El pasado 6 de febrero hubo un duelo entre la geografía y la política.Después de que al menos 15 personas se ahogaran intentando pasar la frontera de Ceuta, el ministro de Interior quiso justificar ante la opinión pública que las muertes no se habían producido en territorio español. Con una rocambolesca teoría, nos intentó convencer de que las fronteras no están donde marca la geografía y la valla fronteriza, sino donde se coloca el primer cordón policial.

¿Tanto importa que las muertes se produzcan unos metros antes o después? Parece que sí. Las muertes en directo duelen a la opinión pública europea. Las concertinas causan llagas en las altas esferas políticas europeas. La Comisaria Europea de Interior, Cecilia Malmström, se queja de la actuación española en la gestión de los intentos de paso de fronteras. En cierto modo es una doble moral, ya que son las políticas migratorias europeas las que ponen en el foco en la seguridad por encima del de la cooperación al desarrollo y el compromiso de “respetar y promover los derechos humanos”.

Por eso, a la clase política europea se le viene atragantando hace años la idea de desayunarse con muertes de subsaharianos en “nuestra” frontera. Y para evitarlo (no las muertes, sino que sean en nuestra frontera) han creado un espejismo administrativo: la “frontera exterior”.

Hoy la frontera ya no está en Barajas, ni en Bruselas. Ni siquiera en Canarias, Ceuta o Melilla. La frontera ahora se encuentra más allá, donde nuestros ojos no puedan ver lo que ocurre. En los desiertos del Sáhara, en las batidas de caza al inmigrantes en los montes marroquíes, en los recientes acuerdos de readmisión de migrantes de terceros países con Turquía, o más allá de los países del Este. Estos países, donde ser migrante es “peligroso", son ahora los gendarmes de Europa.

Pero dentro de lo malo tenemos suerte. En un mundo global la verdad es difícil de esconder. Así como el poder es cada vez más global, la ciudadanía empieza a tomar conciencia de su poder (o contrapoder) global. Tenemos aquí cerca algunos ejemplos.

La semana pasada varias ongs marroquíes denunciaban que Marruecos está construyendo un nuevo muro, a sólo 30 metros de la frontera española. El muro tendrá varios metros de alto y un foso de cinco metros, ambos forrados de cuchillas: las famosas concertinas, rechazadas por la sociedad española por atentar contra los derechos humanos y la integridad de las personas.

Desde Alianza por la Solidaridad acabamos de lanzar una campaña para pedir a la Unión Europea que no apoye ni financie su construcción. Ya que lo que hiere, corta y viola Derechos Humanos dentro de la UE, sigue hiriendo, cortando y violando Derechos Humanos 30 metros más allá de su frontera.

La externalización de fronteras es positiva, a veces. Marruecos, presionado por Europa y por la gravedad de la situación de las personas sin papeles está creando un tímido proceso de regularización de estos migrantes, que seguimos con atención. Porque entiende, como ha pasado en los países occidentales, que el acceso a un papel supone el acceso a derechos mínimos como el trabajo, la sanidad, la educación o incluso la movilidad sin hostigamentos. El proceso es bastante restrictivo y por ahora no ha beneficiado a más de mil personas, pero es una luz en todo este panorama de abusos.

La Frontera de Europa ya no está centrada en Europa. Pero, anden con ojo,  la ciudadanía europea, tampoco.

Firma aquí para exigirle a la Unión Europea transparencia sobre el muro que se está construyendo en Marruecos

Arantxa Freire. Alianza por la Solidaridad