Decía la semana pasada Beatriz Talegón en una columna de opinión para este diario, en el contexto de la decisión del Tribunal Supremo de paralizar la exhumación de Franco, que “hemos estado 40 años manteniendo a los herederos del franquismo (…) Vivimos en una siguiente fase de la dictadura franquista. (…) ahora, por fin, se entiende todo: la democracia está aún por hacer. Digan lo que digan”.

Es evidente, hasta para el observador menos avezado, que si vivimos en una democracia algunos lo disimulan muy bien; y es de tener en cuenta que, como he leído en algunos medios de comunicación, el Tribunal Supremo está vinculado supuestamente al Opus Dei; en este punto con la Iglesia, que no se caracteriza precisamente por su defensa de la democracia sino por todo lo contrario, hemos topado. Con la Iglesia y con la monarquía, que tanto monta.

El origen de la restauración de la monarquía en España es un tema ampliamente cuestionado y debatido. Un sector importante de la sociedad la considera ilegítima porque fue impuesta por el dictador y porque no ha pasado por las urnas. Sería necesario para conseguir esa legitimación democrática que otorga el deseo de la mayoría el que la monarquía se decidiera, o no, a través de un referéndum. Parece, al menos hasta el momento, una tarea perdida, aunque es, por supuesto, una asignatura pendiente para poder desvincular a la monarquía de los cuarenta años de abuso y de tiranía de la dictadura que nos precede.

Sin embargo, diversos colectivos y veintiocho universidades de todo el país llevan meses, desde noviembre de 2018, celebrando una consulta popular simbólica y no vinculante en los campus universitarios y en algunos barrios de Madrid. En resumen, hasta ahora los resultados de esta consulta popular otorgan mayoría absoluta, en un 80-90% de media a la República como forma de gobierno preferida por los españoles. En esa tesitura dudo mucho que la monarquía consienta en depender de un referéndum que, con toda probabilidad, le sería muy desfavorable; aunque permanecer en esa coyuntura, dando la espalda a la voluntad de la mayoría, desde luego que no es nada democrático.

Decía el recientemente fallecido Eduard Punset que “es una verdadera paradoja que en el siglo XXI estén conviviendo la revolución tecnológica y cibernética junto a instituciones medievales”. Y, aunque el propio Punset decía que “Dios es cada día más pequeño y la Ciencia es cada vez más grande”, es obvio también que, en esencia, vivimos flanqueados por esas dos instituciones, monarquía e Iglesia, que son piramidales y jerárquicas, y cuya propia definición contiene la antítesis misma del pensamiento democrático y las bases ideológicas que sustentaba al franquismo.

No es extraño, por tanto, que nuestra sociedad siga impregnada de los valores y la “moral” que se ha expandido durante muchos siglos a favor del poder tradicional y que se podrían resumir en los consabidos dios, patria y rey, aunque habría que añadir otra consigna que se nos hace muy evidente: crueldad. Y no es extraño que en nuestro país estén proliferando organizaciones políticas y sociales que se alinean con ese pensamiento dogmático y ultraconservador, cuando no reaccionario. El PP, Ciudadanos y, por supuesto, Vox son un rotundo y clarísimo ejemplo de aquello en lo que se puede convertir la derecha cuando no es democrática. Y no es pecata minuta, porque, a pesar de ser una elección minoritaria de los españoles, Vox se ha infiltrado en la vida institucional española; ha permitido, por ejemplo, desbancar a Carmena de la alcaldía de Madrid, a favor de un gobierno de coalición de las derechas que, según parece, no rechazan los postulados de la ultraderecha, aunque se cansan de llamar a la socialdemocracia ultraizquierda.

Y Felipe VI haciendo discursos que evidencian líneas de pensamiento cercanos a esos postulados; y apareciendo en algunas corridas de toros últimamente, afianzando la secular alianza entre la monarquía y la Iglesia con esas “tradiciones” bárbaras y crueles que insensibilizan y embrutecen a la sociedad manteniéndola zote y bárbara. No beneficia el monarca con ello a esa parte de la sociedad española, que es la mayoría, que quiere un país democrático, avanzado, civilizado y, por supuesto, defensor de los derechos humanos y animales, porque en esencia todo va realmente en el mismo lote.

Y fuera de nuestras fronteras existe preocupación por el franquismo que aún perdura, a todas luces, en nuestro agotado país. Leía hace unos días una editoral del 10 de junio del diario francés Le Journal du Dimanche, titulado directamente: El franquismo en verdad no está muerto. La introducción exponía literalmente: “La justicia española ha suspendido el traslado de las cenizas de Franco, que iba a tener lugar el lunes, para el gran deleite de los nostálgicos de la dictadura”. Y así están siendo las cosas.