La salida al mercado en Francia de Sumisión coincidió con los atentados a la revista Charlie Hebdo. Si a esto se suma las declaraciones de Houellebecq contra el Islam y parte del contenido argumental de la novela, una nueva polémica alrededor del escritor galo estaba más que servida. La cuestión es, ¿es para tanto Sumisión?
Michel Houellebecq representa una imagen casi perdida en la actualidad. La del escritor internacionalmente convertido en estrella. Pocos como él poseen su estatus, aunque en gran medida éste ha venido más por sus provocaciones y sus salidas de tono antes que (o por encima de) por su trabajo literario, lo cual suele interesar bastante menos que los grandes titulares, obviando que una novela, antes que por sus ideas, aunque importantes, debe ser evaluada por cómo esas ideas se presentan literariamente.
Ya con su primera novela, Ampliación del campo de batalla Houellebecq dejó claro por donde quería ir: radiografiar desde la hipérbole y la crítica incisiva (a veces mayor, a veces menor) a la sociedad actual desde muy diferentes perspectivas con una mirada a la sexualidad como uno de los elementos (casi enfermizos) que en sus manos devenía en perfecta herramienta de representación de la deriva y la confusión contemporánea. Con Las partículas elementales llevó la idea al extremo a narrar la historia reciente de Francia bajo esos parámetros; en Plataforma desarrolló ampliamente la idea y en La posibilidad de una isla, quizá su obra más fallida pero más marciana, decidió desvariar hasta lugares insospechados, dejando claro que ese camino que había ido transitando estaba acabado. Algo patente en El mapa y el territorio, posiblemente su mejor novela hasta la fecha, obra con la que daba un giro importante en su carrera sin perder su personalidad. Y así llegamos hasta Sumisión.
François es un profesor universitario especialista en Huysmans que se haya en un momento apático derivado, curiosa o precisamente, de su acomodada existencia en una posición de profesor funcionarial que le permite una vida sin problema y sin esfuerzos. Ese momento de hastío personal coincide, no por casualidad, con un contexto electoral en Francia en el que irrumpe un partido llamado “Fraternidad Musulmana” que, junto a los partidos tradicionales socialista y conservador y el Frente Nacional, se presenta como una de las grandes fuerzas políticas de cara a las elecciones, mientras un grupo conocido como “movimiento identitario” parece extremar ideológicamente, más si cabe, al país. Crisis personal y crisis nacional se dan la mano en Sumisión, pero mientras el país se encamina a convertirse en un país islámico, François busca su lugar. Myrian, la única mujer que parece haber conseguido que el profesor sienta algo parecido a un compromiso emocional, se marcha a Israel con su familia –son judíos- ante la inminente subida al poder de los musulmanes. Obsesionado por Huysmans, François se marchará en dos ocasiones en busca de retiro espiritual siguiendo al escritor decadente del XIX. Y cuando regresa a París, descubre que todo ha cambiado y que, tarde o temprano, deberá tomar una decisión.
Relacionando a François y Huysmans, Houellebecq crea una unión entre el decadentismo finisecular del XIX en Francia con el momento actual –aunque Sumisión se desarrolle en el año 2022, la mirada es al presente- en busca de crear una literatura, como aquella, que acompañe a los cambios sociales y políticos. Una especie de canto, como la de Huysmans, a lo que se estaba perdiendo. Pero si entonces había un cierto sentido de resistencia, ahora no lo hay. Y con ello Houellebecq crea lazos de unión entre dos momentos que, bajo su prisma, se encuentran conectados, así como una posible mirada hacia unas formas literarias nacionales, buscando algo permanente en las letras francesas.
En Sumisión Houellebecq no critica tanto al Islam, aunque lo hace, como a los valores del estado de bienestar europeo contemporáneo y, en particular, de los anhelos socialdemócratas y, por extensión, de la unidad europea. Tanto que las claudicaciones de los personajes ante el Islam no viene tanto por una conversión religioso-espiritual por convicción que por un arribismo sustentando en no perder el puesto funcionarial y de poder que ostentan. François, a pesar de sus dudas y de su resistencia, acabará cediendo igualmente. Houellebecq nos presenta una sociedad decadente en sus ideales o, mejor dicho, falto de ellos, en busca de permanecer, y si es posible, mejorar, en posiciones de privilegios sea cual sea el precio a pagar. Lo importante es medrar. Y da igual que sea un partido musulmán o de otra índole, lo relevante es permanecer, no caer.
Houellebecq consigue tramos en la novela verdaderamente inteligentes e incisivos; en otros se deja llevar por la mera, y en ocasiones burda, provocación. Pero lo peor de Sumisión no se encuentra en su mirada ideológica, sino en que literariamente la novela, bien escrita, lo cual hoy en día no es mucho decir, acaba cediendo ante sus ideas. Es decir, estamos ante una obra en la que prima ante todo la discursividad, la cual está por encima del relato y su construcción. Aunque con un magnífico ritmo, la historia avanza más alrededor de las ideas que el escritor quiere desarrollar que por un argumento en el que vayan fluyendo dichas ideas. François en su ambigüedad resulta un personaje muy interesante, muy complejo, pero a su alrededor no encontramos más que situaciones, muchas forzadas, que ayuden al escritor a elaborar sus tesis ideológicas. Largas divagaciones en interminables extensiones ayudan a desarrollar esas ideas, a crear una especie de distopía que, en verdad, es una mirada al presente. Y ahí encontramos muy buenas reflexiones, pero no estamos ante una creación literaria que las sustente de manera convincente. Pero, en su conjunto, no se puede negar a Houellebecq sus méritos a la hora de saber qué presentar y cómo hacerlo.
Porque es indudable que como escritor y como provocador Houellebecq sabe dónde atacar, tanto para crear polémica como para molestar. Porque no es Sumisión tan anti-islamista como se ha pregonado (aunque algo hay). Lo que plantea el escritor galo es la posibilidad de la subida al poder no tanto de un partido populista como de una nueva forma de organización político-social-religiosa como respuesta a la evidente caída de los elementos constitutivos y organizativos, en todos los aspectos, de la llamada sociedad de bienestar. Y, como consecuencia de ésta, la aceptación de un nuevo status no tanto por cuestiones ideológico-religiosas como arribistas: más dinero, más mujeres, más poder.