor mundo de los heridos por los reyes, y no vamos a hablar de muertos, que también los hay, si no de situaciones disparatadas que bien por accidente o bien voluntariamente convirtieron a los reyes en agresores.
La historia está llena de accidentes en los que de una manera u otra los reyes acabaron implicados.  En el libro El maestro de los niños escrito por Antonio Alvera Delgras en 1860 se narra como ejemplo la anécdota de Alfonso V de Aragón quien “cabalgaba un día sobre un tostado alazán, y un paje que iba delante de él, le hirió sin querer, pues al separar una robusta rama para abrirle paso la soltó antes de tiempo, y la rama comprimida vino a dar en la cabeza del monarca”.
 

Ilustración en la que se aprecia justo el momento antes de que Alfonso V se lleve un ramazo en toda la cara.

La enseñanza de tal episodio es que Alfonso V pese a la sangre que le recorría el rostro se lo tomó con humor y lejos de atemorizar al paje le recompensó con “cien sueldos” y condenó a la hoguera a la rama como verdadera autora de su daño.
En este sentido los reyes, como humanos que son, han sido victimas y causantes de accidentes y por lo general, en caso de ser los responsables recompensaron generosamente a sus víctimas, el caso más evidente fue el del político Fernando de Valenzuela, que fue premiado con el título de grande de España por soportar estoicamente un disparo en una pierna por culpa del rey Carlos II.
A lo mejor, ir de caza con un rey al que llaman el Hechizado, no era la mejor idea. Fernando de Valenzuela lo comprobó en sus propias carnes.

Otras veces la familia real se hería a sí misma, y no me refiero al episodio ocurrido en 2012 cuando Felipe Juan Froilán se hirió con un arma, si no a lo que nos cuenta Modesto Lafuente en su Historia general de España cuando dice que don Juan de Austria:
“al ir a besar la mano al príncipe don Fernando, sin querer ni advertirlo hirió con la contera de su espada al rey (Felipe II) entre ceja y ceja”.
Pero no todos los casos fueron accidentales, hay varios episodios perfectamente documentados, en los que los miembros de la realeza atacaron personas premeditadamente. Del príncipe Carlos, hijo de Felipe II y conocido por sus trastornos mentales, se cuenta que tiró a un paje por una ventana y que atacó con un puñal al duque de Alba. También Isabel de Portugal, igualmente desequilibrada, encerró a una dama en un baúl y ya en el siglo XIX el taimado ministro Francisco Tadeo Calomarde fue abofeteado por la cuñada del rey, Luisa Carlota de Borbón-Dos Sicilias.
En las trifulcas sucesorias por quién heredaría la corona de Fernando VII, el ministro se posicionó a favor de Carlos María Isidro y a escondidas logró que el rey firmase un decreto en favor de este candidato, Luisa Carlota en cambio, defendía los derechos de su sobrina, la futura Isabel II, por lo tanto, al descubrir la jugarreta del ministro no dudó en cruzarle la cara delante de todos los presentes.
Fue entonces cuanto ante el sopapo de Luisa Carlota Calomarde dijo una frase que le ha hecho pasar a la historia como el mayor de los serviles: “manos blancas no ofenden”. Lo cual nos llevaría a otro artículo mucho más extenso prolongable hasta la actualidad sobre los masoquistas en la historia.
Francisco Tadeo Calomarde uno de los personajes más controvertidos de la historia.