Pablo Iglesias se ha ido como llegó: como el blanco de muchas iras desatadas cuando llegó al Gobierno de coalición en calidad de vicepresidente segundo. Desde su privilegiada situación en el Consejo de Ministros, no dejó de ser un personaje controvertido, en especial por sus divergencias públicas acerca de cuestiones consideradas claves por el Ejecutivo.

Pero también contribuyó a consolidar situaciones positivas. Hizo posible un Gobierno progresista, pero al tirar en exceso de la cuerda, sus aportaciones, una vez matizadas, fueron útiles para añadir más contenido a las medidas sociales con las que Pedro Sánchez ha estado haciendo frente a la pandemia. También fue destacado su papel como puente con los partidos más odiados por la derecha, no solo para lograr la investidura, sino también para conseguir la aprobación de diversas iniciativas en el Congreso de los Diputados. 

Por supuesto, las numerosas sombras que proyectó han dejado huella. Lo imperdonable para los demócratas fueron sus vacilaciones a la hora de la propuesta para formar gobierno. Por otra parte, Pablo Iglesias aireó cuestiones internas de la Moncloa, dando pie a que la derechona y sus medios afines las aprovecharan enturbiando la imagen del Ejecutivo.

 Con una base de militancia joven y vehemente, a Iglesias y los suyos les ha faltado conocimiento de las instituciones y experiencia de gestión. La práctica asamblearia no es fácil de aplicar en la gestión cotidiana. Y es muy difícil asaltar el cielo, como él pretendió, cuando hay que rellenar y firmar toda una serie de formularios administrativos antes de hacer efectiva una resolución. Todo eso lo han tenido que aprender sobre la marcha Iglesias y sus compañeros. 

Lo que además resulta evidente es la situación de acoso salvaje que han vivido el político y su familia, hasta el punto de no poder salir siquiera a pasear con sus hijos. Veremos, a partir de ahora, si sus perseguidores mantienen la cacería o le permiten un respiro. En los tribunales también le esperan varias causas que ahora enfrentará sin estar aforado. Asuntos que vienen de atrás y que sus adversarios difunden tenazmente. 

Por otra parte, Ramón Espinar, antiguo secretario general del partido en Madrid hasta su dimisión en 2019 por diferencias con Iglesias, sostiene que ha constatado la existencia de una operación en curso para que el abandono de Pablo Iglesias sea un escarmiento a fin de que salga mal parado de su aventura política. A pesar de las grandes diferencias políticas entre ambos, Espinar considera que los que ”han sido parte de la trayectoria política de Pablo deben garantizar que se vaya bien”.