En la esquina de la España siglo XXI se encuentran Hinds y Lois. Las dos bandas actuaron ayer, por orden inverso, transmitiendo una imagen divertida, despreocupada, hedonista y fresca. Lois, el proyecto paralelo a Trajano! de Lois Brea, inició su breve recital con más de media hora de retraso, versioneando en plan crooner el Cosmic Dancer de T. Rex, como una muestra de su transversalidad a la hora de atacar estilos. En Lois el sonido es más eléctrico y luminoso que en Trajano! y basado en el inglés, frente al uso del castellano en la otra banda, un matiz que va más allá de la forma de expresión.
Y casi una hora después de acabar Lois, aparecieron Hinds. Tardaron exactamente 10 segundos en disipar el aburrimiento y cabreo de la gente por la demora, cuando subieron al escenario con sus sonrisas de oreja a oreja, su despreocupación y su ánimo juvenil. Enseguida se pudo entender por qué han llamado la atención a los popes británicos de la música. No es exactamente aquello que New York Times decía de Lola Flores (“Ni canta ni baila, no se la pierdan”), pero se le acerca. Su música no está depurada, pero llega; su pericia instrumental no es la mejor, pero funciona; su estilo puede estar manido, pero ellas lo hacen nuevo. Guitarrazos y gritos, que así dicho parecen cualquier cosa, pero que Hinds saben transformar en canciones sin pretensiones, sinceras, la clave de la su éxito. Dos voces que saben combinar.  En directo suben las canciones una marcha, como buenas profesionales del escenario, aunque como confesaron, su primer concierto lo dieron hace diez meses. Aprovecharon para presentar algunos temas nuevos, qué remedio, pues solo tienen cuatro editadas, que prometen encajar con su propuesta ya conocida. Pero lógicamente, la rompieron con Castigadas en el Granero o Bamboo de su etapa como Deers. Y todo sin perder su sonrisa y su ternura, pidiendo “porfi” que les subieran el volumen de un monitor o admitiendo con cierta vergüenza que no podían hacer bises porque “no tenemos más canciones”; pero al final sí lo hicieron, pidiendo al público que eligiera cuál quería escuchar por segunda vez.
Esta es la España guay que llama la atención fuera. Frente a ella, en la otra esquina está la de siempre. La de los locales que no preparan los conciertos como sí hacen los músicos, obligan a la gente a esperar hora y media sin ninguna explicación y uno empieza a sospechar si de verdad es un problema técnico, como arguyen cuando ya va a empezar el actuación, o en realidad solo pretenden vender más cerveza para calmar la espera y obtener el máximo rendimiento a un concierto que se presume corto. En esa lucha es mejor ir eligiendo bando, a ver si así ayudamos a que por fin venzan las fuerzas del bien en este país.