Winston Churchill afirmó una vez que los Balcanes generaban más historia de la que podían asimilar. Hace ahora veinte años, Sarajevo se desangraba en uno de los conflictos bélicos más devastadores de los que produjo la desintegración de Yugoslavia, la guerra de Bosnia. Fue también uno de los que más ríos de tinta ha hecho correr, tanto en la prensa como en el ensayo y la narrativa. Juan Goytisolo, por ejemplo, le dedicó sus Cuadernos de Sarajevo, y Clara Usón inspiró en el criminal de guerra Ana Mladic su novela La hija del Este.


Alfonso Armada añade ahora su propio título, Sarajevo. En él recopila crónicas que publicó en el diario El País sobre ese conflicto, en el que se estrenó como corresponsal de guerra, junto a notas personales de un diario íntimo referidas a aquella experiencia, e imágenes tomadas por su colega Gervasio Sánchez, Premio Nacional de Fotografía. Una espléndida lectura que reafirma a Armada como uno de los informadores y analistas españoles más certeros de todos los tiempos, muy afín a Kapuscinski y su teoría periodística del “encuentro con el Otro”.


Alfonso, el libro alterna crónicas que usted publicó en El País sobre la guerra de Bosnia, con notas de un diario íntimo, que escribe desde la universidad, relacionadas con su estancia en aquel conflicto. ¿Por qué? Es un esquema que apliqué ya en Cuadernos africanos, que editó Península, aunque este libro de Sarajevo lo escribí antes que ese. Es un libro extraño, la verdad. Por eso, y porque he tardado veinte años en sacarlo a la luz. Ha llegado a las librerías justo cuando se cumplen dos décadas del conflicto bosnio, aunque la coincidencia no ha sido premeditada sino casual. Ofrece una doble mirada, una especie de esquizofrenia controlada, porque la persona que escribe ambos textos es la misma, y sin embargo son muy diferentes entre sí: las características de las crónicas se supeditan a los requisitos del periódico, donde el espacio es limitado y tienes que ofrecer datos y explicaciones al lector para informarlo. La primera persona, el periodista, tú, quedas relegado a un segundo plano, obviamente. No puedes ser protagonista. Un diario es personal, aunque seguramente todo el que lo escribe tiene siempre presente la imagen un lector o posible lector. En cualquier caso, en el diario te desnudas más. Y en este libro, en resumen, se plasman dos miradas complementarias: una, la de las crónicas, informativa y explicativa de una guerra. La otra, la de los diarios, en la que yo, el autor de las crónicas, me pregunto qué hago allí.


Dice usted que las crónicas de prensa no pueden ser personales, pero sí hay periodistas, y de los buenos, que las hacen con ese tono, otorgándose protagonismo. Yo creo que las crónicas tienen que perdurar, no pueden morir con el día. Han de ser literarias, para no envejecer. El periodista es un testigo presencial de una guerra, y de alguna manera ha de conseguir que el lector se ponga en el lugar de los que la sufren, en el lugar del otro. Tiene que informar y contar el conflicto de tal manera que permita al lector simpatizar con quienes lo viven y padecen sus consecuencias. Aunque la crónica periodística no ha de ser solo un cúmulo de datos. Se ha de confeccionar con un sentido narrativo y completo, que no simplifique la complejidad de una guerra y su relevancia, lo que ésta significa en todos los sentidos para una sociedad. Hay que transmitir la actualidad de la guerra, pero también sensaciones y sentimientos, como el dolor o la esperanza. Creo que la crónica es el género periodístico que mejor lo logra, por su extensión, profundidad y estilo narrativo.



