Desconocido en gran medida por el público en general, el director taiwanés Hou Hsiao-Hsien es uno de los grandes cineastas del cine contemporáneo, cuya obra poco a poco ha ido calando en las pantallas occidentales. Películas como Millennium Mambo, Café Lumière, Three Times o El vuelo del globo rojo, sus cuatro obras anteriores a The Assassin, mostraron a  un autor de una enorme madurez y una depuración estilística y una personalidad visual incontestable, algo patente ya desde sus inicios, pero que con el paso de los años se fue perfilando hasta conseguir una libertad expresiva que, ahora con The Assassin, ha dado forma a una obra maestra del cine contemporáneo.


El género wuxia es uno de los más extendidos y populares del cine asiático, y a él se han acercado casi todos los grandes cineastas orientales, ya sea desde una perspectiva más popular, ya sea desde una más “autoral”, personal, Hay algo en ello casi de necesidad cultural: Ang Lee, cuando rodó Tigre y dragón, quizá la película que consiguió hacer del género en Occidente algo más que una rareza asiática, llegó a él para cumplir el sueño de su infancia de realizar su propio wuxia. Un género integrado en una cultura que Hsiao-Hsien recupera no tanto para reescribirlo o reiventarlo como parar adueñarse de sus elementos definitorios y hacer algo completamente diferente, casi indefinible.



El año pasado asistimos a otro gran wuxia, The Grandmaster, de Wong Kar-Wai. En este caso, el cineasta profundizaba en la técnica cinematográfica y en su relato para, entre otras cosas, llevar a cabo una narración histórica en correlación al wuxia y dar forma a una experiencia visual y sonora que, en otro sentido, también lo es The Assassin. En el caso de Hsiao-Hsien, nos conduce en una historia pretendidamente confusa de la que tan solo tenemos claro, al menos en un primer visionado, las partes más elementales de lo que está sucediendo: Yinniang (Shu Qi) es una joven asesina al servicio de una mentora, quien la “encarga” que asesine a su primo Tian, gobernador disidente de la provincia de Weibo. Al comienzo de The Assasssin en dos secuencias en blanco y negro, vemos el primer asesinato de Yinniang y, a su vez, su renuncia a mater a Tian porque su hijo pequeño está delante. A continuación, en formato 1:1,85 (la pantalla completamente abierta), la joven asesina toma un baño mientras recuerda cómo la princesa Jiacheng le contaba la historia de un pájaro azul frente a un espejo, que sirve como metáfora general para toda la película. Tanto las primeras imágenes en blanco y negro como las del resto de la película se presentan en formato 1:1,33, formato cuadricular, elección de Hsiao-Hsien para nada caprichosa: reduce la amplitud de la pantalla y concentra la imagen, casi atrapa a los personajes y a los paisajes en ella. La distancia que mantiene mediante el posicionamiento de la cámara con respecto a todo lo anterior, ocasiona que el plano, ya sea estático o a través de los livianos y sugerentes movimientos de cámara, sea tan abierto a su interior como resaltar la superficie, el contorno de las cosas. Hsiao-Hsien busca los detalles en el conjunto para dar sentido al relato, y no lo hace precisamente acercándose, sino alejándose.



Como decíamos, el relato es confuso, pero el cineasta no pretende relatar de manera convencional, sino que busca más bien la sugerencia como motor o vehículo del relato. La relación entre imagen y sonido –constante uso de la sonoridad de la naturaleza, por ejemplo- crean en todo momento un sentido envolvente, casi onírico, que se corresponde, por ejemplo, con Yinniang, quien aparece y desaparece como si de un fantasma se tratase, o, mejor dicho, como si levitase por entre los planos como una observadora de la acción antes que como un agente de ella. En ocasiones, en secuencias de interior, Hsiao-Hsien sitúa unas cortinas traslúcidas que crean un sentido de ensoñación, con Yanniang observando al hombre que debe matar y de quien, sin embargo, está enamorada desde que en su juventud fueran desposados sin que se llegara a concretar el enlace. Y así, ella se debe debatir entre matar a ese hombre o dejarle vivir a pesar de que, lo sabe, nunca podrán estar juntos. Por eso observa, por eso la acción se interrumpe, parece no avanzar, porque el relato se centra en ella y, como Yinniang, nunca parece llegar la resolución que se espera desde una perspectiva convencional. Porque ella, al final, impone la razón y el sentimiento, en este caso concebidos como un todo, frente a la violencia.


Hsio-Hsien no está interesado en avanzar de una manera normativa, sino que busca indagar en el medio cinematográfico antes que en el género wuxia, de ahí que las pocas luchas de la película sean breves, fragmentadas, rápidas. Frente a la tranquilidad del resto de secuencias, las de lucha, se resuelven mediante un montaje no correlativo, más atento a su comienzo y a su final que a su desarrollo entre ambos momentos, así como a la ruptura que establecen con el resto de secuencias. Está interesado en los motivos de la lucha y en su final, pero no tanto en la espectacularidad coreográfica que suelen poseer este tipo de escenas en el wuxia. A este respecto, habrá quien considere una suerte de traición al género por parte del cineasta; y sin embargo está siendo respetuoso y fiel a él, si bien desde una perspectiva muy diferente a la que podría esperar.



The Assasssin, por último, pues es una película inabarcable que requiere de varios visionados para ir desvelando todo lo que oculta en su anterior, como el mejor cine contemporáneo, transita hacia un cine en el que el relato cinematográfico apuesta por ser una experiencia visual y sonora más allá de la simple sucesión narrativa. Un cine más sensitivo, y de ahí emotivo, incluso desde una distancia como la que asume Hsiao-Hsien, mediante la forma, en el que importan más las imágenes, y lo que nos pueden decir, que la coherencia o lógica del relato. Un cine que sigue siendo puramente narrativo, The Assassin lo es, pero que persigue que el espectador se deje llevar por la construcción de las imágenes e indague en ellas. Que penetre en su misterio.