El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, y su secretario político, Íñigo Errejón (2d), durante una concentración en Madrid convocada en apoyo al pueblo griego. EFE



No hay gobierno progresista posible sin la participación del centro izquierda. Grecia es un buen ejemplo y España debe tomar nota. Ansiosos por copar la dirección de los asuntos de la nación, ese reducidísimo círculo de elegidos que conforma la dirección de Podemos parece haber aprendido la lección: pese a maniobras verbales propias de la NBA de la comunicación política, los caminos podemitas y los del PSOE se aproximan cada vez más. Un gobierno nacional progresista debería nacer de un pacto entre ambos. Pero, una vez confirmado dicho acuerdo, ¿en qué quedarán las acusaciones que los líderes populistas han vertido sobre la política nacional durante estos últimos años? La huella que estas han dejado es digital e imborrable.

Moderando Podemos
Dicen que los movimientos sociales y los partidos, por radicales que se presenten en un principio, deben moderar sus objetivos y su discurso si quieren perdurar en el tiempo y convertirse en influyentes o incluso en representativos. Es una derivada de la conocida como “Ley de Michels”, que ha cumplido ya un siglo; Robert Michels demostró que los partidos revolucionarios —al igual que el resto de las formaciones políticas, normalmente menos presumidas— responden durante poco tiempo a sus postulados iniciales: llega un momento del desarrollo y burocratización del aparato político en el que el partido ya solo responde a las intenciones de voto y a sus objetivos particulares. Los medios son ya los fines. Así ha ocurrido normalmente en la Historia de la democracia y nadie podría creer que un puñado de galos salidos de las aulas complutenses pudiera cambiar esta casi ley social “en dos patadas”.

Pacto con el PSOE 
Por estas razones, la constante denuncia de Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón contra la supuesta “casta” existente en el sistema político español pecó desde el principio de adanismo y de una ingenuidad mal disimulada. El discurso de denuncia se transformó en otro de “cambio” y, finalmente, en uno de posibilismo: pese a que PP y PSOE forman parte del mismo monstruo de dos cabezas, Podemos afirma que podría pactar con los socialistas a cambio de un programa común. Una versión algo edulcorada de la “teoría de las dos orillas” con la que Julio Anguita suicidó al PCE-IU a lo largo de los años noventa. Algo que demuestra que Errejón e Iglesias saben leer y, además, que sienten una atracción por los sillones ligeramente superior al otrora incontestable califa cordobés.

Evolución
Por esta razón, Podemos, que arrancó del partido troskista Izquierda Anticapitalista y abanderó durante unos meses el anticapitalismo televisivo, ha dejado ya de ser revolucionario, anti euro e incluso ha llegado a abrazar la socialdemocracia escandinava. ¿Por qué no, entonces, pactar con los socialdemócratas del PSOE? En este sentido se sitúan las declaraciones más recientes del secretario político y número dos de la formación, Íñigo Errejón, que se muestra favorable a un pacto parlamentario después de las elecciones de final de año. Dicho pacto quedaría sujeto, eso sí, a que el PSOE cumpliera un verdadero programa de cambio marcando distancias con la última etapa de Gobierno socialista. Por consiguiente, Rubalcaba sería casta y Pedro Sánchez, cambio, si este así lo decidiera.

El oportunismo en la política
Pero atrás queda el rastro de miles de denuncias públicas contra los socialistas como componentes de una alternativa a derrotar para garantizar el empoderamiento de “la gente”. Las diatribas contra Rubalcaba no tienen ya nada que ver con las conversaciones mantenidas con Pedro Sánchez —ni con los encuentros  con ex dirigentes con José Bono y Rodríguez Zapatero. La política es oportunista en ocasiones, y la hemeroteca digital se ha convertido en una dura prueba contra los partidos más atrevidos. Ahora que borrar el pasado resulta algo más que complicado, al Podemos pactista no le dejarán de pitar los oídos. Quedan pocos meses para el momento clave de la legislatura.