La primera vez que Paloma Sánchez-Garnica (Madrid, 1962) visitó Berlín fue 40 días antes de la caída del Muro (9 de noviembre de 1989), el doloroso símbolo de la división de la Guerra Fría. Levantado por sorpresa la noche del 13 de agosto de 1961, sumió a los ciudadanos de la República Democrática Alemana en un largo encierro, separándoles durante casi tres décadas de familiares y amigos que se habían quedado al otro lado, en la zona dominada por EEUU, Francia y el Reino Unido. La autora pudo ver las dos caras del llamado Telón de Acero, el occidental donde descubrió una ciudad llena de vida, pese a ser una isla minúscula en medio de territorio soviético, y Berlín oriental, “una ciudad gris, lenta, donde no se podía comprar nada, porque no había nada”. Su marido, impresionado por ese país congelado en el tiempo, pronunció entonces una frase premonitoria: ‘Nosotros quizá no, pero este muro lo verán caer nuestros hijos’. Y así fue, mucho antes de lo que había aventurado
Esta ciudad dejó tan impactada a la autora que no dudó en convertirla en territorio literario de tres novelas, independientes entre sí, que exploran cómo los totalitarismos de todo signo pueden acabar de la noche a la mañana con nuestros derechos y el bien más preciado, la libertad. Se trata de ‘Últimos días en Berlín’ (finalista del Premio Planeta 2021), ‘La sospecha de Sofía’ (2019), y ‘Victoria’ (ganadora del Premio Planeta 2024).
Paloma Sánchez Garnica en la plaza Postdamer de Berlín, donde hay varios monumentos conmemorativos con restos del Muro (Foto: Javier Ocaña)
Hemos recorrido junto a Paloma Sánchez-Garnica algunos de los escenarios clave de esta trilogía, entre ellos, la plaza Postdamer, una importante arteria de la ciudad que, en la década de 1920, era el punto más transitado. Allí se ubicó el primer semáforo de toda Europa, una especie de torreta con luces que funcionaba manualmente. Bombardeada por las tropas aliadas, quedó completamente en ruinas al finalizar la Segunda Guerra Mundial y se convirtió en un triángulo fronterizo entre la zona estadounidense, la británica y la soviética, una tierra de nadie sobre la que se levantó el muro. Allí encontramos un monumento conmemorativo con restos del muro y una línea de adoquines que marca el lugar exacto por donde pasaba.
“A partir del 13 de agosto de 1961 esta zona queda completamente vacía”, recuerda Paloma sobre este lugar cargado de simbolismo. La plaza acogió el 21 de julio de 1990 el multitudinario concierto de Roger Waters, de Pink Floyd, quien interpretó su mítico álbum ‘The Wall’ ante más de 300.000 personas, al tiempo que se televisaba en 52 países.
Paloma Sánchez-Garnica en el Museo de los Aliados, donde se puede ver un avión de la RAF (Foto: Javier Ocaña)
Visitamos también el Museo de los Aliados (AlliiertenMuseum), ubicado en el sector estadounidense de Alemania Occidental. Allí se expone un avión de Real Fuerza Aérea británica (RAF), símbolo de la importancia del puente aéreo con Berlín occidental que impidió su aislamiento del resto del mundo, un vagón de tren militar francés, una sección del llamado Túnel de los Espías, construido en 1955 por los servicios de inteligencia de EEUU para interceptar las comunicaciones soviéticas. Los rusos descubrieron el engaño, pero lo utilizaron para lanzar mensajes falsos.
“Había espías por todas partes, voluntarios o involuntarios. Todo el mundo era susceptible de ser contactado. Había agentes dobles, que cobraban de los dos lados; otros eran chantajeados y cedían con el fin de sobrevivir, también por ideología”, subraya Paloma Sánchez-Garnica, que recrea esta situación en ‘Victoria’.
