Aunque pueda parecer lo contrario, Pedro Sánchez no es más odiado por las derechas de lo que lo fueron en su día Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. Contra el primer presidente socialista, el periodismo peliculero y la justicia justiciera, en connivencia con el dinero saqueado en Banesto, urdieron el llamado ‘sindicato del crimen’, cuyos estatutos tenían un único punto: ‘Todo vale para acabar con este tipo’. A Zapatero lo tildaron de cándido, de simple, de temerario, de inútil, de proetarra… pero lo cierto es que mejoró de manera efectiva e inequívoca la vida de mucha gente que desde su mandato dejó de estar amenazada por ETA, pudo contraer matrimonio libremente, se cobijó bajo el paraguas de la dependencia o se vio libre del humo de los fumadores.

Las furiosas emociones que suscitan los presidentes socialistas en las multitudes conservadoras guardan cierta correspondencia pero en ningún caso simetría con las albergadas por sus homólogas progresistas con respecto ni a Mariano Rajoy ni al José María Aznar anterior a la guerra de Irak y sobre todo anterior al 11-M; el Aznar en el papel de comparsa de las Azores suscitó grandes antipatías populares, pero no tantas como haberle hecho perder las elecciones de 2004 que, aunque por la mínima, habría vuelto a ganar de no ser por las abyectas y clamorosas mentiras sobre el múltiple atentado de Atocha, puestas súbitamente al descubierto por la diligencia, la eficacia y la suerte de los investigadores. Aun así, muchos en el PP siguen creyendo que quien acabó con Aznar fue Iñaki Gabilondo y no el propio Aznar.

Realidad y propaganda

Es obvio que los errores cometidos por González y Zapatero no fueron ajenos a su caída. Tampoco, claro está, fueron ajenas a ella las ponzoñosas descargas que las baterías mediáticas de la derecha escupían incesantemente contra ambos, y no tanto por hacer lo que hacían como por ser lo que eran: políticos de izquierdas. El enigma no está en el qué sino en el cuánto: la cuestión no es qué factores influyeron en su desalojo del poder, sino cuánto lo hizo cada uno de ellos, cuánto los errores y cuánto los periódicos, cuánto la realidad y cuánto el relato sobre ella, cuánto la verdad y cuánto la propaganda.

En nuestros días, lectores críticos de ese relato y observadores atentos de esa realidad –el sobrio periodista Jesús Maraña, el sereno economista Juan Torres o el brilllante articulista en excedencia Francisco Romacho, por poner solo tres ejemplos– vienen sosteniendo que el factor determinante de la pérdida de apoyo popular de Pedro Sánchez, según todas las encuestas, son los medios conservadores, que habrían creado artificialmente un estado de opinión adverso al presidente tan falsario, poderoso y convincente como para preterir o enterrar en la memoria colectiva los muchos logros del Gobierno y su compromiso con las clases populares. Resumiendo mucho, para tales analistas la culpa de que las derechas vayan por delante en las encuestas sería de los medios al menos en un 70 por ciento y si acaso en un 30 del propio Gobierno.

Tal hipótesis tendría, sin embargo, dificultades para explicar por qué González ganó sucesivamente las elecciones en 1986, 1989 y 1993 y por qué lo hizo Zapatero en 2008, cuando en todas esas fechas, pero muy singularmente en 2008, la estructura de la propiedad y el sesgo ideológico de los medios no eran muy distintos de como son ahora. Aunque el huracán de las redes sociales engulla los hechos y arrase la verdad de forma mucho más incontestable y masiva que los ‘ansones’, ’pedrojotas’ y ‘fededicos’ de antaño y hogaño, el impacto de las redes no difiere hoy sustancialmente del que operaba cuando Pedro Sánchez ganó las elecciones locales, autonómicas y generales en la primavera de 2019 y volvió a hacer lo mismo en las legislativas de noviembre de ese año. 

Pecados propios, abusos ajenos

Ciertamente, las derechas mediáticas pintan un Pedro Sánchez dispuesto a arruinar a España con tal de mantenerse en el poder, pero ese retrato no es muy distinto del que hacían de Felipe González a finales de los 80 y principios de los 90. Lo que en el caso de Pedro desconcierta a tantos observadores es el contraste entre los malos presagios electorales y su más que notable hoja de servicios. La causa de ello tal vez habría que buscarla, por una parte, en el controvertido perfil de los aliados independentistas del Gobierno y, por otra, en la falta de cohesión y unidad de acción del propio Gobierno, pero ni lo primero ni lo segundo son invención de los medios, aunque estos procuren magnificarlos hasta extremos deontológicamente inadmisibles. 

Felipe en 1996 y Zapatero en 2011 perdieron las elecciones más por los pecados mortales que habían cometido que por haber engordado abusivamente los medios conservadores sus pecadillos meramente veniales. Si Pedro Sánchez y Yolanda Díaz pierden las elecciones en 2023 será, en primer lugar, por los pecados cometidos en el legítimo ejercicio del poder y, solo en segundo, por los perpetrados por el periodismo en el ejercicio abusivo del suyo.