En los últimos tiempos hemos asistido a un fenómeno llamativo; la visibilización por parte de los grandes medios audiovisuales de programas y documentales relacionados con casos de machismo. En España ha tenido especial repercusión el documental dedicado al caso Nevenka, la joven concejala de Ponferrada que sufrió hace veinte años acoso sexual por parte de su jefe, Ismael Álvarez, al que venció de forma hercúlea en los tribunales -siendo pionera en España del me too-. A este se une la entrevista seriada emitida el domingo pasado que nos sorprendía con el desgarrador testimonio de Rocío Carrasco. Quiero destacar estos dos casos, además de por su impacto, porque observé un mismo rasgo común en ambas vivencias, la necesidad de hablar. Ambas mujeres usaban incluso el mismo término: verbalizar.
Esto no es baladí. Cuando hablo de machismo me gusta poner ejemplos prácticos que nos ayuden a entender la amalgama teórica que empleamos las feministas para interpretar la realidad. Cuando decimos que el patriarcado es un sistema nos referimos a que existen muchos resortes en nuestras dinámicas sociales, económicas y culturales que hacen funcionar el mandato de la dominación de los hombres sobre las mujeres. Pues bien, uno de estos resortes es el silencio de las víctimas. El patriarcado funciona porque socialmente las palabras, las decisiones y los actos de las mujeres siguen sujetos al juicio ajeno, porque estamos educadas en vivir a través del pudor, en merecer o ser responsables de lo que nos pasa; aprendemos a experimentar la vida desde la culpa, la individualidad y la vergüenza. Además, la violencia machista sigue muy ligada a las lógicas domésticas, más concretamente a la intimidad y al aislamiento.
Por todo esto, romper la cadena del silencio tiene un valor transformador, más allá incluso del programa o del testimonio en sí al que me refiero. Entiendo las críticas que se han vertido sobre el formato que se usó para exponer el caso de Rocío Carrasco, sin embargo, el enorme valor de escuchar en un espacio televisivo de máxima audiencia las vivencias de una mujer que visibiliza la devastación y el dolor de una violencia que, sin ser principalmente física destroza a la víctima hasta el punto de querer terminar con su vida, es trascendente. El pasado domingo toda España pudo escuchar a Ana Pardo de Vera explicar conceptos como violencia vicaria o sistema patriarcal y, sobre todo, pudo ver que la suma de cientos actos sutiles, sibilinos y difíciles de detectar acaban conformando una despiadada violencia que termina con la salud y la vida de las mujeres que la sufren. También como la complicidad intencionada o inocente del entorno contribuyen a generar esa esfera de silencio y dolor de la que hablo.
El cuéntalo o yo si te creo a los que tantas veces hacemos alusión las feministas habla precisamente de esto. Frente a un contexto que sospecha de las mujeres, que recela y que nos aboca a pensar que nadie nos creerá, que seremos juzgadas o que pagaremos consecuencias por sacar a la luz nuestras vivencias; hablar, contar y dar luz a casos mediáticos es poner negro sobre blanco, es lanzar un mensaje que ejemplifica perfectamente el carácter estructural del machismo y es romper una de las cadenas más potentes del patriarcado: el aislamiento de las mujeres como sujeto político y, aún más importante, la asfixia del silencio.
Andrea Fernández Benéitez es diputada por León y portavoz adjunta de Justicia del Grupo Parlamentario Socialista