Se podría decir que lo de James Rhodes por España es devoción, casi pasión. Así lo dejó claro en el artículo que escribió en El País el pasado mes de mayo.

“A lo mejor no me creéis, pero no os miento si os digo que aquí todo es mejor. Los trenes, el metro, los taxistas, los desconocidos amabilísimos, el ritmo de vida tranquilo, la asombrosa capacidad de insultaros los unos a los otros (pasando de la madre o de la actividad sexual de nadie, vosotros recurrís a peces, espárragos y leche, un arte digno de Cervantes), el idioma increíble (contáis con quisquilloso, rifirrafe, ñaca-ñaca, sollozo, zurdo o tiquismiquis, que podría ser mi apodo). Vuestro diccionario es el equivalente verbal de Chopin. Me parece guay del Paraguay la cantidad de fumadores empedernidos que hay aquí, mandando a la mierda a todos los médicos y a los gilipollas moralistas de Los Ángeles. Son asombrosas la cordialidad del vive y deja vivir y la generosidad. El premio a la croqueta del año. El respeto que os inspiran los libros, el arte, la música. El tiempo que dedicáis a la familia y al descanso. A las cosas que importan.”

En aquellas líneas recogía toda una retahíla de sentimientos de adoración por Madrid, por España y cada rincón de este país. Ayer, en su perfil de Twitter, hizo referencia a la famosa agua del grifo de Madrid.

Por supuesto la gente ha recalcado el “nivel” del agua del grifo de Madrid y han prevenido al pianista sobre el agua de las islas o de la costa.