Borja Cobeaga, tras su guion para 'Ocho apellidos vascos', cambia de registro y realiza 'Negociador', una de las películas españolas más osadas de los últimos años.
A partir de las conversaciones entre el presidente del PSE vasco, Jesús Eguiguren, en la película Manu Aranguren, interpretado por un excelente Ramón Barea, con ETA en los años 2005 y 2006, Cobeaga ha realizado Negociador, una comedia extraña, estimulante e irregular pero que posee en su interior bastante más de lo que a primera vista pueda parecer, si bien gana con el paso de los días, cuando se piensa en ella.
Tras dos películas de corte “generacional” como Pagafantas y No controles y el arrollador éxito de 8 apellidos vascos, Borja Cobeaga, director de las dos primeras y guionista de la tercera, no ha buscado para su siguiente largometraje un lugar cómodo, sino que se ha lazando –sin red- a realizar una película controvertida desde su propia concepción. Porque hablar de las negociaciones entre el Gobierno y la banda terrorista ETA desde la comedia es algo tan arriesgado como, quizá, saludable. Impensable hace unos años, Negociador puede ser una de las películas españolas más osadas de los últimos tiempos y que, si bien no alcanza del todo lo que pretende, se acerca bastante. Sobre todo porque resulta una película incómoda para el espectador, porque uno se ríe cuando no debería y de cosas de las que en teoría no tendría que reírse.
Cobeaga lleva a cabo un ejercicio de estilo y de tono muy complicado. Por un lado toma la tradición valleinclanesca del esperpento, de manera consciente o no, quizá la herencia está tan arraigada en la comedia española, en toda su amplitud, que no es siempre fácil de rehuir. Pero no se queda ahí, sino que introduce un tono cómico muy del momento, de eso que algunos han venido a llamar post-humor y que es algo así como hacer humor sin querer hacerlo, o, mejor dicho, a través de una elaboración de lo cómico alejado de los términos más convencionales extremar la seriedad para sacar de ella su lado más jocoso. Así, Cobeaga parte de una situación “seria”, como son las negociaciones entre Manu y Jokin (Josean Bengoetxea), quien representa a ETA en un primer momento, con Sophie (Melina Matthews) y Nicholas (Jons Pappila), traductora y observador internacional respectivamente de las conversaciones. Cobeaga plantea la película, tanto en el plano visual como en el narrativo, desde el drama, desde la seriedad, y sin embargo lo que resulta es una comedia amarga y sombría. A diferencia de sus dos primeras películas, en Negociador Cobeaga no recurre a los sketchs ni a la sucesión de gags, aunque haya alguno sobre todo en la parte final de la película; también se aleja de sus primeras obras en el trabajo de puesta en escena, aquí mucho más cuidada y cartesiana, con una confección de los encuadres muy precisa, geométrica, con una tendencia a desnudar los planos y a alejarse del exceso. Queda de esta manera una película muy sobria y concisa, tan solo rota con las secuencias finales con las detenciones, un exceso visual que por desgracia rompe con el buen tono y ritmo del resto de la película.
Porque esa sobriedad visual acompaña a la historia, la cual no intenta dar respuestas, sino adentrarse en lo que podríamos llamar los tiempos muertos de las negociaciones, aquello que transcurre alejado de las grandes conversaciones; estas aparecen en un par de ocasiones, tan solo para mostrar las distancias, y también la cercanía, de algunas de las posturas con algún apunte cómico/irónico bastante divertido. Pero fuera de las salas de reuniones lo que pretende Cobeaga es mostrar a sus participantes desde su lado más humano y, también, más cotidiano, incluso aburrido. Y ahí es donde la elección del director de un estilo visual tan cerrado, tan cuadriculado, sirve para enfatizar aún más, junto a la fotografía en tonos oscuros, la complejidad de las negociaciones. Cuando Jokin es sustituido en las conversaciones por el jefe de ETA, Patxi (Carlos Areces: elección arriesgada, aplaudible y fallida a partes iguales), Cobeaga muestra la lejanía que se produce en el terreno personal. A partir de ahí la película baja en intensidad aunque depare algunos buenos momentos, pero es cuando se comprende lo que Cobeaga ha pretendido, y conseguido en cierta manera, hacer: alejarse de los grandes discursos y buscar una mirada nueva y diferente desde lo humano, desde lo cotidiano, a partir de un momento de gran relevancia.
Quien busque en Negociador un relato fidedigno o lo más aproximado posible a lo que sucedió en un hotel de Francia, puede que se sienta defraudado: no pretende Cobeaga alzarse como narrador de esas conversaciones. Busca ahondar en cierta ridiculez de la condición humana (la comedia siempre fue un vehículo extraordinario para ello) mostrando a dos contrarios que discuten alrededor de temas que, llevados al extremo, acaba resultando absurdos. Porque son bastante menos adversarios de lo que parece. Y al final, cuando no todo termina, lo que queda es el retrato del absurdo, cuando Manu, en una secuencia de cierre que se relaciona directamente con la que abre la película, descubre lo fácil que es pasar de ser odiado a ser respetado. Y en esos detalles se encuentra lo relevante de Negociador, porque están llena de recovecos, de pequeñas ideas que, al final, cuando pasa el tiempo y se piensa, se descubre que bajo la película hay bastante más que una simple farsa.