Miguel Ángel Aguilar se define irónicamente a sí mismo como un físico "degenerado en periodista". Y hasta tal punto abrazó con pasión el oficio que, desde que pisó por primera vez la redacción del diario Madrid  en septiembre de 1966, ha querido vivir de primera mano lo que ocurría para poder contarlo después. Su libro más reciente, En Silla de Pista (Ed. Planeta) repasa su vida como espectador de las postrimerías del franquismo, el difícil parto de la actual democracia y la reciente actualidad, en plena crisis política, económica y también del periodismo. A diferencia de otras memorias de periodistas, En Silla de Pista se lee con placer de principio a fin. Es un libro extraordinariamente divertido, plagado de socarronería y, a la vez, de cierta distancia de lo vivido. Tan abundante en datos como en ausencia de rencor. Tan irónico como preciso. 

El columnista como ser inútil y "el aplausómetro"

ElPlural.com ha tenido la oportundidad de sentarse con el veterano periodista, que con amabilidad y el mismo sentido del humor del libro, ha dialogado con nosotros. Primero, para contarnos que sigue con las mismas ganas de ser testigo directo pese a ser ahora más columnista que reportero: "Veo las cosas porque no quiero que me las cuenten" afirma. "El columnista suele ser un ser bastante inútil que ya no está para correr delante de los guardias, sino para ver las cosas con cierta distancia, pero a mí me ha gustado siempre reducir esa distancia". Para asombro de otros periodistas que no esperan verle en unas elecciones, en una sesión de control o en una rueda de prensa. "Me dicen ¿usted a qué va? Pues voy porque quiero estar ahí, oiga". Pero a diferencia de otros periodistas-tertulianos Aguilar rechaza la tentación de ser protagonista de sus propias informaciones: "El yoísmo me parece deplorable. El periodista no debe interponerse entre la realidad y sus lectores, debe hacerla accesible a los lectores, pero no ser una pantalla que distorsione las cosas".

En su libro, Miguel Ángel Aguilar cuenta cómo se le ocurrió compatibilizar sus estudios de Física con su labor de periodista e instaurar "el aplausómetro" en la tribuna de prensa de las Cortes franquistas. Así, medía el entusiasmo de los procuradores del régimen a través del volumen en decibielios de sus aplausos. ¿Funcionaría un "aplausómetro" en el actual Congreso de la democracia? Aguilar no lo descarta: "Yo he tenido a veces la tentación (a lo mejor caigo en ella) de volver a hacer un estudio acústico de los plenos del Congreso". Y es que eso serviría para confirmar una hipótesis que tiene desde hace tiempo. "Lo que más se aplaude es siempre lo más indigno; es siempre la mayor vileza". Hasta el diario de sesiones, sin los aparatos de medición a mano, reflejan según Aguilar esa tendencia: "Las cosas racionales, aquellas bellamente dichas, no producen ningún efecto, pero cualquier zafiedad suficientemente enconada suscita espontáneamente una ovación cerrada". 

La doble condena de hacer periodismo en una dictadura

El diario Madrid, del que el veterano periodista llego a ser jefe de redacción, terminó secuestrado, cerrado y hasta dinamitado por el franquismo. No tanto por su labor de oposición a la dictadura -imposible para la prensa dentro de España en aquella época- sino por "no mostrar el suficiente fervor". Y además de no despertar ninguna solidaridad entre compañeros -ningún periodista del Madrid consiguió ser contratado en otros periódicos de la capital-, implicaba duros reproches cuando se salía al extranjero. "Te encontrabas con colegas que te decían: 'pero, ¿tú eres español? ¿Pero tú eres periodista y estás en la calle? ¡Tú eres un sinvergüenza! ¡Franco está en El Pardo! ¡Cualquier periodista decente estaría en la cárcel!' Y yo les decía: 'pero, oiga que a mí me han cerrado el periódico, ¿le parece poco?”. Aguilar se ríe por esa doble condena; del franquismo y del periodismo libre. La ironía de "estar mal visto por estar bajo un régimen que sólo nos hacía putadas". 