La de Bosnia fue la primera guerra que usted cubrió. ¿Cómo acabó allí? Nunca antes se me había pasado por la imaginación cubrir una guerra. Ni siquiera hacer información internacional. Eran dos cosas que estaban lejos de mis ambiciones. Pero, a la vuelta de un largo viaje por Estados Unidos, Luis Matías, jefe de Internacional de El País, me propuso viajar a Sarajevo a cubrir el conflicto de Bosnia. Me asaltaron muchos pensamientos. El primero, claro, el miedo. A morir, fundamentalmente. Pero luego, la curiosidad, genuina y morbosa, por una guerra. Por último, me planteé cómo sería la dinámica de trabajo en un conflicto: cómo se contactaría con las fuentes, cómo se destilaría la verdad… Y pensé que la mejor manera de descubrir todo eso sería aprovechando la oportunidad de ir a Sarajevo.


En Sarajevo conoció a Gervasio Sánchez, el famoso fotoperiodista cuyas imágenes acompañan sus textos en este libro del que hablamos. ¿Qué significa él para usted? Gervasio venía ya de trabajar en Centroamérica. Después, hemos coincidido en muchos otros conflictos, también en África, y hemos trabado gran amistad y compañerismo. Gervasio hace algo que no hace casi nadie, seguir la peripecia vital de las víctimas que se encuentra en las guerra, y a las que fotografía. Es algo que tiene un coste personal muy fuerte, aunque a él no le guste hablar de ello.


Después de la guerra de Bosnia, ha cubierto usted muchos más conflictos. Sí, para disgusto de mi madre, que no paraba de preguntarme por qué no me perdía ni uno… Pero, como le decía a ella, alguien tiene que hacerlo. Es una labor que me parece necesaria, aunque yo no sé si existen los corresponsales de guerra. Hay quien mantiene que sí, que es una especialización del periodismo. El problema de las guerras es que acabamos convirtiendo algunos lugares de la tierra en estereotipos. Estoy pensando en África como ejemplo. Solo se habla de ella en la prensa para informar de sus conflictos y sus lacras, y a menudo se hace de forma tal que acabamos simplificando su realidad, que es muy compleja. Para mí, este es uno de los problemas del periodismo. Es cierto que el periodista tiene que seleccionar la información, pero si el relato se resume en destacar solo lo malo, haces un flaco favor a la verdad y la realidad, que es más complicada de lo que muchas veces se publica. Y sin embargo, por otro lado, hay conflictos sobre los que apenas se informa. Me pasaba, nos pasaba a muchos redactores en El País, en relación con conflictos africanos. Las carencias informativas respecto a ellos eran constantes. Proponías ir a cubrir un conflicto que estaba ocurriendo allí, y prácticamente te ignoraban. O lo que es peor, te miraban con sospecha. Era algo con lo que teníamos que lidiar constantemente. No obstante, después del genocidio de Ruanda y después de haber estado en Sarajevo tres veces, acabé convirtiéndome en corresponsal para África de El País, y no siempre iba allí a cubrir guerras. La vida en África es muy diversa.


Sus crónicas siempre se han caracterizado por tener un tono muy literario, y usted siempre intenta destacar, por así decirlo, la intrahistoria, las historias individuales, ¿no? La crónica periodística me parece el mejor género para contar historias. Las crónicas están basadas en la escucha. Las guerras son impersonales, y hay mucha desinformación. Si, en condiciones normales, en la vida civil, el periodista ya tiene que combatir la mentira, no digamos durante un conflicto. Continuamente hay comunicados propagandísticos políticos y militares. Como decía antes, creo que lo que tiene que conseguir el periodista, con un tono literario y perdurable, es que el lector se ponga en el lugar del otro, del que está viviendo la guerra. No debe limitarse a reproducir comunicados de dudosa veracidad. En el fondo, todo somos muy parecidos, y contando historias personales, puedes lograr la simpatía del lector.