Una ciudad abierta en canal
Tras la guerra, Berlín era una “ciudad abierta en canal”, recuerda. "El 80 por ciento de los edificios e infraestructuras quedaron en ruinas pero no solo era la destrucción física sino también la destrucción moral del alma de las personas, mujeres, niños, ancianos y los pobres soldados rasos que volvían derrotados de una guerra en la que se vieron obligados a luchar, porque si no lo hacían, los suyos les habrían matado a ellos”.
Sin alimentos y sin carbón, en uno de los inviernos más fríos que se recuerda, la gente aprovechaba las raíces de los árboles del parque de Tietgarten como leña para calentarse. “¿Cómo se enfrenta un ser humano a una situación así? Eso era lo que me interesaba entender, teniendo en cuenta, además, que la mayor parte de las mujeres habían sido violadas por muchos y muchas veces. Durante mucho tiempo ni siquiera se las consideró víctimas porque eran alemanas y, en cierto modo, lo merecían. Esto no solo lo pensaban los soviéticos, también los aliados”, relata delante de una inmensa fotografía en la que se ve a los supervivientes, al terminar la guerra, con la mirada perdida en un escenario en ruinas. “Me estremece ver este tipo de fotografías, son personas como cualquiera de los que estamos aquí”.
La autora recuerda el importante papel que desempeñaron esas mujeres, maltratadas e ignoradas, en el desescombro de la ciudad y su reconstrucción. Ellas se encargaron también de los huertos urbanos, donde cultivaron alimentos para paliar el hambre de la población.
Para Paloma, la grandeza de la literatura le permite entender este tipo de cuestiones, sin juzgar a nadie, al menos sin tener todos los elementos sobre la mesa. “Victoria es una más entre esas mujeres que, si tiene que prostituirse para conseguir que su hija tenga medicinas o ropa de abrigo, lo hace. No duda en utilizar sus talentos, entre comillas, para sobrevivir. Todos lo haríamos”, enfatiza. A través de ella descubrimos cómo los vencidos, estuvieran en el lado que estuvieran, se convirtieron en ciudadanos de segunda en su propio país, obligados a recurrir al mercado negro para salir adelante, ya que las cartillas de racionamiento no cubrían sus necesidades básicas.
El poder de la radio
Paloma Sánchez-Garnica en el edificio de RIAS (Foto: Javier Ocaña)
Nuestra siguiente parada es el edificio donde se ubicó la Radio RIAS, cuyo cartel original sigue coronando la fachada circular del edificio, ubicado en Hans Rosentharlerplatz. Fundada en 1946 por las autoridades de ocupación estadounidenses, fue una “ventana al mundo” para los ciudadanos de Berlín oriental “la única manera de informarse tras el cierre definitivo de fronteras”, asegura la autora.
La Guerra Fría no fue solo un enfrentamiento político-militar, sino también una "verdadera batalla por las mentes humanas" donde los medios de comunicación, como la radio RIAS, jugaron un papel crucial. Victoria, protagonista de la novela con la que ganó el premio Planeta 2024, encuentra su lugar en el mundo en esta emisora de radio, donde hace un programa llamado ‘Esto es Berlín’, un guiño a la frase con la que el periodista norteamericano Edward R. Murrow, ‘Esto es Londres’, empezaba a sus crónicas para la CBS durante la Segunda Guerra Mundial. “Es un ejemplo de buen periodismo”, asegura Paloma Sánchez-Garnica, por su “valentía y capacidad para enfrentarse al poder”.
No debemos quedarnos con la melodía que nos gusta
Para ella el periodismo es un pilar importantísimo de la democracia y la libertad, pero no el único. En su opinión, los ciudadanos también tienen una responsabilidad a la hora de cribar y analizar esa información: “No debemos quedarnos con la melodía que nos gusta”.
El discurso de Kennedy: "Soy un berlinés"
Paloma Sánchez-Garnica en el Ayuntamiento Schönenberg, donde Kennedy dio un emotivo discurso en 1963 (Foto: Javier Ocaña)
Parada obligatoria es el Ayuntamiento Schöneberg, desde el que John Fitzerald Kennedy se dirigió a los berlineses para darles su apoyo. “Ich bin ein Berliner” – en español, “Soy un berlinés” –, el 26 de junio de 1963 en uno de los discursos más emotivos de su carrera. Aquel discurso, recuerda Paloma, “reforzó la sensación de protección por parte de EEUU, ya que los ciudadanos de Berlín occidental vivían con el miedo de que en cualquier momento podían abandonarles”.