Así, pese considerarse una persona de orden, alguien "de derechas" y que había militado en el Opus, Miguel Ángel Aguilar se vio forzado por el franquismo a estar en la clandestinidad a su pesar, porque "estar en la clandestinidad al servicio de la moderación nos producía dificultades anímicas". Y es que tampoco pedía la revolución: "Yo lo que quería era ver si adoptábamos unos patrones de comportamiento homologables a los países de nuestro alrededor, vamos a ver si dejan de arder las embajadas de España porque estamos fusilando". Pero, ¿qué imaginaba entonces Aguilar que tendría que llegar tras la muerte de Franco? "Pues vivir en una democracia, como lo poco que habíamos visto los pocos que habíamos salido al extranjero, en Londres o en Bruselas. Hombre, otra gente quería la revolución socialista, pero yo nunca quise ese asunto. Un poquito más de sensibilidad social, pues sí, pero yo nunca milité en la extrema izquierda". 

La llegada de la democracia y el concepto de 'Régimen del 78'

Y la muerte de Franco llegó y la democracia daba sus primeros pasos mientras Aguilar destapaba pelotazos urbanísticos de algunos de los más fieros prebostes del tardofranquismo, con la ironía de que una querella puesta por José Antonio Girón de Velasco, -el líder ultra de la Confederación Nacional de Excombatientes, apodado "El León de Fuengirola" por su furor inmobiliario- comienza a tramitarse en dictadura y se termina juzgando en democracia. Pero el periodista encadena en su libro, una tras otra, las querellas y los juicios civiles y militares a los que tuvo acudir hasta bien entrados los años 80. ¿Qué piensa cuando oye ahora a los políticos novatos hablar despectivamente del "Régimen del 78"? "Me viene un momento de indignación", confiesa. "Me parece un acto de frivolidad indignante. Todos esos años, todas esas dificultades, todos esos problemas, todos esos procesos militares y civiles por los que hemos pasado… todo eso existió. Todo el cambio que hemos vivido no fue una papeleta en un sorteo. Hubo que trabajarlo. Hubo que bajar a la realidad y emplearse a fondo y asumir los riesgos y cargar con ellos". Aguilar recomienda a los críticos de la democracia actual que repasen sus lecciones de historia antes de hablar. "Luego sea usted todo lo rupturista que le dé la gana, pero partiendo de la realidad, no ignorándola".

Del mismo modo, Miguel Ángel Aguilar, que fue testigo de cómo el entonces príncipe Juan Carlos pasaba a ser heredero de Franco y luego desactivador de la dictadura y de los intentos de golpes de Estado militares, no puede unirse a parte del indignado revisionismo de la figura del Rey emérito: "No me gusta cómo se trata ahora su figura" aunque reconoce que "seguramente el Rey se ha equivocado, yo no puedo ser objetivo porque tengo absolutamente presente lo que él hizo en favor de que la democracia fuera posible". 

El oficio de periodista y la admonición final

En plena crisis del periodismo, Miguel Ángel Aguilar lleva 30 años de colaborador, sin puesto fijo en la plantilla de ningún medio. Cesó en su colaboración en El País, fue "centrifugado" de Telecinco, cesado en el Diario 16 original, en El Sol, en la Agencia EFE y nunca ha dejado de trabajar. Hasta fundó un nuevo periódico en papel, el semanal Ahora, de vida breve y muesta de que "posiblemente algunos de nuestros sueños habían caducado". Pero siempre teniendo algo presente, algo que es también su consejo a los más jóvenes: "Que el camino de la sumisión es muy empobrecedor, que hay que tener una cierta idea de sí mismo, no empequeñecerse, tener claro que en el periodismo se puede estar en muchos sitios, ocupándose de temas muy diversos, pero sin fallar en una cosa, que es el compromiso con las libertades, especialmente con la libertad de expresión. Eso debe ser una seña de identidad irrenunciable". 

Y dejando de lado los rencores, que no aparecen en su libro. "Arrastrar los rencores es muy pesaroso. No compensa. Alguna vez mi mujer me decía: '¡Pero bueno! Con todo lo que ha hecho este tío, con todo lo que me has contado, ¡ahora resulta que te veo charlando con él como si tal cosa! ¡Me dejas a mí con los cadáveres encima!' Si no olvidas no puedes sobrevivir". 

Por úlitmo, es muy característico de Aguilar el terminar sus columnas con una advertencia breve: "Atentos", "continuará", "veremos". ¿Cuál elegiría él para concluir la entrevista? La misma palabra con la que acaba El Quijote: 

"Vale".