La primera sorpresa al abrir estas memorias noveladas es que su autor las escribió en francés: lo que se publica aquí es una traducción de Luis Núñez Díaz en la que colabora el propio escritor. Cuando alguien no sólo abandona su país de residencia, sino que además se adapta a otro idioma y escribe libros en esa lengua, el resultado suele ser notable. La razón es evidente: las distancias físicas y las distancias emocionales se acompañan de un alejamiento del lenguaje, del idioma original. Particularmente me interesan mucho esos textos, en los que alguien se mira y nos mira de lejos.
Como el título ya avanza, Kiko Herrero centra los episodios en su ciudad natal, Madrid. Aunque la obra termina cuando decide irse a Francia (Lo único que puedo hacer es huir de la hoguera madrileña, purgatorio de pasiones), Herrero incorpora un epílogo en el que nos cuenta lo que le ocurre veinticinco años después de haberse ido, en un regreso que demuestra que las cosas no han variado tanto, que lo que dejó atrás es más de lo mismo o incluso peor, con el agravante de la crisis.
Con capítulos cortos entre los cuales predominan las elipsis, el autor nos va ofreciendo vistazos de su vida y de su entorno entre los años 60 y 70 y principios de los 80. Es un retrato que incomodará a algunos (el escritor que hay en estas páginas no parece tener miedo a nada, y así arrea varios palos a instituciones que, en teoría, aquí son intocables), repleto de estampas en las que el recuerdo (a veces) toma un impulso lírico para instalarse en el territorio de la fabulación o de lo mítico. Herrero sabe que el pasado de uno mismo no es exactamente como fue, sino como uno recuerda que ocurrió. Por ejemplo: esa visión de los suicidas del viaducto de Madrid ensartados en las ramas de los árboles; o ese cadáver de ballena en las proximidades de Moncloa.
En Arde Madrid, este trayecto urbano y maldito, quienes hemos vivido los años 70 y 80 encontramos muchas situaciones conocidas, estampas que avivan el recuerdo, fragmentos de un tiempo que no fue tan benévolo como algunos quieren hacernos creer: los coletazos del franquismo, los maestros duchos en atizar al alumno, los inicios de los primeros heroinómanos, el ambiente español sombrío y caduco…
Kiko Herrero nos enseña la locura, el desmadre, la intolerancia de quienes gobernaban, el desafío de quienes optaron por rebelarse… Hay en estas memorias mucho sentimiento y mucho desarraigo, hay historias de drogas, de relaciones con hombres y con mujeres, de desencuentros familiares, de pérdidas y de vidas que van ardiendo a la sombra de la ciudad, una ciudad que decae y luego se fortalece y vuelve a caer, como una montaña rusa en la que su protagonista viaja alucinado y con la mirada cínica.