La COP30 de Belém (Brasil) ha iniciado este lunes su fase oficial tras el preámbulo protagonizado por jefes de Estado y la llamada de auxilio lanzada por Luiz Inácio Lula da Silva. El presidente brasileño apeló a la unidad global con un mensaje directo: “La Tierra es una. La humanidad es una.” Es una frase sencilla, casi obvia, pero que revela el clima interno de la conferencia. La cumbre llega al punto más delicado de la década, marcada por tensiones internacionales, liderazgo fragmentado y un problema que ya no permite dilaciones.
Pese a las advertencias reiteradas desde hace años, esta edición ha alcanzado un grado documental de urgencia. Lo resumió sin rodeos Laurence Tubiana, una de las artífices del Acuerdo de París: en Belém se juega “la supervivencia del espíritu de París”. Ese espíritu, basado en la cooperación global, enfrenta su enésimo obstáculo en la gran ausencia que sobrevuela la cumbre: Donald Trump. El líder republicano, que mantiene su postura negacionista y llama al cambio climático “la mayor estafa del siglo”, ha vuelto a situarse en una posición de boicot explícito. Y aunque no necesita estar presente físicamente para condicionar el clima político, su ausencia representa la brecha más visible entre la comunidad internacional y uno de los mayores emisores del planeta.
La falta de delegación de alto nivel por parte de Estados Unidos se suma a otras ausencias notables, lo que ha reducido la presencia de líderes a la más baja desde 2019. El argentino Javier Milei decidió no acudir y la primera ministra japonesa, Sanae Takeishi, marcó también distancia. Mientras tanto, China envió al viceprimer ministro Ding Xuexiang, que se limitó a un llamamiento a la cooperación sin grandes compromisos. Emmanuel Macron, por su parte, abrió fuego verbal contra “los profetas del desorden” de la extrema derecha, a quienes responsabilizó de intentar bloquear una década de avances climáticos.
Con todo, la presidencia de la cumbre, bajo el diplomático brasileño André Correa do Lago, intenta sostener el pulso. Ha colocado en el centro de la agenda el concepto indígena de Mutirão Global, una idea de cooperación colectiva similar a “construir, cosechar o ayudarse mutuamente”. La simbología busca rescatar la noción de esfuerzo común y reactivar la moral de una acción climática que se debilita año tras año. Y Brasil, como anfitrión y octava economía mundial, intenta funcionar como puente entre la Unión Europea y China para evitar que la COP30 encalle a las primeras de cambio.
Belém, como gesto político
Belém pretendía aprovechar su ubicación en la desembocadura del Amazonas como gesto político, casi como recordatorio palpable de lo que está en juego. Las expectativas, aun así, han arrancado bajas. El primer acuerdo, alcanzado incluso antes del inicio oficial, fue el lanzamiento del Fondo de Bosques Tropicales para Siempre (TFFF). Su objetivo es conservar más de mil millones de hectáreas de selva mediante una inversión mixta de 25.000 millones de dólares públicos y hasta 100.000 millones privados. Lula se jactó de haber reducido en más de un 50% la deforestación en la Amazonia, en un intento de reforzar su credibilidad ambiental justo cuando él mismo ha recibido críticas por autorizar prospecciones petrolíferas en la región amazónica.
El presidente brasileño ha pedido ahora a las delegaciones “una hoja de ruta para superar la dependencia de los combustibles fósiles de manera ordenada y justa”. No será fácil. Como ocurrió en la COP28 de Dubái, cualquier referencia explícita a la eliminación de los combustibles fósiles choca de frente con los países productores. Y la revelación reciente de que más de 5.000 lobistas petroleros han participado en las tres últimas COPs añade presión y desconfianza a un proceso ya erosionado.
En materia de emisiones, los datos tampoco aportan alivio. Hasta la fecha, cien países han actualizado sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDCs), aunque las estimaciones apuntan a un recorte de solo entre el 10% y el 15% para 2035. El nivel necesario para mantener vivo el objetivo de 1,5 °C debería rondar el 60%. António Guterres, secretario general de la ONU, ha calificado de “fracaso moral” y “negligencia mortal” la posibilidad de sobrepasar ese límite. Las proyecciones actuales sitúan el aumento en 2,8 grados este siglo si el rumbo no cambia.
El desajuste entre lo comprometido y lo necesario se refleja también en los combustibles fósiles: su producción prevista hasta 2030 duplica lo que sería aceptable para no superar los 1,5 grados, según el Instituto de la Energía de Estocolmo.
A esta ecuación se suma otro de los ejes incómodos de la cumbre: la financiación climática. Belém debe aterrizar el Nuevo Objetivo de Financiación Climática acordado con prisas en la COP29 de Bakú. Los países desarrollados prometieron 300.000 millones anuales para las naciones en desarrollo y la llamada “Hoja de Ruta de Bakú a Belém” plantea elevar el esfuerzo total hasta los 1,3 billones mediante inversión privada, bancos multilaterales, el FMI y mecanismos como los canjes de deuda o los mercados de carbono. La brecha Norte-Sur, sin embargo, continúa siendo uno de los escollos más difíciles de resolver.
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