Algunas de las historias que recoge en Sarajevo están relacionadas con clubes nocturnos, otras con iglesias… Y una que lo marcó especialmente fue la de una compañía teatral que no cesó su actividad durante el cerco de Sarajevo. Tal vez por el vínculo que usted tiene con el teatro. Dirigí, durante años, una pequeña compañía de teatro, de nombre impronunciable: Koyaanisqatsi. Me fascinó aquella historia. Aquellos actores quisieron mantener un espíritu cívico aun a riesgo de jugarse la vida. Corrían grave peligro cuando ensayaban. De hecho, uno de ellos perdió las piernas y otro murió. Pensaron que no eran tan útiles en el frente como ofreciendo una obra de teatro, que además hablaba de cómo debían comportarse los actores y artistas en ese tipo de situaciones. Susan Sontag también decidió compartir el sufrimiento de Sarajevo montando allí Esperando a Godot, en una analogía de la propia espera desesperada de que los europeos hicieran honor a sus propios principios y acudieran a impedir el exterminio de los justos, de las víctimas.


¿Y usted cree en esa función social del Arte? Hay ejemplos a favor y en contra. De una de las sociedades más cultas y de gusto artístico más refinado del siglo XX, nació el nazismo. La cultura no te vacuna contra el espanto. E incluso puede ser un aliado del mal. Pero quiero pensar que no, que también puede despertar una conciencia que puede ayudar a evitarlo. Hace poco entrevisté a un periodista de la radio de Sarajevo que pensaba que no habíamos aprendido nada. Pero creo que merece la pena seguir intentándolo. Hacer las preguntas que expliquen lo inexplicable.


Volviendo a su carrera profesional, ¿cómo ha cambiado usted desde sus inicios, y cómo ha cambiado la figura del corresponsal en la prensa española? He cambiado como persona, fundamentalmente. Estas experiencias no son gratuitas. Después de ir a una guerra, no eres el mismo. Se modifica tu escala de valores, tu capacidad de resistencia, tu capacidad de simpatizar con los demás. Compartir situaciones extremas y ver las necesidades desesperadas de la gente, y cómo éstas le obligan a cambiar sus prioridades, son cosas que te cambian para siempre, y yo creo que para bien. Obviamente no hace falta ver el dolor y la muerte para ser sensible a los problemas de los demás, pero sí son cosas que alteran tu forma de ver el mundo. Y también tu forma de expresarte, de escribir. Y en cuanto la figura del corresponsal, ha cambiado por completo en este tiempo. Ahora hay menos corresponsales que cuando yo empecé. Paradójicamente, la Guerra de Bosnia fue una de las mejores cubiertas; en el caso de El País, se mantuvo un corresponsal permanentemente allí. Además, allí coincidió y se forjó una generación muy buena de periodistas. Hoy, al margen de la crisis, que hace que resulte más complicado sacar adelante las empresas periodísticas, los medios han dimitido en gran medida de su obligación y vocación de informar, sobre todo en relación con el área internacional. Sé que estoy generalizando porque también existen periodistas y prensa que cumple su cometido. Pero, en general, el periodismo se ha ensimismado, se ha vuelto más narcisistas. Por ejemplo, cuando veo la energía que se dedica en España a cuestiones nacionales como los relacionados con el País Vasco o Cataluña, a ese fervor por la identidad, me sorprende, me parece una frivolidad indefendible.


