La Mesa de Negociación es un instrumento simbólico en el que toma asiento la voluntad de no estropear más las cosas en la relación entre la Generalitat y el Gobierno de España que llegó a tontear con el abismo en 2017. Muy probablemente ninguno de los participantes tiene una idea clara de cómo va a resolverse el período de diálogo ni cuánto va durar, por eso el énfasis se pone en el diálogo en sí mismo, de tal manera que las dos partes obtengan un rédito inmediato del nuevo clima creado. En esta perspectiva, el encuentro en el Palau de la Generalitat entre Pedro Sánchez y Pere Aragonés ha sido un éxito de crítica y un mensaje de normalidad. Siempre que no se entre en los detalles que prudentemente se han dejado para más adelante.

Jerusalén ha venido” decía Saladino en El reino de los Cielos al comprobar que Balduino IV en persona encabezaba el ejército de cruzados que había salido al encuentro de sus tropas. Luego se sentaron, hablaron y se ahorraron, al menos, aquella batalla. Parafraseando aquel guion de película épica, Pedro Sánchez exclamó ayer: El presidente del gobierno de España ha venido al Palau de la Generalitat, esto no pasa cada día. Y así, con su Madrid ha venido, certificó su decisión de enfrentar el conflicto político con paciencia y sin pausa.  Para Sánchez el objetivo es dejar claro a quienes observan desde Bruselas que la normalidad institucional se abre paso y que no deben temer por una nueva crisis territorial.

Ninguno de los participantes tiene una idea clara de cómo va a resolverse el período de diálogo ni cuánto va durar

El presidente de la Generalitat recibió al presidente del gobierno central del Estado que pretenden deslegitimar con los honores debidos al presidente de todos los españoles, catalanes incluidos. Para Aragonés se trata de mantener viva la ilusión de que todo, todo, está sobre la mesa y que, a pesar de los permanentes desmentidos de Pedro Sánchez, no está escrito en ninguna parte que no puedan darse la amnistía y el ejercicio de autodeterminación. Así pues, paciencia y todo el tiempo que sea necesario.

Los dos protagonistas cumplieron a la perfección sus papeles con el boato ceremonial exigible para el enésimo día histórico. El tiempo es clave, no tanto para proclamar la independencia, sino para que el uno y el otro puedan llegar a los próximos compromisos electorales con la mejor de las posiciones y agotar sus respectivas legislaturas. Y si puede ser que en la Mesa o en la Comisión Mixta Estado-Generalitat se hayan concretado algún avance de los propuestos en la Agenda para el Reencuentro presentada de nuevo por el gobierno central mucho mejor. De todas maneras, para cumplir estos pragmáticos y realistas objetivos (la permanencia en el poder) lo trascendental es la aprobación de los presupuestos generales del Estado y los de la Generalitat. Y para acercar posiciones sobre el conflicto lo más apropiado son los contactos discretos que ambos anunciaron tras reunirse cara a cara un par de horas.

El plan de Sánchez está claro. Del roce personal renacerá el cariño y del reencuentro florecerán las bases para fortalecer la unión de España. Ciertamente las posiciones están alejadas, esencialmente porque en su discurso el presidente Aragonés negó esta vía de la misma manera que el presidente del Gobierno central había rechazado sus planes que se reducen a los dos conocidos mantras que Sánchez considera imposibles. La ambición de Sánchez de sostener el diálogo para tranquilizar a los temerosos socios de la Unión Europea y para ofrecer al conjunto de españoles un horizonte de paz y progreso tiene una arista ciertamente peligrosa.

Para asegurarse la continuidad de las conversaciones debe soportar estoicamente que su interlocutor haga una interpretación libre de la Mesa, presentándola como el escenario en dónde puede acordarse un referéndum. Esta interpretación es la que da alas a PP, Vox y Ciudadanos para acusar a Sánchez de estar negociando la ruptura de España. El riesgo parece inevitable para Sánchez que se muestra determinado a asumirlo, esperando que el resultado final, un autogobierno catalán más atractivo y algún reconocimiento simbólico, le dará la razón y que mientras tanto dispone de una mayoría parlamentaria que le asegura una legislatura completa para completar su agenda social y la recuperación económica post pandemia.

Pere Aragonés y ERC sean quedado solos en el universo independentista en la defensa de la negociación. Carles Puigdemont clama por la confrontación con el Estado desde su santuario belga y sus representantes en el gobierno de coalición han renunciado a acompañar a su presidente en el diálogo, algo insólito pero muy acorde con la deslealtad con la que se relacionan ERC y Junts. Es impensable que estas condiciones Aragonés pueda hacer otro discurso del que hace: nuestra persistencia en reclamar lo imposible según Sánchez no dará la victoria, el resto de propuestas son materia de comisión mixta.

Los dos argumentos se presentan como dos líneas paralelas que se proyectan en el infinito sin cruzarse, pero manteniéndolas (al menos en público) ganan tiempo para ver como evolucionan sus respectivas fuerzas electorales. Las rectificaciones, para luego; siempre y cuando los malentendidos del trayecto que dinamiten el valor simbólico de la Mesa.