Esto aunque no es relevante en términos operativos –donde lo que manda es el avance sobre el último baluarte de los fieles de Gadafi, Sirte, ciudad natal del líder depuesto – sí indica un divorcio entre lo meramente militar, inclinado a favor del campo rebelde, y la dimensión política.

Un gobierno o algo parecido
Washington, Londres y, sobre todo, París en su condición de gran animador de la operación de marzo necesitan presentar algo parecido a un liderazgo libio que tenga una dimensión, aunque sea oficiosa, de gobierno interino. Casi sesenta países y la Liga Árabe lo reconocen ya como tal ejecutivo legítimo.

A diferencia de lo sucedido en Túnez y Egipto, donde las fuerzas armadas respectivas jugaron un papel central en cambiar la situación, encauzar la revuelta popular y garantizar el orden público mientras se nombraba un gobierno interino, en Libia el levantamiento fue un rápido éxito en Bengasi … porque la gran ciudad del este es Cirenaica, o sea el “país” en el que nunca el régimen ha estado seguro, pero no en el resto.

Esquema tribal y conflicto civil
Trípoli es Tripolitania y allí las cosas son diferentes y siempre lo han sido, por no hablar de Sirte, feudo tradicional del gran clan de los Gadafa, un nombre cuya mera resonancia fonética ahorra comentarios. Si se observa el desarrollo de las operaciones militares y la adhesión de las regiones o las ciudades al régimen o a la rebelión se puede seguir, en paralelo, el mapa político-tribal de lo que era y sigue siendo Libia.

El criterio occidental que ha sustentado políticamente la intervención implica lo que la terminología americana ha popularizado como el “building country”, construcción de país en el sentido de creación de sus instituciones, de su nuevo régimen democrático y constitucional, una tarea hercúlea puesto que la “Yamahiria” de Gadafi carecía de todo ello.

Esto supone una complicación adicional extraordinaria que ayuda a explicar, entre otras cosas, el bajo perfil de los Estados Unidos, escarmentados en Irak y Afganistán. De hecho, el líder y animador de la intervención no ha sido Barack Obama, sino Nicolas Sarkozy.

Los dias que vienen
La guerra como tal está prácticamente concluida y solo queda conocer el paradero definitivo de Gadafi y el desenlace en Sirte, que tal vez termine con un razonable acuerdo entre las partes en el que ya trabajan intermediarios según ciertos informes atribuidos al entorno del presidente del Consejo, Mahmud al-Jibril.

La opinión no entendería que ahora la situación se prolongara sobre el terreno por lo que los días que vienen son decisivos. Tan pronto como el jueves próximo, y por supuesto en París, debe celebrarse una magna conferencia internacional sobre la reconstrucción política, institucional y material de Libia. Que el petróleo libio vuelva a ser bombeado y se inyecte en el mercado es una clara expectativa de los “padrinos” de la rebelión.

El uno de septiembre
Tal vez es un casualidad pero el uno de septiembre se ha celebrado en Libia desde hace décadas el día de la “revolución de al-Fateh”, la que un uno de septiembre, pero de 1969, llevó a un jovencísimo capitán llamado Muammar al-Gadafi, al poder tras derrocar y enviar al exilio al rey (puesto allí por los británicos) Omar al-Senussi, el venerable patriarca de la gran cofradía sufi de los Senussi.
Sería una ironía de la historia que un uno de septiembre cayera Gadafi en poder de sus adversarios. Y no es imposible, sobre todo si, como cree la OTAN, él sigue en el país, un pronóstico de poco mérito si se recuerda que el interesado declaró que no piensa abandonar Libia…

Elena Martí es periodista y analista política