Hablar de religión ya no es un tabú en el discurso del Partido Popular, sino una elección estratégica. En un momento en el que el debate político se construye cada vez más desde lo emocional y lo identitario, la formación conservadora ha optado por reivindicar la fe cristiana como parte esencial de su relato. No se trata únicamente de una defensa genérica de las tradiciones o de una apelación cultural ligada al calendario navideño, sino de una operación política más profunda que busca redefinir el marco simbólico desde el que el PP interpela a su electorado y compite por la hegemonía en la derecha española.
Este giro discursivo se produce, además, en un contexto de creciente presión por la derecha. Vox continúa disputando al Partido Popular el voto más conservador, especialmente en el terreno de los valores, la identidad nacional y la religión. En ese escenario, Génova es consciente del riesgo de fuga de electores hacia una derecha que se presenta como más nítida ideológicamente y menos condicionada por el pragmatismo institucional. La reivindicación explícita de la fe cristiana funciona así como un dique de contención frente a Vox, un intento de cerrar flancos y evitar que la batalla cultural se libre exclusivamente en el terreno de la extrema derecha.
“No hay que pedir perdón por ser católico”
Las últimas semanas han sido especialmente ilustrativas de esta estrategia. La cena navideña del Partido Popular de Madrid actuó como un punto de inflexión simbólico. Allí, Alberto Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso no solo apelaron a la tradición cristiana como parte del acervo cultural español, sino que introdujeron una narrativa de agravio, sugiriendo que la fe católica estaría siendo cuestionada o desplazada del espacio público. La afirmación de que “no hay que pedir perdón por ser católico” condensa esa idea y la convierte en un mensaje político con vocación movilizadora.
Desde un punto de vista analítico, el valor de este discurso no reside tanto en su literalidad como en el marco que construye. El PP adopta una lógica similar a la que Vox ha explotado con éxito: presentar determinadas identidades mayoritarias como si estuvieran amenazadas por un poder progresista que impone una agenda cultural ajena. Al hacerlo, el partido intenta disputar ese terreno sin asumir los rasgos más extremos del discurso de la ultraderecha, pero asumiendo parte de su gramática política.
La elección del grupo Hakuna Group Music por parte de la Comunidad de Madrid se inscribe en esta misma lógica. Hakuna representa una religiosidad juvenil, emocional y desacomplejada, capaz de conectar con públicos a los que Vox también interpela desde el discurso identitario, pero desde un registro menos áspero y más transversal. Al asociarse con este fenómeno, el PP busca ofrecer una alternativa conservadora “amable”, moderna y culturalmente atractiva, evitando que la religión quede monopolizada por los sectores más radicales de la derecha.
Este movimiento cumple una doble función. Por un lado, refuerza el vínculo del PP con un electorado conservador que podría sentirse tentado por el discurso más contundente de Vox. Por otro, permite al partido presentarse como una opción capaz de integrar valores tradicionales sin renunciar del todo a una imagen institucional. Es un equilibrio complejo: marcar perfil ideológico sin caer en la estridencia, competir en la batalla cultural sin romper completamente con el centro político.
La polémica generada en redes sociales por el uso de “felices fiestas” frente a “Feliz Navidad” debe entenderse también desde esta clave competitiva. Más allá de su carácter artificial, el debate permite al PP ocupar un espacio simbólico que Vox explota habitualmente: el de la defensa de las tradiciones frente a una supuesta corrección política progresista. Al hacerlo, el partido intenta evitar que ese tipo de controversias se identifiquen exclusivamente con la extrema derecha y se normalicen dentro del discurso conservador mayoritario.
Estos conflictos culturales, aparentemente menores, ofrecen una alta rentabilidad política. Movilizan emocionalmente, generan visibilidad y permiten marcar posición ideológica sin entrar en debates complejos sobre políticas públicas. En un contexto en el que Vox presiona constantemente para endurecer el discurso del PP, la batalla cultural se convierte en un terreno más cómodo que la confrontación programática.
La fe como refugio en un mundo fragmentado
El contexto internacional refuerza esta estrategia y ayuda a entender por qué el Partido Popular ha decidido no mantenerse al margen de este terreno. En buena parte de los países occidentales, la religión y los valores tradicionales han reaparecido como instrumentos políticos frente a un escenario marcado por la fragmentación social, la incertidumbre económica y la crisis de los grandes consensos culturales. Desde Estados Unidos hasta varios países europeos, los discursos conservadores han incorporado la fe como elemento de cohesión identitaria, presentándola como un anclaje frente a sociedades cada vez más diversas y pluralizadas.
En ese marco, el PP parece haber asumido que renunciar a ese espacio simbólico implica dejarlo completamente en manos de Vox, que ha hecho de la religión, la nación y la tradición uno de los pilares de su relato. Incorporar estos elementos al discurso propio permite al PP disputar ese terreno desde una posición menos radical y más institucional, aunque no por ello exenta de tensiones internas ni de riesgos electorales.
Este giro discursivo también refleja transformaciones internas dentro del propio partido. El creciente peso de sectores religiosos en el entorno de Génova 13 no responde únicamente a una afinidad ideológica o a convicciones personales de algunos dirigentes, sino a una lectura estratégica del momento político. En un contexto de competencia directa por el electorado conservador, estas corrientes han ganado capacidad de influencia en la definición del mensaje, en la selección de símbolos y en la priorización de determinados debates culturales. La centralidad que adquiere la fe en el discurso del PP indica que estas sensibilidades ya no ocupan un espacio marginal o testimonial, sino que forman parte del núcleo desde el que se articula la estrategia política del partido, especialmente en lo relativo a la batalla cultural.
Más allá del caso concreto del Partido Popular, este giro se inscribe en un ciclo político más amplio en el que las identidades vuelven a ordenar el conflicto. La fe, la tradición y los valores aparecen como lenguajes capaces de ofrecer certidumbre en un contexto de fragmentación. El PP ha decidido hablar ese idioma. Lo relevante será observar cómo evoluciona ese discurso y qué lugar acaba ocupando en el conjunto del sistema político.