Que el PP de Almería haya decidido presentarse en una manifestación contra la corrupción justo cuando su estructura provincial se encuentra bajo el escrutinio público por presuntas irregularidades no ha pasado desapercibido. El contraste entre el discurso y su realidad interna ha generado una corriente de críticas que cuestiona la coherencia del gesto político. La imagen del partido exigiendo regeneración democrática en Madrid, mientras en Almería lidia con dimisiones, detenciones e investigaciones en curso, se ha convertido en un nuevo símbolo de la contradicción política en la que viven instaurados los populares.
La presencia de representantes almerienses en el Templo de Debod, uno de los actos más señalados organizados por la dirección nacional del PP, fue interpretada por una parte de la ciudadanía como un intento de limpiar la imagen del partido a través de una puesta en escena potente y de alto impacto visual. Sin embargo, la operación no pareció surtir el efecto deseado. La foto, compartida por la estructura provincial a modo de gesto reivindicativo, terminó desencadenando una ola de comentarios irónicos, preguntas incómodas y mensajes que ponían el foco en lo que consideran la verdadera raíz del problema: la falta de credibilidad.
En redes sociales, la respuesta fue inmediata. Usuarios que repetían, casi a modo de coro, acusaciones de hipocresía política inundaron los comentarios de la publicación oficial del PP de Almería. “Los corruptos en una manifestación anti-corrupción,… sois unos cachondos”, escribía uno. Otro preguntaba: “¿Ha ido el presidente de la Diputación?”. Y no faltaron quienes elevaron el tono: “Panda de sinvergüenzas”, “Tenéis los huevazos más grandes que los del caballo de Espartero”.
La caída de un entramado político que parecía eterno
Y es que el partido en Almería atraviesa uno de los momentos de mayor incertidumbre en su historia reciente. Lo que durante años fue considerado un bloque monolítico, difícil de erosionar electoralmente y con un dominio institucional consolidado en ayuntamientos, diputación y estructuras internas, hoy parece resquebrajarse a plena luz pública. Los casos de corrupción que han salpicado a la dirección provincial no solo han alterado el rumbo político local, sino que han abierto una brecha profunda entre la militancia, las bases sociales que sustentaban al partido y una ciudadanía que observa con creciente escepticismo cada movimiento que sale desde su sede.
Las investigaciones judiciales que afectan a figuras hasta hace poco intocables dentro del organigrama del PP almeriense no son episodios aislados ni fáciles de minimizar. Según diversas filtraciones y documentos aportados a los tribunales, se investiga la posible existencia de redes clientelares, amaño de contratos financiados con dinero público, así como flujos económicos opacos que podrían haber sido utilizados con fines partidistas o particulares. Estas acusaciones, que hace unos meses habrían parecido impensables para muchos dentro del partido, han supuesto un golpe directo al núcleo de poder que la formación conservadora mantenía en la provincia desde hace casi treinta años. Almería, que durante décadas fue terreno fértil para el PP, se ha convertido en un mapa de interrogantes que nadie dentro del partido parece saber cómo reconducir.
Feijóo eleva el tono en Madrid
La controversia por la presencia del PP de Almería en el Templo de Debod no puede entenderse sin observar el contexto general de la convocatoria. El pasado domingo el Partido Popular reunió a miles de simpatizantes frente al monumento para protestar contra lo que calificaron como una deriva corrupta del Gobierno de Pedro Sánchez. Banderas, consignas y un mensaje único —elecciones ya— marcaron un acto de alto voltaje político en el que participaron destacados dirigentes nacionales y provinciales. El objetivo, según el propio partido, era defender la democracia y denunciar el deterioro institucional del país. Sin embargo, la puesta en escena adquirió una dimensión mucho más compleja al coincidir con el desmoronamiento reputacional del PP en Almería.
Desde primeras horas de la mañana, el entorno del Templo de Debod se llenó de pancartas, megáfonos y cámaras. La dirección nacional desplegó un discurso duro en el que Alberto Núñez Feijóo exigió el fin de la legislatura y acusó directamente al Gobierno de degradar las instituciones. La narrativa buscaba proyectar firmeza, unidad interna y un mensaje contundente contra la corrupción. Pero la presencia visible de delegaciones provinciales con casos abiertos —entre ellas la almeriense— alteró la lectura del acontecimiento. Lo que para la organización debía ser una demostración de fuerza terminó convirtiéndose en un escaparate involuntario donde las contradicciones internas quedaron expuestas.