Que un dirigente político esté ya amortizado a los 40 años de edad no es algo normal. Aunque vivimos una época basada en la obsolescencia programada, en la cultura de lo efímero, en el consumo del usar y tirar, en el culto a la moda -y ya sabemos que “moda es lo que deja de estar de moda”, en inteligente frase de Miguel Milà-, y en la institucionalización del pensamiento líquido, el reciente caso de Albert Rivera constituye, a mi modo de ver y entender, el ejemplo más claro de la banalización de la política y de los liderazgos políticos. Es tendencia, como se dice ahora.

Han pasado solo poco más de trece años desde que, en junio de 2006 y solo con 27 años de edad, el joven Albert Rivera pasó a ser el primer presidente de un partido de nueva creación, Ciutadans. Llamado también en sus primeros años Partido de la Ciudadanía, aquel nuevo grupo político fundado en Cataluña con el impulso de un reducido colectivo de intelectuales y académicos que tenían como principal y casi único denominador común su antinacionalismo, no eligió a Rivera como líder en una votación democrática; lo hizo casi por azar, por ser su nombre de pila el primero de la lista de posibles candidatos, al igual que ocurrió con Antonio Robles, así designado primer secretario general del partido.

Nacido en Barcelona, hijo de un padre también barcelonés y de una familia trabajadora del barrio marítimo de la Barcelona, y de una madre malagueña que había llegado a la capital catalana con su familia, procedente del pequeño pueblo de Cútar, Albert Rivera creció y se educó en L’Ametlla del Vallès. Fue un estudiante brillante y destacó también como deportista: dos veces campeón de Cataluña de natación y luego waterpolista. Cursó sus estudios de Derecho en la facultad de Derecho ESADE de la Universitat Ramon Llull, haciendo un Erasmus en la Universidad de Helsinki. Fue en aquellos tiempos cuando comenzó a interesarse por la política, bajo la influencia del catedrático de Constitucional Francesc de Carreras, que a pesar de haber sido durante la dictadura de Franco un notorio militante comunista fue uno de los principales impulsores de la plataforma cívica Ciudadanos de Cataluña, que dio origen a Ciudadanos como nuevo partido político.

Albert Rivera, ya licenciado en Derecho, trabajó entre los años 2002 y 2006 en los servicios jurídicos de La Caixa, a la vez que inició estudios de doctorado en Derecho Constitucional, Autonómico y Mercantil en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), que abandonó sin doctorarse ni presentar tesis. Entonces Albert Rivera se había metido ya de lleno en el mundo de la política. Presidente de Ciudadanos desde junio de 2006, con anterioridad se había movido entre las Nuevas Generaciones del PP y su afiliación sindical en la UGT. Candidato de su partido a presidente de la Generalitat en el mismo año 2006, Albert Rivera consiguió su acta de diputado en el Parlamento catalán junto a otros dos miembros de Ciudadanos, que así se convirtió en la sexta fuerza política representada en aquella cámara autonómica. Fracasó, no obstante, en su primer intento, en 2008, para ser diputado en el Congreso.

La historia política de Albert Rivera ha sido una historia de éxitos, apenas sin fracasos, pero ha sido breve y se ha cerrado con una derrota tan contundente que le ha llevado no solo a su dimisión de todos los cargos, tanto los públicos como los internos, y al anuncio de su definitiva retirada de la política.

Presidente de Ciudadanos en el Parlamento catalán desde 2006 hasta 2016, finalmente logró su escaño en el Congreso de Diputados. Tal vez por un exceso de ambición personal, sin duda alguna por sus incesantes cambios de orientación ideológica y política -comenzó definiéndose como socialdemócrata y de centro-izquierda, pasó luego a proclamarse liberal y centrista, y terminó abrazando con gran entusiasmo coaliciones poselectorales con el PP e incluso con la derecha extrema de Vox-, y por una convicción evidente de que su liderazgo en Ciudadanos era una forma de caudillaje personal que no dejaba lugar a ninguna clase de discrepancia, el resultado catastrófico que Albert Rivera obtuvo el pasado 10-N le ha devuelto a la pura y simple desnudez.

En su primera campaña electoral, en las autonómicas catalanas de 2006, el entonces joven candidato de Cs apareció completamente desnudo en el cartel de propaganda de su novísimo partido. Era un gesto atrevido y arriesgado, que le dio gran notoriedad pública y quizá también le ayudó a obtener los tres primeros escaños para Cs. Ahora ha vuelto a la desnudez absoluta. Una desnudez que no afecta tan solo al propio Albert Rivera, estrella fugaz de una política de lo efímero, en la que la moda es moda porque deja de serlo. Ahora la desnudez es la de todo un partido, que nadie sabe, hoy por hoy, que será en el futuro. Si es que sigue siendo algo.