Hay fechas inevitablemente eclipsadas por otras celebraciones, y la que recordamos hoy es una de ellas. Un episodio apasionante de nuestra historia pero que año tras año, queda a la sombra de los encierros de Pamplona. Me refiero a la jornada del 7 de julio de 1822 en las calles de Madrid.
En el fondo, lo que se dirimió aquel histórico día es la lucha de siempre: la superioridad de unos pocos ricos a costa de hacer pobres al resto de la población. Aunque en 1822 era conocido como el regreso del absolutismo.
Los promotores de absolutismo a nivel internacional, como la Santa Alianza o el mismo Luis XVIII en Francia, encontraron un magnífico aliado en España: el míserable Fernando VII.
Por aquellas fechas, la tiranía de este rey, era manifiesta, (y aunque actualmente hay quién trata de justificarle y lavar su imagen) el monarca había dado buena muestra de su carácter traicionero, vendiendo a su familia, a su pueblo, e, incluso, a sus secuaces conspiradores (como el cura de Tamajón).
Fernando VII traicionó hasta a sus propios conspiradores como el adulador Matias Vinuesa
En esta situación, el papel de los embajadores franceses fue clave, el marqués de La Tour du Pin primero y el conde de La Garde después, animaron a Fernando VII para que diese un golpe de estado que acabase de una vez por todas con la Constitución. En su servilismo a Francia el rey dispuso de parte del ejército para el golpe y así una brigada de Carabineros y cuatro batallones de la Guardia Real se posicionaron al lado del monarca, al fin y al cabo estos cuerpos militares tan cercanos al Antiguo Régimen estaban viendo peligrar su puesto si España se modernizaba demasiado.
En esa espiral de egoísmo la violencia no tardó en estallar y el 30 de junio de 1822 tras una sesión parlamentaria comenzaron los disturbios de la manera más simple. La muchedumbre agolpada gritó ¡Viva la Constitución! A lo que algunos guardias reales respondieron con ¡Viva el rey absoluto! De ahí se pasaron a las pedradas, de las pedradas a los bayonetazos. Afortunadamente uno de los guardias reales, el teniente Mamerto Landaburu, puso orden. Con lo que no contó es con que una vez dentro del Palacio Real sería asesinado por tres de sus compañeros (Teodoro Goiffieu, Gabarra y Agustín Ruíz Pérez).
El asesinato de Mamerto Landaburu fue la gota que colmó el vaso de las conspiraciones.
La tensión fue creciendo por momentos, el ayuntamiento de Madrid pedía explicaciones al gobierno sobre la muerte de Landaburu, pero el pusilánime gobierno de Francisco Martínez de la Rosa no hizo nada para resolver la situación y argumentando que estaban secuestrados por el rey en el Palacio Real permanecieron impasibles para ver cuanta tajada podían sacar dependiendo de quién ganase en el conflicto.
Lógicamente el conflicto bélico se cernía sobre Madrid. La Guardia Real se posicionó en el pardo para desde allí tomar Madrid. Se llegaron incluso a sobornar a las clases populares para convertir todo en una especie de desfile triunfal.
La mañana del 7 de mayo, los absolutistas se las vieron con las milicias de Riego, San Miguel y Ballesteros.
Pero las cosas se complicaron para los absolutistas. El ayuntamiento madrileño convocó a las milicias nacionales, (unas tropas compuestas por ciudadanos armados en pos de defender la Constitución), y desde luego tras la conmovedora muerte de Landaburu el pueblo llano no dio su brazo a torcer y sin devolver el dinero con el que les habían intentado sobornar siguieron fieles al gobierno democrático.
Así las cosas, las tropas absolutistas eligieron el día 7 de mayo para atacar la capital. Por el Norte se encontraron con una feroz resistencia de las milicias dirigidas por Evaristo San Miguel, también se enfrentaron a las milicias de Rafael de Riego y, por supuesto, a las irreductibles tropas de Francisco Ballesteros. Este militar, como los anteriores tuvieron un papel fundamental en la guerra de la Independencia tanto es así que Francisco Ballesteros era temido por las tropas napoleónicas no sólo por su crudeza con el enemigo, también por las soflamas con las que convencía a la tropa.
De este modo, un golpe de estado de manual (con ayuda internacional, empleando sobornos, quebrantando la ley…) acabó en un estrepitoso fracaso en el centro mismo de Madrid. Dando nombre a una calle de la Plaza Mayor, que pasó de ser la calle de la Amargura a la calle 7 de julio.
Calle 7 julio en la actualidad y en el homenaje que se hizo en 1922.