Por lo mucho que ya llevo vivido, apenas nada me sorprende o extraña. Pero me escandaliza aún comprobar cómo, para nuestra desgracia colectiva, sigue siendo cierto aquello de aquel eslogan turístico de antaño, “Spain is different”. Porque España es ahora, en estas circunstancias tan trágicas que nos ha tocado vivir a causa de la crisis global del coronavirus, realmente “different”. Mientras en la práctica totalidad de los países de nuestro entorno político y geográfico más inmediato las grandes fuerzas políticas, económicas y sociales han cerrado filas y apuestan casi sin fisuras a sus respectivos gobiernos -en algunos casos, con la única excepción del nacionalpopulismo de la derecha extrema-, en España asistimos a una sistemática operación de acoso, desgaste e intento de derribo de nuestro gobierno por parte de la oposición.

Era de esperar este tipo de comportamiento desleal y oportunista por parte de Vox, cuya auténtica razón de ser como partido político no parece ser otra que la impugnación total de nuestro Estado social y democrático de derecho. No era de esperar que actuase de forma similar el PP y además resulta injustificable al tratarse del principal partido de la oposición, que ha tenido ya muy importantes responsabilidades de gobierno y sigue teniéndolas ahora en varias comunidades autónomas y gran número de municipios. Al PP se le debe exigir un mínimo de lealtad institucional en una situación de esta gravedad. Lo mismo puede decirse de algunas de las franquicias territoriales del PP, así como a los partidos independentistas que configuran el actual Gobierno de la Generalitat, esto es JxCat y ERC.

El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, sigue demostrando que es un resistente, un duro y correoso buen fajador. Resiste, una y otra vez, los ataques cruzados de una oposición desleal y sigue ofreciendo como salida a la crisis el diálogo que permita negociar y pactar unos acuerdos que nos permitan avanzar en la tan necesaria y urgente reconstrucción económica y social de nuestro, una vez hayamos conseguido acabar con esta pandemia devastadora. Lo mínimo que se le puede y debe exigir a toda la oposición democrática es lo que ha dicho el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Ghebreysus: “Poner la política en cuarentena”. Esto es, no intentar politizar ni instrumentalizar políticamente la gestión del combate contra el Covid-19. “Si no hay unidad -ha dicho también Ghebreysus-, habrá más bolsas de cadáveres en sus países. Al virus solo se le puede vencer desde la unidad y si dejamos de hacer política con él”.

Me hubiese gustado mucho que en España hubiésemos tenido una oposición leal, cooperativa y constructiva, como la que tiene Portugal, ese país tan cercano y lejano al mismo tiempo, y que tantas lecciones nos viene dando, como mínimo desde su pacífica “revolución de los claves” del 25 de abril de 1974. Porque el líder de la oposición de centroderecha, Rui Rio, se dirigió en la Asamblea Nacional al primer ministro, el socialista António Costa, con estas palabras: “Señor primer ministro, cuente con nuestra colaboración. Todo lo que podamos, ayudaremos. Le deseo coraje, nervios de acero y mucha suerte, Porque su suerte es nuestra suerte”. Claro está que Rui Rio es un político con responsabilidad de Estado, con verdadero sentido de Estado. Tanto es así que se dirigió también las entidades financieras portuguesas: “Los bancos deben mucho a los portugueses. La banca no puede ganar dinero con la crisis. Si la banca presenta en 2020 y 2021 lucros abultados, estos lucros serán una vergüenza”.

¿Alguien se imagina oír palabras similares de Pablo Casado o de Santiago Abascal, o de Quim Torra? Es cierto: “Spain is different”. Desgraciadamente, claro.