Imagínense una escena.

Pedro Sánchez, nervioso, en mangas de camisa y visiblemente sudoroso disimula con paso firme y sonrisa marca España su camino hacia el salón de butacas en el que él, solo, revisando papeles y tratando de entender las indicaciones lejanas de un par de asesores, se concentra para la subasta. En juego está la presidencia, con todos sus extras: contrato de arrendamiento de La Moncloa, parking gratuito, Falcon, secretarios de Estado, ministros, poder, un pedacito más de historia y la segunda edición del Manual de Resistencia encargado a Península.

El presidente sabe que hay mucho en juego, pero también que si él se levanta de la silla y renuncia al pago –“¡amnistía!”, grita Nogueras (Junts). “¡Compro!”, contesta Sánchez, que mira de reojo el gesto de aprobación de Bolaños, a lo lejos-, serán los propios subastadores quienes corran detrás de él para pedirle, por favor, que vuelva al salón, se siente y pulgar arriba autorice algo que permita a las partes ganar el relato –“¿referéndum?”, pregunta contrariado y levantándose el presidente. “Una mesa de negociación…”, implora un Rufián en busca del próximo eufemismo-. Hay trato.

Nacionalistas catalanes, Sánchez y hombres fuertes se limpian la frente. Suspiran. Brindan. El camino empieza a ser más liviano. Turno de PNV y EH Bildu. Cunde el pánico. Se ha dejado el pinganillo, y el euskera es imposible hasta en la intimidad. ¡Kabenzotz!

Empiezan las negociaciones

Pedro Sánchez cree en su investidura. Se avecinan semanas de poco sueño, mails y llamadas a las tantas. Es el momento de la verdad. Sin embargo, fuera de toda liturgia literaria, los números dan y la alternativa es una repetición de elecciones que sería una auténtica lotería para los partidos implicados en las negociaciones. Es en esa delgada línea de intereses partidistas y miedos personales donde se moverán unas negociaciones que por el momento se han circunscrito al ámbito privado, fuera de agenda oficial. Conversaciones demasiado indiciarias para medir el termómetro de las hipotéticas alianzas que se conformen tras las reuniones bilaterales de alto nivel.

El presidente del Gobierno en funciones ha sido avalado por todas sus delegaciones territoriales a negociar con los nacionalismos la hoja de ruta del próximo gobierno, previsiblemente en coalición con Sumar, que ya empieza a poner nombres sobre la mesa para ocupar los cuatro ministerios que creen que les corresponden. No obstante, no será fácil. Yolanda Díaz ha tardado, pero, de golpe, ha decidido dejar de abrazar a Pedro Sánchez y no dar por hecha la coalición. Algo está pasando. Empieza el juego del poder.

Sánchez, y su equipo negociador, tienen en su mano una carta importante: si los nacionalismos y socios habituales no reducen sus expectativas, la repetición electoral puede acabar derivando en un horizonte mucho menos provechoso para sus intereses como contrapeso constante del Estado. Fondos, exigencias, órdagos y condiciones sine qua non pueden quedar en papel mojado si aprietan demasiado. Los socios, en cambio, juegan con el futuro del presidente: la izquierda ha aguantado el arreón de Alberto Núñez Feijóo y sus potenciales socios por la mínima, apenas cuatro diputados. Un escenario demasiado imprevisible para volver a las urnas con la garantía de, al menos, retener lo conseguido. El crupier es el tiempo y los integrantes de la mesa deben empezar a hablar.

Será este martes cuando el líder del Ejecutivo, tras ceder protagonismo a un Feijóo sin apoyos, pida la confianza al rey Felipe VI para ser designado como candidato a la investidura. El tiempo para negociar lo calculará el propio presidente en conjunción con la presidenta del Congreso, Francina Armengol. Hasta el momento, la máxima premisa, coordinada por Ferraz y Moncloa, era la “discreción”. Nadie quería decir nada, más allá de opiniones y alguna que otra filtración interesada. Una vez oficializada la condición de candidato de Sánchez, cada movimiento será sometido a un proceso de luz y taquígrafos, a un análisis pormenorizado de sus consecuencias y a una guerra por vencer el relato de la dualidad entre las oportunidades y las cesiones.

Todos los implicados tienen ante sí una difícil situación. Mucho que ganar y riesgo de perderlo todo. Por el momento, los socios buscan encarecer la subasta, persuadir al PSOE y fijar las reglas del camino a la entronización del presidente. A esto hay que sumarle las batallas internas entre aquellos que mantienen una guerra fratricida: ERC y Junts buscan capitalizar la clave catalana; PNV pide un mayor respeto a sus siglas frente a EH Bildu; Podemos se desmarca de Sumar y Yolanda del PSOE a la par que ambos abren el próximo casting del quién quiere ser ministro: ¿médico y madre? Interesante. ¿Exalcaldesa de Barcelona? Preguntar a Collboni. De fondo, un leve canto de voz pronuncia tres sílabas. Prestan atención, no es fácil: mon-te-ro, mon-te-ro, mon-te-ro. "Repetirá en Hacienda", disimula un espabilado. 

Preguntamos a Ferraz y a los socios. ¿Cómo encaran las negociaciones? Irene Montero, referéndum, fondos, amnistía… ¿son exigencias reales o estrategia de máximos? Silencio coordinado. Empiezan las conversaciones: pragmática frente a erótica del poder. Los teléfonos ya suenan.