Que Vox nace como costilla del cuerpo del PP es solo una cuestión comprobable tirando de hemeroteca. Que Santiago Abascal se crió y se desarrolló en los chiringuitos del PP y con militancia activa en esa formación se puede ver en esa misma hemeroteca.

Que entre la base militante y electoral de los populares hay un sector que siente nostalgia de Franco y no se siente cómodo con la democracia se desvela en cualquier charla de café donde acudan varios militantes y votantes populares.

Que en el Partido Popular conviven desde siempre dos almas —la que viene de Fraga o la que estuvo en los entornos falangistas, junto a la que se siente europeísta y liberal— se sabe desde siempre.

Que no es lo mismo Borja Sémper (al menos el de antes) que el, incluso físicamente mussoliniano, Miguel Tellado o la cursifacha Cayetana Álvarez de Toledo; que no son iguales la cainita, frentista y ultraconservadora Isabel Díaz Ayuso que el liberal José Manuel García-Margallo (doctrinalmente me refiero, intelectualmente ni hablamos), está más que claro.

Que Vox y PP, PP y Vox, son primos hermanos y que, en el fondo —y que ahora empieza a desvelarse—, es más lo que les une que lo que les separa, está en el árbol genealógico de la derecha.

Partido Popular y Vox tienen muchas cosas en común: el ardor pseudopatrio, las banderitas de pulsera, el odio al nacionalismo, la exaltación de los casposos valores de la nación, las corridas de toros en decadencia, el amor a lo privado y el desdén a lo público, el fervor por las cañas en libertad en el barrio de Salamanca, las canciones de verano groseras (“¡Pedro Sánchez, hijo de puta!”), el rechazo clasista y xenófobo al “moro” (si es jeque o con yate atracado en Marbella, no), la defensa de los altares aunque no se practique el Evangelio, el desdén por el mundo LGTBI salvo que el gay sea “uno de los suyos”, la visión del palestino como terrorista y de Israel como defensor armado de sus derechos de invasión y genocidio, la oposición al feminismo porque, en el fondo, el hombre es y será siempre el hombre superior, como defendía la Sección Femenina… y así podríamos estar horas y horas y confeccionar un cuaderno de concomitancias entre las formaciones que presiden Santiago Abascal y Alberto Núñez Feijóo, este último el hombre que llegó del norte con imagen creada —aunque falsa— de moderado y que, en realidad, es más de derechas que el grifo del agua fría.

Sí, ambas derechas tienen muchas cosas en común, muchísimas. Y ahora, tras las execrables palabras del vomitivo Miguel Tellado —“en este nuevo curso político se empezará a cavar la fosa donde reposarán los restos de un Gobierno que nunca debió haber existido en nuestro país”—, se aprecia y demuestra lo que ya sabíamos: que también tienen muchas fosas en común. Les une el odio a la memoria democrática porque no quieren que les recuerden de dónde vienen. Su animadversión a las tumbas, a las fosas comunes o a los fusilamientos de republicanos y a la represión franquista les hace verse en el espejo y contemplar las caras de sus abuelos o bisabuelos represores.

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