Un pájaro se escapa de la nada que queda.
Ese pájaro importa
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- Gonzalo Escarpa

La trayectoria de Gonzalo Escarpa (Madrid, 1977) se inicia hacia el cambio de siglo, en un momento en que el estancamiento de modelos poéticos en España se caracterizaba por el posicionamiento de poéticas dominantes y el desprecio a las vanguardias. Un dicotomía maniquea e interesada que enfrentaba al populismo mediático con el esencialismo trascendente, sin cuestionar aquella superstición que asume a la cultura como patrimonio de la alta burguesía (validando sus privilegios institucionales). En dicho contexto, el de una ciudad letrada conservadora y desfasada, toda pretensión independiente y renovadora como la del joven Escarpa devenía inevitablemente sospechosa.

A lo largo de más de dos décadas, la propuesta de Gonzalo Escarpa se ha consolidado como ejemplar con respecto a la idea de que la obra de un poeta contemporáneo trasciende al libro impreso. Así, mediante un trabajo incesante desde los escenarios y la gestión cultural, su energía creativa se expresa también en el diálogo interdisciplinario y la creación de proyectos, como corroboran innumerables eventos de poesía escénica, la importante antología generacional Todo es poesía menos la poesía (2004) y espacios de difusión poética como La Piscifactoría y Ámbito Cultural. En todos estos esfuerzos el poeta ejerce su autonomía compartiendo una fe inquebrantable en la palabra y en su capacidad para crear comunidades, con una convicción de gran generosidad que pocas veces ha sido reconocida.

El escenario se constituye en Escarpa como parte indisociable de su voz, pues le brinda un ágora y un laboratorio desde el cual se interpela siempre a un público y a lectores concreto

Lejos de la figura del poeta como iluminado, el escenario se constituye en Escarpa como parte indisociable de su voz, pues le brinda un ágora y un laboratorio desde el cual se interpela siempre a un público y a lectores concretos. Estrategia que reivindica cierta poesía de filiación popular, entreteniendo, educando y cuestionando según distintas necesidades, circunstancias y registros. Tales objetivos, pese a su pluralidad, se articulan resueltamente en oposición al pudor burgués y al decoro clásico, con visos histriónicos, a veces próximos a lo contracultural, pero en los que se reconoce asimismo la línea ancestral del juglar y del bufón. Obsérvese así que su continuo empleo de un alter ego, sea en la oralidad o en la escritura, nunca oculta el absurdo social ni la precariedad propia de la actividad artística (aspecto decisivo dentro de una industria editorial que promueve indiscriminadamente simulacros del éxito).

Por consiguiente, concebir a la poesía como una aventura, como una amalgama de posibilidades inciertas, es asimismo una de las matrices de la escritura de Gonzalo Escarpa, la misma que se aprecia a plenitud en su último y más ambicioso libro, Quiero decir (La imprenta, 2024). Un impulso que lo ha conducido a asumir como propia una inusitada conciliación entre la influencia de las vanguardias y la del clasicismo áureo (el encuentro, casi fortuito, entre Dadá y Lope de Vega sobre un proscenio de disección).  Mas, fuera del gesto, dicha aproximación supone actualizar la tradición vanguardista interpretándola desde un contexto específico, conservando su entusiasmo pero sin caer en un adanismo ingenuo. De ahí su respeto a la tradición castellana, en particular a lo popular y al arte menor.

A lo largo de casi medio centenar de poemas de distinto formato y extensión, Quiero decir constituye un reto para sus lectores, como sin duda también lo ha sido para su propio artífice, quien busca con denuedo conciliar la expresión poética oral y la escrita. Se trata, no obstante, de un libro más complejo que difícil, forjado entre el estupor y la búsqueda del sentido, fisura plenamente superada al asumir la necesidad de manifestarse como un impulso vital irrenunciable. De este modo se registra la vida desde sus expresiones más plurales y cotidianas (“ante la ausencia de grandes respuestas, pequeños poemas”).

Para Gonzalo Escarpa, el mundo se inicia con el poema. La tradición, por consiguiente, le ofrece un resquicio de seguridad y de aquella adopta una dicción de trasfondo clásico, incluso en ocasiones con un léxico insólito o arcaizante (“Desgajes. Lascas, escotas, España”). El espectro de lo métrico en sus versos indica a su vez el anhelo de un orden moral, cierta nostalgia por un mundo con mayores certezas en el que aún era posible aspirar a la sabiduría y a sus consuelos:

No hay diferentes vinos. No hay vidas separadas.
No hay separadas vides. Somos la misma uva.
Somos esa raíz que, dispersada, no crece,
ese hueso torcido que se pudre en la tumba,
ese animal entero que nace cada día,
esa sorpresa nueva que no se acaba nunca. 

El mar de los poemas de Escarpa se contempla y se lee como un libro

En su alternancia entre el movimiento y la contemplación, Quiero decir dibuja un transcurso: el del poeta y su lenguaje. El mar surge entonces arduamente como un símbolo que desde su fluctuación, en la aparición y desaparición de sus olas, brinda cierto consuelo. Por consiguiente, el mar de los poemas de Escarpa se contempla y se lee como un libro (“Este hombre frente al mar / no es el mismo hombre frente al mar / que el hombre frente al mar / de la página 67”). El poeta siempre quiere decir, aunque a veces no sepa bien qué, pues esto es algo que se descubrirá sólo mediante la propia enunciación (un rasgo absolutamente moderno). En cierto modo, desde su predilección por la gravedad clásica y la baja intensidad del arte menor, la suma de gritos y susurros de estos versos afirma que el poema es el libro en su conjunto, aunque dicho artefacto diste de ser concluyente.

Por lo tanto, Quiero decir no agrupa poemas cerrados: su escritura esboza más bien un recorrido parecido al de la vida misma, en el que, pese a la variedad de estímulos y la ausencia de sentido (como en las incursiones de Celan, Kurosawa y Nick Cave con un flotador), nunca se cede a la desazón o al escepticismo. El libro se proyecta de este modo como una unidad similar a una función escénica o a la propia lectura.

La convicción personal que sostiene y articula las páginas de Quiero decir se apuntala con un poema final extenso, “24 redondillas y un poco más que 3/4 para una fotografía”, con el cual el poeta establece un autorretrato que transmuta de la imagen a la palabra. A la manera de una peculiar dubitación whitmaniana, los versos edifican una incrédula oda a sí mismo, la cual carece de megalomanía y por lo mismo resulta necesariamente inconclusa:

Ha tiempo que las respuestas
ni las busco ni me hallan.
[...]
Me cuesta soltar la daga
-la pluma, quiero decir-.
¿Y si al dejar de escribir
todo se muere? ¿O se calla?

Lo que sostiene la vocación poética, se atreve finalmente a afirmar Escarpa, es la insobornable voluntad de manifestarse, de decir a la par que hacer. Así el autor confirma su fe en el lenguaje y en la vida. Quiero decir nos invita a acompañar a un poeta inusual, que aspira a la valentía del ciudadano de a pie, pues no duda en ser paradójico y contradictorio, aceptando que todos somos ocasionalmente ridículos. Entre lo lúdico y la gravedad moral, resuenan los versos de un outsider con voluntad comunitaria, de un solitario que trabaja su lenguaje entre la multitud.

Presentación en Madrid

El libro se presenta el 12 de noviembre en la sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Callao, en Madrid, a las 19:30h, con la colaboraciòn de varios artistas.

* Martín Rodríguez-Gaona es poeta, ensayista, editor y traductor