Paloma Sánchez Garnica en el antiguo aeropuerto Tempelhof (Foto: Javier Ocaña)
Otro punto clave, que tiene gran importancia en la novela (y en la historia), es el puente aéreo que organizaron en tiempo récord desde el aeropuerto de Tempelhof, ubicado en la zona estadounidense cuando en 1948 las autoridades soviéticas bloquearon todas las rutas terrestres y fluviales hacia esa zona. Llegaron a realizarse 1.400 vuelos diarios con todo tipo de alimentos, incluso dulces y caramelos para los niños. “Para los berlineses occidentales el constante zumbido de los motores de los aviones significaba la supervivencia”, nos comenta.
El aeropuerto fue clausurado en 2010 y se ha convertido en uno de los parques urbanos más grandes del mundo. Sus pistas de aterrizaje son transitadas ahora por bicicletas, runners o gente en patines, y está a disposición de los ciudadanos para realizar todo tipo de actividades. A pocos metros de allí está el monumento en memoria de los pilotos británicos y estadounidenses que perdieron la vida en el puente aéreo: “A pesar de ser fuerzas de ocupación, fueron considerados como héroes nacionales”.
La zona más monumental de la ciudad, empezando por la Puerta de Brandeburgo, estuvieron en la zona comunista. En la novela se hace referencia a la avenida Karl Marx Alle, antiguamente avenida Stalin, donde vivieron Rebeca, la hermana de Victoria, y su sobrina. Se trata de un inmenso bulevar donde levantaron bloques de apartamentos de lujo destinados a personas afines al régimen. En las calles adyacentes se pueden ver edificios prefabricados de hormigón donde vivía la gente sin privilegios, en viviendas con paredes de papel donde se oía todo.
La torre de la memoria
Nuestro periplo literario nos lleva a la Iglesia de la Memoria, convertida en símbolo de la devastación que provocó la Segunda Guerra Mundial. Este templo, construido entre 1891 y 1895 en honor al emperador Guillermo, fue destruido por los bombardeos y solo se conserva una de las torres, que se muestra tal cual como quedó a modo de recordatorio.
¿Con qué lugares se quedaría Paloma de cada una de las novelas que forman parte de su trilogía? De ‘Los últimos días en Berlín’, el Reichtag, el parlamento alemán; de ‘La sospecha de Sofía’, nos cuenta que podría ser cualquier lugar del muro, pero si tuviera que elegir uno concreto, sería sin duda la Puerta de Brandeburgo, el lugar donde se inició todo. De la última, 'Victoria', se quedaría con el aeropuerto de Tempelhof y el puente de Oberbaum, que durante la Guerra Fría fue un puesto fronterizo peatonal entre las dos Alemanias.
Muros físicos y muros ideológicos
"Me siento muy afortunada por lo que tengo, por el Estado de Derecho en el que vivo y por la capacidad de transformar la sociedad en la que habito. Soy muy consciente de lo que pasó y no estamos exentos de que todos esos males vuelvan a ocurrir", nos advierte a escasos metros de uno de los tramos del Muro que todavía su conserva. "Esta ciudad durante mucho tiempo estuvo muy restringida para muchos ciudadanos como nosotros. Hoy en día también se están levantando muros, no solamente muros físicos, también muros ideológicos. La confrontación está yendo cada vez a más a nivel mundial. Estamos en un en una deriva que no sabemos dónde nos va a llevar".
Paloma Sánchez-Garnica se despide de esta manera de Alemania y de Berlín, con la brújula ya puesta en otros destinos literarios -tiene ya muy avanzada una nueva novela, que transcurre en otro lugar del mundo del que no da detalle-. Está convencida de que volverá algún día, pero, de momento, necesita alejarse de esta ciudad.