La premios literarios no tienen buena fama. Por despecho de autores, de lectores, sospechas sobre su transparencia… Pero, más allá de consideraciones y desvíos en su función, estos galardones tienen al menos dos posibles razones de ser: quieren crear lectores o afianzar autores. En España, el boom de los premios literarios se produjo en la posguerra. Fueron un factor básico para el desarrollo de la novela autóctona de los 40 y 50, y ya en los 60, de los escritores iberoamericanos. Miguel Delibes o Juan Marsé se dieron a conocer gracias a este tipo de galardones, y así, los lectores y hasta la prensa comenzaron a tomar los premios como faros guía para orientarse en las librerías.

El Planeta crea lectores, el Nadal descubre autores

Eso sí, estuvo siempre claro que no todos los premios perseguían la misma meta. El Planeta, aún hoy uno de los más populares de nuestro país y de los que mayor dotación económica y tirada de edición ofrece, nunca ha ocultado que su intención, desde que se creó en 1952, no ha sido apostar por valores literarios nuevos, sino conseguir nuevos lectores. Y así, su jurado ha apostado por obras conservadoras en forma y fondo, para todos los gustos, poco problemáticas y de nombres conocidos, incluso a veces procedentes de otros terrenos de la cultura o la actualidad más allá del literario. En su edición de 2015, por ejemplo, se optó por el conocido cineasta Sánchez Arévalo como finalista. Sin embargo, el Nadal o el Herralde siempre han pasado por impulsar a autores más desconocidos y textos más rompedores; por ejemplo, el Nadal fue el galardón que encumbró a Carmen Laforet con Nada, que abrió nuevos caminos en la literatura española. Estos objetivos dispares son una constante en los premios españoles: galardones institucionales como el Cervantes o el Princesa de Asturias, o privados como el Biblioteca Breve de Seix Barral, el Premo Jaén de Novela, o el Premio de Novela Café Gijón, se consideran de corte más literario. Otros, como el Premio Primavera o el Alfaguara, se tildan de más comerciales, menos arriesgados.

Premios hasta en los bancos

Además, con los años, cuando las editoriales descubrieron que los premios podían ser sinónimo de más ventas, comenzaron a abusar de su creación; así, se han ido creando galardones para todos los géneros (el Premio Minotauro en género fantástico, el Premio RBA de Novela Negra...). Y la propagación se extendió como un efecto contagio a áreas como bancos, cajas de ahorro o instancias locales o provinciales, con los ayuntamientos o las diputaciones convocando sus propios certámenes. Y así hemos llegado al impresionante número de premios literarios que existe hoy, que colocan a España a la cabeza de todos los países del mundo en estas distinciones, incluso a pesar de que el 35% de la población, según el CIS, no lee “nunca o casi nunca”. Y eso que a raíz de la crisis se han eliminado muchos premios, por ejemplo los que concedían las extintas cajas de ahorros, y se ha rebajado, en general, las dotaciones económicas. De acuerdo con los datos de la Agenda de Concursos Literarios de Artgerust, en nuestro país se conceden más de 3.500 premios literarios anualmente, entre concursos y distinciones, y cada vez son más los escritores noveles que se postulan a ellos, aparentemente para darse a conocer, pues, de acuerdo con la Agenda, si de media en España las editoriales reciben más de 1.000 manuscritos o propuestas por año, sólo alrededor de unos veinte de ellos acaban siendo publicados. Y en esta vorágine, a los premios se los ataca desde frentes diversos. Por ejemplo, los hinchas literarios quedan descontentos porque sus plumas favoritas no se ven recompensadas con un galardón, queja bastante habitual en el Premio Nacional de Narrativa, por ejemplo. En relación con los premios que conceden los ayuntamientos, se suele criticar su escasa aportación al mundo de la literatura. También se critica que los premios puedan llevar a confundir o mezclar demasiado los conceptos de cultura, educación y mercado.

Visibilizan la litratura

Aunque, por supuesto, la crítica que se lleva la palma en esto de los premios es la de falta de transparencia. Se habla de premios pactados, premios que sólo son limpios cuando no encuentran un ganador previo y premios que son siempre limpios porque no tienen demasiado prestigio o dotación económica. Y en una sociedad donde tanto se publica (de acuerdo con los datos del Observatorio de la Lectura y el libro, el año pasado se publicaron en España 18.310 títulos, y por cada 100 ejemplares vendidos, se han producido 160), se plantea si los premios tienen la capacidad real de aumentar sustancialmente la venta de un texto o mejorar la vida del autor. Aunque los premios también tiene defensores, por ejemplo por constituir una manera de visibilizar la literatura, de modo que resulta coherente que en un país como el nuestro donde se lee mucho menos que en otros, los premios se utilicen  como una estrategia, por un lado, de promoción de la lectura y, por otro de mercado.