Los tiempos más oscuros de Vox han salido a la luz en 'Yo, Macarena', el libro en el que Macarena Olona ha contado por primera vez cómo vivió su estancia en Vox y el fracaso de las elecciones autonómicas andaluzas, tras las que abandonó la primera línea política. La exportavoz de Vox en el Congreso explica, en un epígrafe del libro, cómo fue una noche electoral en la que "se sintió una completa intrusa" y donde la incomodidad fue la principal protagonista. A su vez, Olona hace referencia a un momento muy personal: cuando su madre se enfrentó a la cúpula de Vox a raíz de los malos resultados electorales y de notar que el ambiente con el que estaba teniendo que lidiar la alicantina no era bueno.

"Fui a prepararle el cuerpo a mi madre, que ya sabía desde hacía tiempo lo que se cocía porque tiene esa inteligencia natural de la calle, la que te permite leer rostros, poner oído y mirar con el rabillo del ojo para anticiparte, y me bajé de nuevo para preparar el discurso. Propuse dar una rueda de prensa y todos lo descartaron. Me dijeron que, si quería, que la diese al día siguiente, que ahora salíamos ante «los nuestros». Sin saberlo, hacía tiempo que no eran «los míos»", expone Olona en las páginas de su libro, señalando que su madre ya había anticipado que algo como lo que estaba ocurriendo podía pasar.

"Mi madre luego me contó que le había espetado (a Kiko Méndez-Monasterio) que vaya la que le habían liado a su niña. En ese momento no estaba de acuerdo con ella. Mi tristeza no llevaba odio ni intentaba buscar culpables, mi tristeza era plena, interna, aún estaba mezclada con la sorpresa de lo inesperado", escribe, dejando ver que en el momento simplemente estaba triste y no trató de encontrar culpables del mal resultado electoral y de la situación interna del partido.

"Vaya la que le habéis liado a mi niña"

La noche del recuento fue fatal para la ex candidata a la Junta de Andalucía. En las páginas de 'Soy Macarena', cuenta que estuvo encerrada en una habitación de hotel con Santiago Abascal, Kiko Méndez-Monasterio, Jorge Buxadé, Javier Ortega Smith, Iván Espinosa de los Monteros y Manuel Mariscal, y narra que fue "uno de los días más feos" que jamás ha vivido.

"El núcleo duro estaba entre cuatro paredes, y los demás, en la terraza del hotel de Sevilla donde el partido había organizado la celebración de la noche electoral. Poco antes del cierre de los colegios electorales apareció Cristina, la maquilladora que me acompañó durante casi toda la campaña, una buena amiga. Me metí en el baño con ella para arreglarme mientras todos los demás estaban apiñados alrededor de una mesa viendo la tele, en silencio, esperando a que comenzase el recuento. El ambiente de esa habitación estaba viciado, las caras hablaban lo que las bocas callaban, yo estaba desconectada de la realidad, pero me sentía una intrusa, una cumpleañera en mitad de un funeral. Lo achaqué a la tensión, a los nervios naturales de las citas electorales, a la incertidumbre de no saber si nos iba a ir bien o muy bien, porque ya saben que mal se suponía que no era una opción. Tan enrarecido estaba el clima que, al salir del baño después de pasar por chapa y pintura, traté de romper el iceberg que había en la sala para destensar un poco: “Bueno, ¿por qué nadie está diciendo lo guapa que estoy?”. Ni una sola palabra, alguno ni siquiera levantó la mirada de la pantalla del teléfono para mirarme. Raro, pensé, muy raro”.

“Por primera vez se rompió el silencio en la sala y hubo quorum para, incluso en ese momento, seguir negándome lo que llevaban tanto tiempo diciendo que era imposible. Se oyeron frases como ‘Este es un vendido del PP’, ‘No es posible’ y ese tipo de comentarios de niños queriendo cuestionar lo que, a todas luces, ya era incuestionable. En ese momento, me levanté de la silla, pegué un taconazo y les dije: ‘Hay que empezar a asumir que hemos perdido las elecciones y que el PP va a sacar mayoría absoluta. Comenzad a preparar el discurso para salir ante los medios. Narciso no se va a jugar su prestigio ni el de GAD3 de esa manera cuando en menos de una hora sabremos cuáles son los verdaderos resultados’.

En definitiva, el ambiente cada vez iba tensándose más y pareciéndose, según describe Olona, al de “una de esas películas antiguas de suspense en las que llega el desenlace y, después de la reconstrucción de los hechos por parte del audaz inspector, se acaba revelando quién es el culpable y todos los demás personajes se giran para mirarlo”.

“Pues eso mismo noté yo: miradas llenas de reproche y recriminación, algunas, incluso, llenas de esa satisfacción de los mediocres cuando ven que alguien a quien odian fracasa”.

Olona también cuenta cómo fue el desenlace de esa noche en la que pasó de todo: el encierro con las figuras duras de Vox, la tensión e incomodidad máximas que tuvo que vivir, el episodio de su madre y las miradas culpabilizadoras. 

"Comparecí con todos los rostros visibles y largos de Vox menos Ortega Smith, que se incorporó después porque estaba haciendo una conexión con el programa de televisión El gato al agua. Ese discurso fue uno de los retos más complicados que he tenido que afrontar en mi vida. Estaba deshecha, derrotada, sin fuerzas. Pero, sobre todo, estaba sola. Acompañada, pero sola. Lo había estado en esa habitación durante el recuento, lo estuve sobre aquel escenario. En cuanto terminó la comparecencia, salí de allí pitando con mi familia y los miembros más cercanos de mi equipo hacia el hotel en el que nos hospedábamos, donde había preparado un ágape que nunca nos comimos. (…) En el vestíbulo del hotel les pedí que me dejaran sola. Subí a la habitación y descorché la pena de mis ojos y de mi pecho. Fue un fracaso, un fracaso de expectativas”.