Entre sábanas blancas y como si de una aparición casi mariana se tratase, Rosalía presentaba este miércoles por la noche Lux, su cuarto álbum de estudio en la Sala Oval del Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). Un lugar monumental de 1.600 metros cuadrados que acogía la escucha de un disco que de tener que definirse con una palabra, esa probablemente sería grandilocuente. La artista catalana volvió a demostrar que ella no hace nada al uso. Ni en cuanto a su música, que en esta obra se mueve entre lo clásico y lo experimental, ni en cuanto a su forma de darla a conocer al mundo.
Los fans iban entrando, los organizadores iban entrando, los invitados vips iban entrando, pero ella ya estaba allí. Acostada sobre un escenario de sábanas blancas, que servían para camuflarla, la cantante de Sant Esteve Sesrovires recibía, disimulando su presencia, a sus seguidores seleccionados para acudir al evento y varios rostros conocidos provenientes de distintos ámbitos. No faltó representación de la industria musical, con personalidades como Amaral, Estopa o Amaia; ni tampoco de otros mundos como el del cine, con Rossy de Palma, Carmen Machi o Paco León; o el del deporte; con Alexia Putellas o Ilia Topuria. Todos ellos querían vivir el que era, sin duda, un evento de gran interés cultural.
Fue a las 21:30 cuando varias luces se apagaron y las sábanas ascendieron para hacer a su vez de pantalla, mostrando un mensaje que preguntaba a los asistentes cuál había sido la última vez que habían estado a oscuras y en completo silencio. Un silencio que no tardaría en desaparecer ante las primeras notas de Sexo, violencia y llantas, la canción con la que da pistoletazo de salida a Lux, una orquestal oda a Dios y a la vida con la que quedó demostrado que la elección del solemne recinto le venía como anillo al dedo a la obra.
Mientras sonaba el álbum, Rosalía seguía allí, sobre el escenario, moviéndose tumbada al compás de sus canciones, una performance que hacía de la experiencia algo único y diferente a una listening party al uso. Sin embargo, gran parte de la atención se la llevaban las letras del disco, proyectadas en español sobre las sábanas elevadas, para poder entender cada una de las 14 lenguas cantadas. El catalán y el inglés de Divinize, el latín y japonés de Porcelana, el italiano de Mio Cristo, el alemán de Berghain, el ucraniano de De Madrugá, el árabe de La Yugular, el sicialano de Focu’ ranni, el francés de Jeanne, el mandarín y el hebreo de Novia Robot, y, también, el portugués de Memória. Todos estos idiomas acompañan al castellano dentro de Lux.
“Si hago este álbum es por amor a la curiosidad, queriendo aprender otros idiomas, queriendo entender mejor lo ajeno”, explicaba la cantante en una reciente entrevista. Esa curiosidad se siente en el disco, no solo por la variedad lingüística, sino también por la evolución artística. Y es que Rosalía vuelve a dar un giro en su carrera y a hacer gala de su versatilidad. Lux se aleja del sonido de Motomami y se deja abrazar por la música orquestal, pero sin dejar de lado lo experimental y la lírica contemporánea, que genera un interesante contraste con los sonidos más clásicos de la obra. Asimismo, poco tiene que ver con El mal querer o Los Ángeles, a pesar de no olvidar el género que la catapultó a la fama: el flamenco, presente en temas como Reliquia, en el que se mezcla con el pop, y, especialmente, en La Rumba del Perdón.
“Tírame magnolias sobre mi ataúd”, canta Rosalía en la última canción de Lux, tras la cual lo que recibió no fueron flores, pero sí un gran aplauso de todo el público, que se puso en pie para ovacionar a una cantante que, al menos en lo artístico, se encuentra más viva que nunca. Después de un gesto de agradecimiento por la ovación, la artista bajó del escenario y corrió hacia la salida de la Sala Oval del MNAC para desaparecer sin dedicar palabra a los asistentes. No hacía falta, todo lo había dicho la música.
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