Abel Ferrara concibe un tan particular como atractivo retrato de una figura tan compleja, densa e intensa como fue el controvertido escritor, poeta y cineasta nacido en Bolonia, de quien el próximo 2 de noviembre se cumplen cuarenta años de su trágica muerte y a quien pone rostro un magistral Willem Dafoe.

Abordar una figura de la complejidad del escritor, poeta y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini no es tarea fácil. Como tampoco lo es llevar a cabo un biopic sin caer en los consabidos clichés propios del género, como suele suceder en la mayoría de las propuestas de este tipo, muchas de las cuales acaban siendo meras ilustraciones cronológicas que reúnen los hitos más destacados del biografiado, incluso aquellas anécdotas, por decirlo de alguna manera, que son susceptibles de elevar al personaje tratado a la categoría de leyenda. Porque la figura del artista, en concreto, suele ofrecer historias jugosas al entremezclarse elementos como la incomprensión, la vida disipada, la mala salud o los conflictos, tanto amatorios como los que surgen en el propio hecho creativo.

Cierto es que hay personajes con una personalidad y una trayectoria vital tan compleja, tan intensa y tan profunda como suculenta en aspectos y matices que suponen una tarea titánica solo por el hecho mismo de tratar de resumir, o cuanto menos elaborar, un retrato aproximado a través de una simple reconstrucción de los momentos claves de su existencia. Y Pier Paolo Pasolini es precisamente una de esas figuras que presenta a priori una dificultad todavía mayor dada su dimensión poliédrica por su carácter multidisciplinar, desde su faceta como intelectual, y máxime cuando ha sido uno de los más influyentes de su época, hasta sus múltiples caras como creador, dejando una tan sólida como personal obra, tanto literaria (poesía, novela, teatro, ensayo) como cinematográfica, sin olvidar que fue un espíritu comprometido con sus ideas, contestatario, beligerante y controvertido que navegó siempre a contracorriente. Un marxista convencido y, al mismo tiempo, cristiano a su manera, que es expulsado del Partido Comunista por su "indignidad moral" a causa, entre otras cosas, de su homosexualidad.

De ahí el acertado enfoque de Abel Ferrara, aunque pueda resultar discutible para algunos, al concebir un mosaico a partir de las últimas horas de vida de Pasolini. Un mosaico en el que el cineasta nacido en Nueva York y de ascendencia italiana va alternando las últimas vivencias del director de El evangelio según San Mateo (Il vangelo secondo Matteo, 1964) -de ahí que, por otra parte, Ferrara utilice para su film el movimiento Ebarne dich de La pasión según San Mateo de Johann Sebastian Bach que formaba parte de la banda sonora de aquella-, como su llegada de Estocolmo; la finalización de Saló, o los 120 días de Sodoma; el encuentro en su casa con el periodista de L’ Unitá, Furio Colombo, y en el que Pasolini, en cierta manera, parece predecir su final a contestar "estamos todos en peligro" a la pregunta de aquel de como quiere que titule la entrevista; la última cena con uno de sus actores habituales, Ninetto Davoli, uno de los protagonistas de Pajaritos y pajarracos (Uccellacci e uccellini, 1966) y presente en otras películas suyas como Edipo Rey (Edipo re, 1967), Teorema (idem, 1968), Pocilga (Porcile, 1969),  El Decamerón (Il Decameron, 1971), Los cuentos de Canterbury (Il racconti di Canterbury, 1972) o Las mil y una noches (Il fiore delle mille e una notte, 1974); hasta el que será su ultimo itinerario, junto con el joven chapero Pino Pelosi, en su flamante Alfa Romeo que terminó de manera trágica aquel 2 de noviembre de 1975 en un descampado cercano a la playa de Ostia, a unos pocos kilómetros de Roma.

Vivencias que Ferrara alterna con fragmentos en los que ilustra algunos pasajes de Petróleo, la novela inacabada que ultimaba en esos momentos, y la película que comenzaba a perfilar en aquellos días y que llevaba el título de Porno-Teo-Kolossal. Esta última parte protagonizada por un ya sexagenario Ninetto Davoli en la piel de Epifanio acompañado precisamente por otro personaje que es él mismo, pero un Ninetto Davoli en su juventud a quien pone rostro Riccardo Scamarcio. Es decir, la realidad de Pasolini mezclada con sus mundos imaginados y que Ferrara, además, adereza con escenas de su cotidianidad, como la secuencia que recoge el simple hecho de elegir del armario la ropa para vestirse ese día, esa otra tomando después el desayuno, o las que le muestran en su habitación ante la máquina de escribir, leyendo el periódico del día en el salón o en sus conversaciones rutinarias con su madre, con quien el cineasta vivía, y personaje a quien encarna Adriana Asti, actriz que formó parte del elenco de Acattone (1961).

Y quién mejor que un cineasta excesivo como Ferrara para llevar a cabo el retrato de otro cineasta también excesivo, aunque uno lo sea a su manera y el otro lo haya sido a la suya. Los habrá que pongan reparos al trabajo del director neoyorquino, quizá, precisamente por ser mucho más contenido de lo que habitualmente acostumbra o quizá por todo lo contrario, por ese cierto aire en consonancia con el verismo operístico decimonónico que emana en algunas de sus secuencias, especialmente las relativas a la muerte del director de Mamma Roma (1962). Aunque quizá tampoco importe, o al menos para quien suscribe estas palabras. Al fin y al cabo forma parte de algo tan abstracto y discutible como es la creación artística.

Sin embargo, Ferrara ha tenido dos aciertos indiscutibles. El primero es su puesta en escena, al lograr captar tanto los ambientes como esa textura estética propia de las imágenes de los años setenta. Y el segundo en la elección de Willem Dafoe, quien se ha transfigurado a la perfección con su personaje dando muestras no solo de su insólita capacidad camaleónica, sino de su excelente talento interpretativo, llegando a alcanzar tal grado de mimetismo que en ningún momento, durante el metraje, se piensa que detrás de aquellas gafas de pasta tan características de Pasolini se oculta en realidad un actor americano con un físico tan peculiar como el suyo.

Sea como fuere, Pasolini es un film que lleva intrínseco esa propiedad tan exclusiva de algunas obras artísticas que es el hecho mismo de que no dejará indiferente a nadie, ya que a buen seguro tendrá sus defensores y sus detractores. Tan solo quien se acerque a ella deberá, tras su visionado, escoger de qué lado está. Y eso es tan solo una cuestión de gustos.