“¿Quién va a pedir perdón al fiscal general del Estado?”. Esta pregunta la hacía hace cosa de un año el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, entendiendo lo que ahora mantiene la mayoría social progresista de este país después de que varios periodistas deslizaran la misma versión y de que la defensa de Alberto González Amador -pareja de Isabel Díaz Ayuso- no aportara una sola prueba a su paso por el Tribunal Supremo: que es inocente.
Ahora, el Partido Popular (PP) recoge aquel órdago del responsable del Ejecutivo y su líder, Alberto Núñez Feijóo, preguntará este miércoles en el Congreso de los Diputados quién va a disculparse ante los españoles. Pero, ¿está la derecha para exigir disculpas?
Dejando a un lado su acercamiento, cada vez mayor, a la extrema derecha hasta el punto de ser difícilmente diferenciados con la postura que mantienen los de Santiago Abascal en temas tan delicados como la violencia machista, la migración o el cambio climático, son muchos los ciudadanos ante los que los ‘populares’ deben retractarse. Ya no de España -recordemos que Mariano Rajoy abandonó el gobierno por pertenecer al más corrupto de la democracia-, sino de las comunidades que han capitaneado -solos o de la mano ultraderechista- y encumbran en la actualidad.
No son una ni dos las personas a las que el PP ha arruinado la vida, literalmente. Nada menos que a 229 la última vez. A ellas, las víctimas, y a sus familiares, muertos muchos en vida. ¿Qué fuerzas le quedan a una mujer que ha perdido a su marido y sus hijos por la inacción de la administración pública? Quien me conoce sabe que no me gusta nada el discurso anti política -me ha costado acalorados debates defenderlo-, pero ¿cómo se justifica a los damnificados de la DANA seguir creyendo cuando fue la decisión -o falta de decisión en este caso- política la que les arrebató lo que más querían?
Vergüenza es la palabra que mejor define el modus operandi de la formación conservadora por excelencia de este país -supuestamente de Estado-; de la que ha pasado a la historia como la sobremesa de la vergüenza a los todavía muy presentes protocolos de la vergüenza. 7.291 mayores que “se iban a morir igual”. Seguramente algunas sí, pero de forma digna. Y otras muchas, por supuesto, habrían salido adelante.
Nadie tiene un manual de instrucciones para lo inesperado. Nadie espera la mayor gota fría que se recuerda en la Comunidad Valenciana -y que alcanzó algunas partes de Castilla La Mancha-, ni una pandemia mundial, pero sí para actuar en consecuencia, aunque sea con un mínimo de respeto. Porque no se puede tener tan poca vergüenza (perdón por lo reiterado del término) para cercar lazos con quienes niegan que ya no existan estaciones intermedias después de todo o para enriquecerse a manos llenas mientras la gente moría.
Acá el ejemplo de Tomás Díaz Ayuso -hermano de la intocable presidenta de Madrid- o del compañero sentimental de la misma, que se atrevió en sala judicial a jugar con un tema tan delicado como la salud mental (“Me suicido o me voy de España”, dijo). Me alegro de corazón de que pueda pasar el mal trago en su ático de lujo y no en un piso compartido mientras se le acumulan las facturas como le sucede, sobre todo, pero no solo, a muchísimos jóvenes que ven cómo la especulación les expulsa de los barrios que los vieron crecer.
Y ante un futuro en el mejor de los casos incierto, un pasado que solo alimentan los recuerdos. Este verano no habrá postal con las de siempre desde Las Médulas porque el fuego las convirtió en cenizas frente a un Alfonso Fernández-Mañueco -el responsable de su gobierno- que tampoco estaba en la zona cuando más falta hacía. “Tengo la mala costumbre de comer”, pronunció el consejero de Medio Ambiente de la Junta, Juan Carlos Suárez-Quiñones.
El nombre cambia, pero el resultado siempre es el mismo: del “error” en los cribados de cáncer de mama de Juanma Moreno Bonilla en Andalucía al servilismo de Alfonso Rueda en Galicia. (…) Cuando los pillas, mienten: la portada de Ha sido ETA de la que el periódico más importante del Estado todavía se avergüenza tras el 11-M, la desinformación en el desastre del Prestige o la guerra de Irak. Todos esos bulos llevan la firma de un Aznar que sigue buscando las armas de destrucción masiva.
Puestos a pedir perdón, que hagan introspección; un mínimo de autocrítica una vez en la vida, y que pidan perdón a un Pablo Casado que mataron políticamente en plaza pública. El único líder del partido que considero que ha demostrado, a pesar de estar en las antípodas de mi pensamiento, tener algo de decencia.
El mensaje que se ha dado con la condena -la sentencia seguimos sin conocerla- con el fiscal general del Estado es clara: estás conmigo (contra Ayuso) o contra mí. ¿Quién confía en una Justicia que mantiene archivadas denuncias desde hace años o que no condena a un agresor sexual -el ejemplo más palpable es el de Dani Alves- por falta de pruebas y lo hace sin las mismas al que persigue la verdad?
“Hay una parte del país que queremos creer en la justicia y tenemos a los propios jueces haciendo todo lo posible porque no lo hagamos”, decía en declaraciones a este redactor Joaquín Urías, ex del Tribunal Constitucional. Ojalá solo fueran ellos; los togados.