Se estrena San Andrés, película de catástrofes en un magnífico 3D que presenta algunas de las secuencias más impresionantes vistas en los últimos años en cine pero que en su acumulación de terremotos y un tsunami acaba convirtiéndose en un espectáculo casi mórbido y extenuante. La trama "humana" que sirve como contrapunto, no hay por donde cogerla...
En 1936 W.S. Van Dyke dirigió la que quizá sea la primera gran película de catástrofes de la historia del cine, San Francisco, que narraba al final de la trama el terremoto que sacudió a dicha ciudad en 1906. Desde entonces, y siempre en perfecta sintonía con las nuevas tecnologías y los avances técnicos, el cine ha reproducido todo tipo de catástrofes, ya sean focalizando en una ciudad, un país o varios o directamente destrozando el mundo entero, aunque ninguna de ellas, curiosamente, ha podido concebir la exterminación total de la raza humana. Para ello tuvo que venir Lars Von Trier. Películas que se han contentado, como hace San Andrés, con narrar una catástrofe natural a la que añadir alguna subtrama de índole humana con la que contrastar los daños. Películas, ante todo, que plantean una aventura de supervivencia, eso sí, en un marco bastante concreto.
San Andrés se presenta candidata a ser una de las películas que mayor destrozo ha mostrado en pantalla. Para ello, cuatro terremotos y un tsunami se encargan de devastar la costa californiana y, milagrosamente, quedan supervivientes después de ello. Dejando de lado por ahora la supuesta trama que corre en paralelo, lo que destaca en San Andrés, como resultará obvio, es la espectacularidad de sus efectos especiales que, en 3D, logran ser verdaderamente impactantes; es posible que sea una de las pocas películas en las que el 3D está logrado, aunque, como en casi todas las demás, acaba siendo un mero artilugio o vehículo para la espectacularidad antes que una herramienta narrativa con sentido. Pero se debe reconocer a su director Brad Peyton, y a los encargos de fotografía y efectos especiales, que han logrado una película de catástrofes impresionante. Pero nada más.
La intensidad de los terremotos va subiendo de uno a otro, y así se estructura la película, buscando un impacto emocional en el espectador acaba casi produciendo rechazo por unas imágenes que rozan lo mórbido. Hay algo de abstracción, casi como si estuviéramos ante un documental que nos acerca a tales catástrofes naturales en toda su crudeza. Pero es más una sensación que una realidad. El asunto es conducir al espectador por un parque de atracciones de las desgracias acompañando a un matrimonio en búsqueda de su hija y a ésta, por otro lado, con dos hermanos que la han salvado hasta la consecuente reunión y restablecimiento de la unidad familiar rota previamente en un final de traca de un patriotismo salvaje que hacía tiempo no se veía en pantalla.
En definitiva, una película que sin duda alguna podrá entretener y fascinar en momentos por el despliegue visual, pero que aunque mira a la edad dorada del género, desarrollada en los años setenta, tan sólo toma de aquellas películas su grandilocuencia visual mejorada notablemente con las nuevas técnicas. Por último, es interesante (e inútil, suponemos) plantearse porque en películas como San Andrés se sigue hablando: es posible que sean más efectivas sin no hubiera diálogo.
No obstante, que un actor al que le apodan “la roca” sea el protagonista en una película de terremotos, tiene su gracia.