Este martes, Corea del Sur vivió un inesperado episodio en su contexto político. Su presidente, Yoon Suk Yeol, impuso la "ley marcial de emergencia" después de acusar a la oposición de simpatizar con Corea del Norte y de querer controlar el Parlamento para tales fines. Yeol impuso este estado de emergencia y provocó una fuerte respuesta ciudadana y política en el país, hasta el punto de que la ley marcial solo duró unas horas al ser rechazada casi unánimemente.

La justificación que Yeol dio para esta pulsión autoritaria fue la de "erradicar a las fuerzas procoreanas y proteger el orden democrático constitucional", una decisión que motivó protestas a pie de calle y el claro rechazo de la oposición al Gobierno, liderada por el Partido Democrático (PD). El Parlamento rechazó la imposición de la ley marcial por votación, debido a que, en este país, el control de la Cámara recae en el partido contrario al gubernamental.

Un trasfondo histórico y político marcado por la división

La rivalidad entre Corea del Norte y Corea del Sur tiene raíces profundas que se remontan al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando la península coreana, hasta entonces ocupada por Japón, fue dividida en dos zonas de influencia: el norte bajo el control soviético y el sur bajo la supervisión de Estados Unidos. Este arreglo temporal, diseñado para facilitar la desocupación japonesa, cristalizó en 1948 con la creación de dos estados independientes: la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) y la República de Corea (Corea del Sur).

El establecimiento de estos dos gobiernos ideológicamente opuestos —uno comunista y otro capitalista— marcó el inicio de una rivalidad que rápidamente se tradujo en hostilidad abierta. La Guerra de Corea (1950-1953) fue el clímax de estas tensiones, un conflicto devastador que dejó millones de muertos y selló la división permanente de la península a lo largo del paralelo 38, donde se encuentra la Zona Desmilitarizada (DMZ). Aunque se firmó un armisticio en 1953, la guerra técnicamente nunca terminó, dejando a ambos países en un estado de confrontación latente.

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La rivalidad como motor político

Desde entonces, las dos Coreas han desarrollado sistemas políticos, económicos y culturales completamente distintos. Corea del Sur, tras años de dictaduras militares, consolidó su democracia en la década de 1980 y se transformó en una potencia económica global. En contraste, Corea del Norte, bajo la dinastía Kim, se ha mantenido como uno de los regímenes más autoritarios y aislados del mundo, centrado en la supervivencia del régimen y el desarrollo de armas nucleares como principal herramienta de disuasión.

En Corea del Sur, el conflicto con el Norte ha sido una constante en el discurso político. Los gobiernos conservadores, como el actual de Yoon Suk Yeol, suelen adoptar una postura de línea dura, enfocándose en fortalecer las capacidades militares del país y estrechar lazos con Estados Unidos. Por el contrario, administraciones más progresistas, como la de Moon Jae-in (2017-2022), han buscado estrategias de acercamiento y diálogo intercoreano, aunque con resultados limitados.

La figura de Corea del Norte también ha sido utilizada históricamente como un arma política interna. Los conservadores a menudo acusan a sus opositores progresistas de ser demasiado complacientes con Pyongyang o incluso de tener vínculos ideológicos con el régimen del Norte. Este tipo de retórica, presente en la reciente crisis con la imposición de la ley marcial, refleja cómo las tensiones entre las Coreas no solo impactan las relaciones internacionales, sino que también moldean profundamente la política interna de Corea del Sur.

El tablero geopolítico en la península y el papel de EEUU

La rivalidad entre las Coreas no puede entenderse sin considerar su dimensión geopolítica. La península coreana es un punto estratégico en Asia Oriental, donde confluyen los intereses de grandes potencias como Estados Unidos, China, Rusia y Japón. Para Washington, Corea del Sur es un aliado clave en la contención de China y una pieza esencial en su red de alianzas en la región. Por su parte, Pyongyang se apoya en Beijing y Moscú para mantener su régimen a flote, aunque las relaciones con sus aliados históricos no están exentas de tensiones.

En este sentido, volviendo a las líneas anteriores, Estados Unidos desempeña un rol fundamental en la dinámica de tensión y estabilidad en la península coreana, un legado que se remonta al final de la Segunda Guerra Mundial. Tras la división de Corea en 1945, Washington asumió la tutela de la mitad sur de la península, estableciendo un gobierno aliado y promoviendo un modelo económico capitalista. Desde entonces, su relación con Corea del Sur ha evolucionado hasta convertirse en una de las alianzas más estrechas en Asia Oriental.

En el marco del conflicto entre las dos Coreas, Estados Unidos actúa como el principal garante de la seguridad de Seúl frente a la amenaza de Pyongyang. Cerca de 28,500 soldados estadounidenses están estacionados en territorio surcoreano como parte de un pacto de defensa mutua. Además, Estados Unidos realiza regularmente ejercicios militares conjuntos con las fuerzas surcoreanas, maniobras que Corea del Norte considera provocaciones y que suelen exacerbar las tensiones.

Por otro lado, Washington ha liderado esfuerzos internacionales para frenar el desarrollo del programa nuclear de Corea del Norte mediante sanciones económicas y presión diplomática. Sin embargo, sus intentos de negociar con el régimen de Pyongyang han sido intermitentes y, en su mayoría, infructuosos. La cumbre histórica entre Donald Trump y Kim Jong-un en 2018, aunque simbólicamente significativa, no logró resultados concretos.

Para Corea del Sur, la presencia estadounidense es un pilar de su seguridad nacional, aunque no está exenta de controversias internas. Mientras los conservadores respaldan esta alianza estratégica, sectores progresistas critican la dependencia excesiva de Seúl hacia Washington, argumentando que complica los esfuerzos por alcanzar una mayor autonomía en la región.