Al comienzo de Una nueva amiga escuchamos la famosa marcha nupcial. Las imágenes nos muestran detalles de la preparación de una mujer: vestuario, maquillaje… Todo parece indicar que estamos ante los preparativos de una boda. Sin embargo, de repente, descubrimos que la mujer está dentro de un ataúd y que en realidad es su funeral. Ese inicio resulta chocante, irónico, transgresor, y François Ozon lo utiliza para marcar en muchos sentidos el tono de su nueva película.
Laura (Isild Le Besco) fallece joven tras una enfermedad después de haber dado a luz a su hijo. Su mejor amiga, Claire (Anaïs Demoustier), recuerda durante el funeral cómo se conocieron siendo unas niñas. Ozon recorre a través de un montaje de imágenes rápidas su relación hasta el momento del deceso enlazando momentos de su vida juntas, asentando dicho recorrido en instantáneas muy tópicas pero que sirven para dar una idea de su amistad y, a su vez, de la fascinación de Claire hacia ella, también de la cierta rivalidad que existió entre ellas, siempre Claire por debajo de Laura. Ozon primero rompe con nuestras expectativas, después nos conduce hacia un terreno más conocido. A partir de entonces, ¿por dónde transita Una nueva amiga?
Tras dos excelentes películas como En la casa y Joven y bonita, Ozon ha dado, aparentemente, un giro. Siempre lo hace. Es un director del exceso, también de la búsqueda. Juega siempre en el límite, sabiendo que sus propuestas pueden resultar tan irritantes como estimulantes. Apuesta por la imagen, por su poder, para narrar, para sugerir, buscando en cada película nuevos senderos estéticos. Esto conlleva que muchas de sus películas no acaben siendo redondas, pero sus carencias están bien ocultas por sus logros. Como autor, podríamos decir que su falta de un estilo cerrado al completo es su mejor marca. También que su intento de no ser siempre el mismo es su búsqueda autoral. Con Una nueva amiga parece regresar a sus inicios, cuando Ozon se introdujo en temas relacionados con la homosexualidad tanto desde una perspectiva queer como desde una más general sobre la identidad, quizá el tema que recorre transversalmente su cine desde muy diferentes miradas.
En Una nueva amiga, David (Romain Duris), viudo de Laura, recupera una afición que tenía desde joven, antes de casarse, y que tan solo su difunta esposa conocía: le gusta vestirse de mujer. Un día, por casualidad, Claire lo descubre, y su primera reacción de repulsa va cediendo a una suerte de fascinación que desemboca en obsesión e, incluso, en dominación. Claire encuentra esa nueva amiga del título, pero también surge un sentimiento casi necrófilo de recuperar a Laura, con quien tuvo sentimientos ambiguos desde una perspectiva sexual. Ozon trata todos estos elementos oscilando entre el drama y la comedia, creando una tragicomedia no exenta de ironía, pero llena de respeto, sobre los leves límites de la identidad, sobre la transgresión de los roles sociales.
Y lo hace, además, jugando con un cierto tono de thriller que a más de uno recordará a la resurrección de Vértigo de Alfred Hitchcock o a algunas propuestas de Brian de Palma en su acercamiento al genio británico. Pero no crea un pastiche referencial, no es ese su interés. Crea un triángulo amoroso en el que una de las partes no está, Laura, pero que acaba surgiendo en Virginia, el nombre que David adopta cuando se viste de mujer. Claire se siente tan fascinada por Virginia como por David en su condición de hombre vestido de mujer. Las pulsiones sexuales devienen tan confusas como estimulantes para ellos. Pero al final, Una nueva amiga, además de hablar del travestismo, de la dualidad y de la ambigüedad sexual, lo que pretende, como en todo el cine de Ozon, es hablar de la identidad, de su búsqueda, de encontrar el lugar al que pertenecemos en este mundo sin condicionantes o represiones sociales.
Ozon crea un relato tan realista como imaginario, jugando con el exceso kitsch en muchos momentos de manera deliberada. Asume en cierto modo que para narrar una historia como la que plantea en Una nueva amiga es necesario dejarse llevar, que la imagen no tenga límites. Porque se habla, precisamente, de la ruptura de los límites. Por eso nos conduce a ese final tan excesivo, tan imposible, pero que no desentona con el planteamiento general, porque Ozon no quiere entregar una obra realista, aunque en ella encontremos muchos temas actuales. Y para disfrutarla plenamente, nos exige que abandonemos todo tipo de prejuicios e intentemos entender a dos personajes que en su soledad hallan una salida para saber quiénes son.