Lo que comenzó como una promesa electoral de “medicamentos más baratos para los estadounidenses” se ha transformado en una presión directa sobre Europa. La administración Trump está negociando con las grandes farmacéuticas para que suban los precios en el Viejo Continente y así compensar las rebajas que el presidente exige en su propio país. La estrategia, presentada como una defensa del consumidor estadounidense, se traduce en una transferencia de costes hacia Europa, cada vez más dependiente de los dictados económicos de Washington.
El plan de la Casa Blanca se apoya en el principio de “nación más favorecida”, una cláusula con la que Trump pretende que los precios de los medicamentos en Estados Unidos no sean más altos que en otros países desarrollados. Para lograrlo, el mandatario ha recurrido a una fórmula de presión directa sobre las farmacéuticas: si quieren seguir operando sin trabas en el mercado estadounidense, deben garantizar que los precios en Europa suben lo suficiente como para justificar las rebajas internas.
La jugada tiene efectos inmediatos. Multinacionales como Pfizer, Novartis o Sanofi están ya revisando sus tarifas en la Unión Europea ante el temor de ser penalizadas con aranceles del 100 % o perder el acceso a exenciones fiscales en EEUU. En paralelo, el Departamento de Comercio ha iniciado contactos con gobiernos europeos para “armonizar los precios” de los fármacos de alto coste, un eufemismo que en la práctica supone encarecerlos en Europa.
Fuentes comunitarias citadas por Le Monde reconocen que Bruselas carece de un marco común de negociación frente a este tipo de presiones, lo que deja a los Estados miembros en posiciones vulnerables. Alemania y Francia, los principales mercados farmacéuticos europeos, han optado por el silencio, mientras que Italia y España se muestran “preocupadas” por el impacto presupuestario que supondría una subida impuesta desde Washington.
Un nuevo capítulo en la guerra comercial con Europa
Este episodio se inscribe en la escalada de tensiones comerciales entre Washington y Bruselas. Desde su regreso al poder, Trump ha desplegado una ofensiva económica sin precedentes contra la Unión Europea, acusándola de “competencia desleal” en sectores clave como el automóvil, la energía o la agricultura.
El frente farmacéutico, sin embargo, introduce un elemento más sensible: la salud pública. En lugar de centrarse en bienes industriales, la Casa Blanca ha decidido utilizar los medicamentos como moneda de cambio, un terreno donde Europa ha mantenido históricamente una política de precios regulados para proteger a sus ciudadanos.
Los asesores económicos del presidente argumentan que Europa “se aprovecha del sistema estadounidense” al beneficiarse de medicamentos innovadores cuyos costes de desarrollo se cubren, en buena medida, con el consumo norteamericano. Según esta lógica, los europeos pagan menos porque los estadounidenses pagan de más. Trump ha decidido corregir esa “injusticia” trasladando parte del coste al otro lado del Atlántico.
Europa, atrapada entre su dependencia y su deuda
La medida llega en un momento en que la Unión Europea atraviesa un ciclo de fragilidad económica y política. Tras años de inflación, crisis energética y aumento del gasto militar, los márgenes fiscales de los Estados miembros son más reducidos que nunca. En ese contexto, una subida generalizada de los precios de los medicamentos supondría un golpe directo a las finanzas públicas y a los sistemas sanitarios.
Pero el problema no es solo económico. Lo que subyace es una pérdida progresiva de autonomía estratégica. Desde la guerra de Ucrania, Europa ha aceptado un alineamiento cada vez más estrecho con Washington, tanto en materia de defensa como en política energética. Ahora, ese seguidismo comienza a trasladarse también al terreno financiero y sanitario.
La Comisión Europea ha evitado confrontar abiertamente a la administración Trump. Fuentes diplomáticas reconocen que la prioridad de Bruselas es mantener la cooperación transatlántica en temas como la seguridad y la tecnología, incluso a costa de asumir concesiones en el plano económico. “Europa no quiere abrir un nuevo conflicto con Estados Unidos justo cuando más depende de su apoyo”, admiten fuentes comunitarias.
El chantaje industrial y el silencio europeo
Las farmacéuticas, mientras tanto, se encuentran en una posición cómoda. La presión estadounidense les permite justificar subidas de precios en Europa y consolidar márgenes más altos a nivel global. Varios directivos del sector han defendido públicamente la necesidad de “equilibrar los precios internacionales” para garantizar la sostenibilidad de la innovación. Detrás de esa narrativa se esconde una realidad menos altruista: un aumento coordinado de precios que beneficia a las grandes corporaciones y debilita a los sistemas públicos europeos.
Algunos gobiernos ya temen las consecuencias. En España, fuentes del Ministerio de Sanidad admiten que una subida generalizada de precios podría “poner en riesgo la capacidad de compra pública y los programas de acceso universal”. Francia ha advertido que cualquier medida que distorsione los precios regulados “rompe el equilibrio del sistema”. Aun así, las respuestas son fragmentarias y no existe una estrategia común frente a la presión norteamericana.
Washington dicta, Europa asiente
Este episodio vuelve a evidenciar una tendencia de fondo: la pérdida de soberanía económica europea frente a Washington. En las últimas décadas, las instituciones comunitarias han asumido una creciente subordinación a los intereses financieros, militares y comerciales de Estados Unidos. Desde las sanciones contra Rusia hasta las políticas de datos, pasando por la compra masiva de gas licuado estadounidense, Europa ha ido cediendo su margen de maniobra.
El caso farmacéutico lo confirma con claridad: en lugar de coordinar una respuesta conjunta o reforzar su industria propia, Bruselas opta por la contención. La misma actitud que permitió que Washington liderara el aprovisionamiento de vacunas durante la pandemia y que ahora convierte a la UE en pagador de las políticas internas estadounidenses.
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