En 1984, la fotógrafa Nan Golding le pidió a una amiga que la retratara un mes después de recibir una paliza que casi la deja ciega para recordarse a sí misma que no debía volver al lado del hombre que le había hecho eso. Esta escena ocurría durante una época de marginalidad y fervor, de juntarse con travestis y fotografiar a mujeres que clamaban por la emancipación sexual desde cualquier callejón. Algo terrenal, y por supuesto, alejado de cualquier tonteo con la divinidad. Si tal cosa tuviera lugar en 2025, ¿miraría el arte moderno hacia dios? ¿aconsejarían a Golding hacerse monja? ¿sería la espiritualidad la garantía de que la carne no volverá a sentir dolor?

Es navidad y la tutela de dios se hace más palpable que nunca. Está en todas partes y en todas ellas se le nombra. Compañeras y compañeros de profesión han teorizado sobre si es él el único hombre al que acudir o si su gracia se ha vuelto un resguardo ante la crueldad de los mortales. Rosalía, como una de las piedras angulares de esta tendencia cultural, ya ha contado en entrevistas de las que los medios no han tardado en hacerse eco que se encuentra en una etapa de "celibato voluntario" (volcel), renegando de las relaciones en general y del sexo en particular. Una decisión, según ha explicado, ligada a sus convicciones sobre la espiritualidad, la decepción para con los hombres y el acercamiento a una deidad que recientemente ha traducido en su nuevo proyecto, Lux. Quizás estemos siendo testigos del viaje del descrédito de la fe a su exaltación

Y es que es innegable que una tendencia cutural se impone en la agenda internacional: el arte se remite a dios, siente inquietud por él. Las manifestaciones audiovisuales actuales exploran la espiritualidad o tratan de acercarse a ella. El nuevo álbum de Rosalía, una artista que desde sus inicios se mueve en la imaginería y la palabra católica, parece que ha cerciorado al mundo esta inclinación. Desde el estreno de Berghain, el primer adelanto de Lux, las especulaciones y teorías han sido infinitas, y se han movido de un extremo a otro como en un péndulo. Desde indicios de un contexto histórico de recesión y la vuelta a valores conservadores, a la pérdida de la brújula feminista que marca el fin de la autonomía de las mujeres. Del imperativo de replegarnos a dios como único salvavidas en esta ausencia de plenitud, a las modas de lo New Age, que empapan el mercado cultural o la digna carga espiritual e identitaria que el arte trae consigo. 

Algunas de esas hipótesis, se caracterizan por una especie de neomisticismo que ha sabido resignificar los símbolos católicos y en el que cabe la pregunta: 'Al dirigir nuestros manifiestos hacia lo divino, ¿nos acercamos a dios o nos alejamos de la realidad y el estado de las cosas?'. Podemos hablar de una alienación parida del abrazo de dios, que nos confiere una falsa seguridad de control, pero nos distrae de los verdaderos problemas. Aunque esa premisa no es nueva, ahora se han montado en ella la cultura mainstream y su idioma. 

¿Nos ha tocado dios a todas?

En su último álbum Jesucrista Superstar, Rigoberta Bandini adopta una figura casi mesiánica. La cantante Lily Allen también recurre a la iconografía religiosa: aparece vestida de monja para dar forma a su venganza amorosa en el crudo West End Girl. Mientras tanto, las británicas The Last Dinner Party incorporan el Agnus Dei como emblema de su particular rock barroco y Alauda Ruiz de Azúa abraza el debate de la fe más asfixiante en la estupenda Los Domingos. ¿Es posible que a todas les haya tocado el señor? Aunque las imágenes sacras siempre han estado ahí, y la unión entre dios y la cultura pop no es nada nuevo, son generaciones más jóvenes las que demuestran verdadera inquietud por lo divino. 

Por el momento, es difícil discernir si se trata de una renovación de la fe o es que "ser la favorita de dios" está de moda. Si es que este perfil es atractivo en términos mercantiles. Ser mística, reflexiva, misteriosa y estética no deja de sonar a un arquetipo de feminidad limitado y asfixiante. Como señalaba Lorena G. Maldonado sobre Rosalía, que en la portada de su disco se apresa voluntariamente los brazos, el símbolo de autonomía corporal, en pos de una suerte de hábito de monja. 

En esta cuestión, vale la pena hablar del concepto de 'ser solo una chica', la apuesta más aburrida que se les ocurrió a las mujeres blancas para responder al feminismo girlboss de principios de los 2010. Este nos instaba a ser madres, esposas y jefas, manteniendo más vivo que nunca el pulso del capital, el trabajo y el éxito traducido en productividad, pero también enaltecía hacer todo ello luciendo un maquillaje impoluto y con un bebe enganchado al pecho.

Su contraparte tampoco ha supuesto una mejora. Cientos de miles de publicaciones en redes sociales que ensalzan a las mujeres como ineptas para ser funcionales, y que alimentan la narrativa de las tradwives. Supongo que, negándose a sostener la doble carga del trabajo y la belleza, algunas prefirieron aferrarse a lo doméstico para no volver a pensar.  Es sorprendente que un sector haya encontrado amparo en performar una cabeza hueca; ser "solo una chica" que no sabe de números ni de cálculos, que no quiere leer ni emanciparse y que únicamente aspira a una tutela infinita como niña, jugando a maquillarse. 

Sin embargo, es posible que esa premisa ahora esté rotando hacia lo divino. Dios podría ser el nuevo maquillaje y skincare. Un padre ficticio en este cuento que nos libera de las responsabilidades con las que nos carga el sistema y nos mece en sus brazos para que no tengamos que volver a preocuparnos por ser adultas y por todo lo que ello acarrea. Rosalía canta "me pongo guapa para dios", y quizás esta narrativa ha funcionado porque ahora eso nos parece, en cierta manera, antisistema, pero no es más que una trampa, como ya lo fue el movimiento tradwife.  Al vasto de las mujeres no estrellas del pop que han asimiliado estos discursos, les diría 'no odiáis la autonomía, odiáis ir a currar y luego tener que hacer los baños y la lista de la compra porque nadie más lo hace'. 

Líderes espirituales y neoliberales

Como la estética prima sobre la fe, por supuesto hay un ejército en la manosfera que se aprovecha del continente para disparar contenido. Los vendehumos se han dado cuenta de que ahora resulta que dios tiene muy buen marketing, y pseudoinfluencers como Amadeo Llados o René ZZ, se hacen pasar por adalides de la espiritualidad para esparcir ideología neoliberal y reaccionaria. Habrá quien lo llame delirio mesiánico, pero sobre todo, lo que es, es rentable.

Por su parte, Llados ha protagonizado un giro radical en su narrativa, antes centrada en los burpees, el desprecio por los precarizados y el culto al capital, ahora se dedica a "deshacerse de sus riquezas" y centrarse "en Jesús".  Algo parecido a lo que ahora se dedica René ZZ, que invita a distintas personalidades a su podacast para debatir sobre espiritualidad y narrar su viaje sagrado hacia la fe. De esta maner, misoginia y divinidad se unen bajo el mismo paraguas neoliberal. Como ocurre con Dani Alves, a quien una conversión al evangelismo le bastó para apaciguar las noticias sobre la mujer a la que violó y recuperar rápidamente su estatus e imagen. 

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