Quizás muchas de nuestras acciones posean esa cualidad doble, esa posibilidad de alternativa. Y sólo mediante una minuciosa observación y una sinceridad absoluta sigamos el camino que se nos destina, que, por muy trágico que sea, resulta mejor que la tragedia que nos buscamos nosotros solos. En este relato, El hijo de la viuda, perteneciente a En un café (Errata naturae), la escritora irlandesa Mary Lavin (1912-1996) plantea de modo explícito las posibles direcciones que podía tomar la vida si la combinación de los hechos (¿azar?) fuera otra. ¿Qué hubiera ocurrido si no hubiera acontecido un suceso trágico, la muerte de un hijo por esquivar con su bicicleta a una gallina? Pero en la segunda opción imaginaria se remarca cómo la voluntad (o retorcimientos) de los seres humanos influye, o interfiere, para perjudicar (o quizá el verbo más apropiado sea infectar) el curso de los hechos.

Ese otro posible escenario de realidad alternativa, sobre cuya posibilidad se dirime, o que se mantiene en suspensión como permanente irresolución, es la entraña también de dos de los más destacados relatos: la primera opción en el que da el título al conjunto de relatos, En un café: Pero ¿Y si él hubiera estado en el cuarto cuando llamó? ¿Y si hubiera abierto la puerta? ¿Qué habría pasado entonces¿ ¿Qué le habría dicho ella? Un rubor le subió por la cara. Las únicas palabras sinceras que podría haber articulado eran las que zumbaban en su cabeza desde que había estado en el café, unas palabras que Maudie había hecho aflorar:-Me siento sola -Era lo único que podría haber podido decir- Me siento sola ¿y tú?. Y la segunda opción en Almas mansas: siempre me alegraba de que las cosas se mantuvieran en la imprecisión un tiempo más. En un caso, una viuda forcejea con lo que siente con respecto a  un pintor que se muestra solicito con ella en un café, pero su decisión última no tiene que ver con el esclarecimiento, si siente ese impulso más por sentirse sola, o porque se siente  atraída. Está relacionada, más bien, con esas indeterminaciones que tanto nos lastran, como ejemplifica, en el segundo relato, la protagonista que evoca la atracción en suspenso durante largo tiempo, con respecto a un jornalero de la granja, que nunca se atrevió a propulsar en acto, y que nunca podrá ser realizada porque, ya en el inicio del relato, se constata la muerte de él por accidente.

Aunque en otros casos, como en el relato El testamento se apunta a la futilidad de las elecciones que se realicen, sean las que sean, porque quizá sean más bien fantasías, deseos de que la realidad sea otra, como si en cualquier opción cargáramos de modo inexorable con nosotros mismos: Más allá de los charcos que proyectaban el resplandor amarillo de las farolas, no había alegrías duraderas en ninguna parte. La vida era exactamente igual, la miraras por donde la miraras, en la ciudad, en el pueblo, y en el sinuoso campo. Seguramente sería igual en los prados y las aldeas, aunque sabía muy poco de ellos. La vida era igual en las tinieblas y a la luz. Era igual para la solterona y para la desaliñada madre de familia. Siempre eras tú misma, independientemente de donde fueras o lo que hicieras. No cambiabas. Sus hermanos y hermanas eran tal y como habían sido siempre. Ella era tal y como había sido siempre, aunque tuviera los dientes podridos y una pluma azul en el sombrero la hiciera parecer ahora una vieja bruja en una comedia. Podías pensar de antemano que podrías hacer algo o ir a algún sitio que implicara un gran cambio, pero no habría ningún cambio real. Sólo había una cosa que podía cambiarte: la muerte. Y nadie sabía cómo sería ese cambio.

En el relato Una historia con estructura se dirime el enfoque de los relatos: qué refleja, o puede reflejar, la obra literaria, una realidad astillada, o una realidad que el ojo atento puede descifrar para esclarecer su estructura. Un lector cuestiona el planteamiento de estilo de una autora, que se puede percibir trasunta de la propia Mary Lavin, a quien critica, en especial, sus finales flojos, por indefinidos: Pero ¿no se da cuenta? Precisamente por ser la vida tan vaga y turbulenta, por ser tan caótica y falta de propósito, acude la gente a los libros en busca de una distracción. Recurrimos a los libros porque esperamos descubrir en ellos que el autor, con un ojo más sagaz que el nuestro, ha sido capaz de hacer una selección a partir de la multiplicidad de incidentes que se ciernen sobre nosotros y de presentarlos de tal modo que demuestren que en el fondo sí existe relación entre causa y efecto. La autora replica que el relato que le propone, inspirado en una anécdota que comparte, es una anomalía. Para ella La vida en general no es tan redonda; ni tiene bordes afilados y nítidos. La vida es caótica; los sucesos son inconexos. Piensa que La vida tiene muy poco argumento. La vida normalmente se interrumpe a medias. Muchos de los relatos no concluyen con un cierre, sino que en general finalizan como si quedara un fleco suelto (en el pasado o para el futuro), cuya vibración queda impresa en el lector como una cuchilla encubierta. Al respecto, modélico, es el admirable último relato, Trastevere. A una mujer le informan del suicidio de una joven que conoció en una estancia en Italia. A través de la evocación que realiza intenta desentrañar indicios en su comportamiento, en su relación marital, de por qué pudo hacerlo si la impresión que le causaba era la opuesta, por la fortaleza que transmitía. En el relato, con lacerante sutilidad, se entrevén las fisuras, para el lector y el mismo personaje. Y la conmoción que le causa la evocación la proyecta en su propia vida irresuelta, en la indeterminación que mantiene en suspenso con respecto a una relación sentimental. La realidad no deja de ser difusa, escurridiza, pero si hay una certeza es cómo podemos desperdiciarla por nuestros retorcimientos y nuestras inconsistencias e indeterminaciones.