Cuando el Caudillo decía que él dejaría el futuro de España, “atado y bien atado”, muchos creyeron que semejante aseveración no era más que un desvarío senil. Se equivocaron.

Lo cierto es que, desde el pontificado de Juan Pablo II, más de 26 años, hasta ahora las beatificaciones o santificaciones de curas y de seglares muertos por los rojos se han multiplicado sin freno. Benedicto XVI ha beatificado ya a más de 400 muertos y sólo lleva siete años ejerciendo de Papa.

Los asesinados del lado de los golpistas fueron siempre “caídos por Dios y por España, presentes”, mientras que los asesinados por los militares insurrectos eran comunistas, ateos y antiespañoles o simplemente inexistentes. También hubo curas vascos y ciudadanos vascos que murieron bombardeados ad hoc o fusilados, o en las cárceles de los vencedores.

Todo ello, a cuenta de la represión espantosa que fue puesta en marcha por los generales rebeldes. Los jerarcas católicos, para mayor vergüenza, mientras tanto, llevaban al Generalísimo bajo palio.

Pues bien, estos días ha estallado el escándalo –o presunto escándalo- del 23-F. La versión que -desde aquel golpe de Estado hasta la actualidad- ha gozado de un enorme respeto y de un gran agradecimiento popular a Su Majestad el Rey, se tambalea y puede resquebrajarse aún más.

¿Cuál fue, pues, el verdadero papel de don Juan Carlos I ante el golpe de Tejero, Milans del Bosch, Armada y no pocos uniformados más? ¿Se sinceró el Rey con el embajador entonces de Alemania en Madrid Lothar Lahn?

Se nos dijo que fue el Rey el que paró la gravísima asonada de los capitanes generales, aunque con excepciones honorables. Y sí, fue don Juan Carlos I el que ordenó que acabara la sublevación de los tanques y los tricornios, como se vio por TVE la noche de autos.

Pero también era sabido, según evoca Javier Cercas en su novela Anatomía de un instante -muy favorable, por cierto, al Rey- los rifirrafes entre el Jefe de Estado y Adolfo Suárez. La dimisión súbita del primer presidente democrático tras la transición obedeció a muchos factores. Pero la sombra del Rey estaba casi a la vista. La conversación del monarca con Lahn no debe ser silenciada. Lo que dijera el Ray al embajador alemán no parece una cosa anecdótica.

Los ciudadanos de este país tenemos el derecho de saber qué ocurrió de verdad en torno al tejerazo. Tapar el contenido o disimularlo es un error inmenso que sólo contribuye a potenciar el desapego de la gente hacia los políticos. Y, en este caso, con un episodio muy impactante por medio.

Los partidos a la izquierda del PSOE reclaman transparencia y desclasificación de documentos. Llama la atención, en cambio, el mutismo al respecto del Partido Socialista. Lo mismo está sucediendo con el caso Urdangarin. Un asunto, el del yerno del Rey, tan relevante y tan odioso para la inmensa mayoría de los ciudadanos va desarrollándose con la boca cerrada por parte de la dirección del PSOE. De este modo, no será nada fácil repescar a los que, con su pasotismo o indignación, se alejaron el 20 de noviembre de los socialistas.