En Estados Unidos, donde la batalla cultural se libra cada vez más en la arena digital, la música pop se ha convertido en un inesperado campo de disputa política. La última controversia estalló este lunes, cuando la Casa Blanca publicó un vídeo en sus redes sociales con imágenes de detenciones de migrantes del ICE, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, acompañadas de Juno, una de las canciones más populares de la cantante Sabrina Carpenter, una de las estrellas del pop del momento. La artista no tardó en responder con contundencia, acusando directamente al presidente Donald Trump y su equipo de usar su imagen y su música para legitimar una política “inhumana”.
El vídeo, de apenas 20 segundos, combina secuencias de protestas ciudadanas con imágenes de agentes del ICE deteniendo a varias personas, algunas esposadas o reducidas contra el suelo. Todo ello al ritmo de la provocativa frase “Wanna try out some freaky positions? Have you ever tried this one?”, el momento más viral de Juno y uno de los instantes recurrentes en los conciertos de Carpenter por su tono humorístico y abiertamente sexual. La Casa Blanca remató la publicación con un mensaje acompañando el video: "Bye-bye”, acompañado de emojis que, lejos de suavizar el contenido, subrayaban su tono triunfalista.
La mezcla entre un tema pop de tono juguetón y escenas de persecución policial generó un impacto inmediato. El martes, Sabrina Carpenter rompió su silencio con un mensaje directo al presidente: “Este vídeo es malvado y repugnante. Jamás me involucren, ni a mí ni a mi música, en beneficio de su inhumana agenda”. La respuesta, breve pero explosiva, no solo desmontó el intento de apropiación política sino que expuso un conflicto de fondo: hasta qué punto un Gobierno puede instrumentalizar material cultural para reforzar narrativas de criminalización hacia colectivos vulnerables.
A sus 26 años, Carpenter es una figura en pleno ascenso global. Tras abandonar la factoría Disney y consolidarse en el pop gracias a temas pegadizos y una estética que abraza la ironía y la sexualidad con naturalidad, la artista ha conquistado a públicos internacionales con conciertos repletos, momentos virales y seis nominaciones a los Grammy de 2026. Sus espectáculos se han convertido en enclaves culturales propios, con las ya célebres “posturas de Juno”, que han alimentado miles de vídeos, recopilaciones y debates en TikTok, X y YouTube.
Pero el salto a la política no ha sido voluntario. Carpenter, como otras estrellas contemporáneas, se encuentra con un escenario donde la cultura pop, convertida en lenguaje universal, es susceptible de ser tomada como herramienta propagandística. Y esta no es la primera vez que el Gobierno de Trump demuestra un especial interés en apropiarse de la obra de artistas jóvenes con gran ascendencia entre el electorado más joven.
El vídeo difundido por la Casa Blanca no solo exhibe la dureza de las políticas migratorias, sino que intenta envolverlas en una estética ligera, casi humorística, gracias al uso del pop. Una estrategia comunicativa que, lejos de humanizar la realidad de las personas migrantes, las reduce a objeto. El contraste entre las frases sensuales de Juno y las imágenes de agentes persiguiendo a personas desesperadas produce un efecto inquietante que Carpenter no ha pasado por alto.
En un país donde la cultura popular moldea imaginarios sociales, esta apropiación adquiere una dimensión política evidente. Los artistas -especialmente los más jóvenes, con influencia en audiencias digitales masivas- no quieren convertirse en cómplices involuntarios de discursos que normalizan la violencia institucional.