Rick Davies, corazón rítmico y voz grave de Supertramp, murió el sábado 6 de septiembre de 2025 a los 81 años en su hogar de Long Island. La noticia, confirmada por la banda en un comunicado difundido en sus redes, cierra la biografía de un músico que atravesó el rock británico de los setenta con la misma mezcla de disciplina y emoción que emanaba de su Wurlitzer. Davies llevaba más de una década combatiendo un mieloma múltiple, un cáncer de la sangre que ya en 2015 le obligó a aparcar una gira de reunión. La propia banda recordó en su nota su “calidez, resiliencia y devoción” por Sue Davies, su esposa y mánager desde 1984.

Para entender por qué su muerte ha provocado una ola de homenajes, hay que volver al origen. Nacido en Swindon (Wiltshire) en 1944, Davies se acercó primero a la batería y después encontró en los teclados su casa definitiva. Con los años, ese tránsito se traduciría en un pianismo percutivo, inconfundible, capaz de llevar el peso rítmico de canciones complejas sin renunciar a la melodía. En 1969, tras publicar un anuncio en Melody Maker buscando músicos, su camino se cruzó con el de Roger Hodgson. Con el sostén económico del mecenas Stanley “Sam” Miesegaes, la nueva banda —primero Daddy, pronto Supertramp— arrancó una aventura que necesitaría dos discos de tanteo antes del gran estallido.

El despegue llegó con Crime of the Century (1974), a la vez sofisticado y popular, donde convivían el mordisco social de Bloody Well Right (Davies) y el lirismo de Dreamer (Hodgson). Aquella combinación —la sombra áspera del barítono de Davies y la luz melódica del falsete de Hodgson— definió un yin-yang creativo que no se explica sin la mano izquierda del teclista, capaz de convertir un piano eléctrico en instrumento de ataque. Con Breakfast in America (1979), Supertramp dio el salto planetario: número 1 en Estados Unidos, dos premios Grammy y una nominación a Álbum del Año, y una cosecha de sencillos —The Logical Song, Goodbye Stranger, Take the Long Way Home— que resisten la erosión generacional.

Para el gran público, esa etapa dorada cristalizó una cualidad rara: canciones que podían corearse en estadios y, sin embargo, escondían arreglos de filigrana, cambios de dinámica y letras de ironía clavada. Ahí operaba el estilo Davies: un groove con alma blues y educación jazzística, una voz de papel de lija y una escritura que sabía retratar tipos urbanos con un humor de ceja alzada. En Goodbye Stranger, por ejemplo, el piano es riff y andamiaje rítmico; en From Now On cabalga el balanceo de una sección rítmica a su servicio; en Cannonball demostró que también podía empujar hacia el terreno del funk sin perder identidad. Nada de eso habría funcionado sin su economía de recursos: toque seco, precisión de relojero y un fraseo que prefería insinuar antes que subrayar. 

La enfermedad cambió el ritmo. En 2015, con una gira europea anunciada, el diagnóstico de mieloma múltiple obligó a cancelarlo todo. “Necesito concentrar toda mi energía en recuperarme”, dijo entonces, en una despedida que sonó más a pausa que a punto final. En los años siguientes siguió tocando de manera más íntima, a veces con amigos bajo el alias Ricky and the Rockets, como si el placer de tocar —sin la maquinaria de una gran gira— fuera también una forma de resistencia. Hoy sabemos que esa reserva de energía tenía un destino: alargar el tiempo, sostener la vida y, de paso, agregar un puñado de recuerdos a su leyenda personal.

En España y en medio mundo, Supertramp es memoria compartida: el vinilo heredado, la cinta con School machacada en el walkman, la radio de madrugada en carretera, la playlist que hoy vuelven a escuchar quienes nacieron mucho después. Davies, que no fue nunca una estrella ruidosa, deja sin embargo uno de los timbres más reconocibles del pop de los setenta y ochenta. Cuando vuelvan a sonar los primeros compases de Bloody Well Right o ese riff de Goodbye Stranger que entra como un resorte, quizá recordemos que la elegancia también puede tener mordisco. Y que pocas cosas consuelan tanto como un Wurlitzer tocado por alguien que sabía escuchar antes de tocar.

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