Los rostros de alegría evidenciaban el devenir de una noche histórica en Ferraz. Los datos de participación acentuaban las sonrisas, sabedores de que sus intereses serían más factibles si la ciudadanía registraba una buena cifra. Más de 300 periodistas acreditados observaban al detalle cómo la militancia comentaba con cautela que hoy era el día de dar portazo a los detractores.

Sánchez fue defenestrado. Luchó contra viento y marea por el liderazgo del PSOE, ganándose el respeto de la militancia y dando un golpe de efecto interno a aquellos que denostaban su labor. No ha sido sencillo. Los simpatizantes agolpados a las puertas de Ferraz lo recuerdan y lo vitorean relamiéndose los labios por un presidente que ha vencido a las apuestas e incluso al juego sucio.

Los tiempos han cambiado. La labor de Casado se pone sobre el filo de la navaja, será la hora de dirimir si finalmente es él quien tiene las horas contadas. Sánchez saca pecho y entre gritos de “¡Presidente, presidente!” disfruta del baño de masas que tanto se le ha resistido.

La campaña empezó embarrada por la demostración de fuerza mostrada por la derecha en Colón, por el batacazo electoral en Andalucía y por el rechazo a los Presupuestos Generales del Estado de los independentistas. Desde ahí, al cabeza de lista socialista le han dicho de todo. Ha aguantado todos los improperios que le vertían populares, ultras y naranjas con un temple de dignificar.

Ese centrismo en las formas, dejando que fueran los demás los que se subieran al ring del desdén mutuo, sumado a las medidas sociales anunciadas a bombo y platillo le han valido al equipo socialista para noquear a sus adversarios este 28 de abril.

Lágrimas en los ojos y abrazos entre desconocidos. Como en toda buena fiesta, el júbilo provoca situaciones anormales. Caídas, risas desbordadas y un sentimiento que ha sobrepasado lo esperado. La extrema derecha ha conseguido reunir a la izquierda. Provocar un porcentaje de voto que no se recordaba en España desde hace mucho. Hoy no es Colón: es la Calle Ferraz la que acumula un sentir vencedor. No hay odio ni mensajes reaccionarios, se vive un latir socialista como no se recuerda desde hace tiempo.

"Haremos un gobierno sin cordones sanitarios", contestaba un Sánchez en mangas de camisa a sus seguidores. Con paso tranquilo y sin estirar demasiado el discurso. Ha pedido a la ciudadanía que vuelva a repetir el 26 de mayo, ha recordado lo que le ha costado volver a la primera línea y ha reivindicado una España y una Europa socialistas. Los militantes que se han apiñado frente a la sede han gritado de forma evidente: "¡Con Rivera no!".

Por ahora llega el momento de celebrar los resultados. Mañana las decisiones se someterán a debate en las mesas de negociación. La militancia tiene un mensaje claro. El argumentario bronco y faltón de Rivera no ha sentado nada bien. No piensan perdonárselo. Los tiempos de mirar a derechas han pasado, los naranjas ya no representan la moderación ni el talante democrático. El espíritu de la Transición que decían defender lo han perdido por el camino.

Pero todo eso será mañana. Esta noche se alargará en la sede del partido fundado por Pablo Iglesias. Los acordes del himno socialista darán paso a la Internacional. Sánchez ha demostrado que sabe ganar elecciones, como algunos tiempo atrás le reprochaban. Se ha erigido como el líder del PSOE por derecho propio. Contra todo pronóstico, Sánchez ha vencido a todos y hoy nadie puede poner en cuarentena sus capacidades.