¿Por qué se mudó de El País a Abc? Por una propuesta de Abc. Para explicártelo, tengo que contarte una obsesión que tenía de pequeño: yo nací en Vigo, y como Galicia está en las antípodas exactas de Nueva Zelanda, soñaba con ir allí. Y estando en El País, me enteré de que el actual rey, Felipe VI (entonces aún era heredero) iba a celebrar un viaje oficial a Nueva Zelanda y Australia. Aunque yo no hacía información de la Casa Real, le pedí a Sol Gallego-Díaz (entonces Directora Adjunta de El País) que si nadie iba a cubrir ese viaje a mí me encantaría. Durante el viaje, conocí a Catalina Luca de Tena, enviada especial de Abc), y nos hicimos amigos. Más adelante, ella me ofreció la corresponsalía de Nueva York de su periódico. Todos mis amigos me animaron a aceptar el puesto, y cuando lo hablé con el entonces director de El País, Jesús Ceberio, me dijo que la oferta era muy buena, y que no la podía superar, pero que quería para quedarme en el diario.  Le propuse convertirme de verdad en corresponsal para África, pero de verdad, y que cubriera tanto temas políticos, como deportivos y culturales. Después de casi un de discusiones me dijo que El País no  ni Le Monde ni The New York Times para tener a una sola persona dedicada exclusivamente a África. Así que decidí marcharme a Nueva York. Un amigo me dijo, y tenía razón, que en Estados Unidos se decidían buena parte de los designios de África, y sin duda es cierto. Mi madre se llevó una alegría, porque así dejaba de ir a las guerras. Hasta que, estando yo en Nueva York, se produjo el atentado del 11S…


Pero suele decirse que los periódicos ideológicamente de derechas, como Abc o La Razón, sí dan más importancia a la política interior, mientras que los de izquierdas, le dan bastante relevancia a la información internacional… El País sigue abriendo con internacional, pero yo creo que le ha restado peso y relevancia respecto al pasado. Guerras como la de Siria se están cubriendo muy mal. Aunque en el caso concreto de Siria, sobre todo en la parte que controla el Estado Islámico, se ha vuelto un conflicto prácticamente imposible de cubrir, con los periodistas convertidos en moneda de cambio, sometidos a torturas (como ocurrió con tres periodistas españoles) o asesinados ante las cámaras (como ha ocurrido con reporteros y cooperantes anglosajones). En todo caso, en la prensa española hay un problema mayor, y es la mezcla interesada de opiniones y hechos. En el mundo anglosajón En el mundo anglosajón, la prensa de prestigio separa de forma mucho más cuidadosa y tajante la opinión de los hechos. En España, la información está muy contaminada de opinión, y los periodistas nos hemos ganado en gran medida la desconfianza del público. Nos hemos vuelto previsibles y aburridos, y corremos el riesgo de convertirnos en irrelevantes, y eso es trágico para la democracia. Aunque creo que también hay parte de culpa en la sociedad. Como decía Ignacio Ramonet, informarse cuesta, y creo que hay falta de voluntad entre no pocos lectores, que prefieren atender a otras cosas. Y en especial, hay desinterés en relación con la información internacional. Y es terrible, el ámbito internacional tiene gran repercusión en nuestra vida. No hay más que ver cómo nos influye la llegada de inmigrantes a nuestras costas, o cómo ahora muchos españoles han de emigrar.


E Internet, ¿nos informa o nos desinforma? Usted dirige un medio online desde hace años, FronteraD… Hay de todo. Creo en Internet que se están explorando nuevas formas de periodismo y de narración. En FronteraD nos dedicamos a las crónicas de largo aliento, porque me parecen una de las mejores maneras de explicar la complejidad de las cosas. Lo que sí creo es que se ha agotado la idea tradicional de que el Periodismo serio se publica en papel, y es que el Periodismo en papel a veces tiene páginas deplorables. Y hay muchos medios muy buenos en Internet. No me gusta hacer de agorero, porque los periodistas somos expertos en pronosticar, pero en pronosticar el pasado. Pero creo que van a convivir el papel y los medios digitales durante mucho tiempo. Pasa lo mismo con el libro de papel, creo que tiene un futuro espléndido.


Hablábamos de las dos décadas que se han cumplido recientemente de la guerra de Bosnia. Y decía usted que, tras esa guerra, ha vuelto una vez a Sarajevo. ¿Quedan, aún, heridas abiertas? Hay heridas abiertas. Existe una sociedad muy descontenta de su gobierno. Aunque se han abierto muchas fosa e identificado muchos restos, quedan todavía muchos desaparecidos en fosas comunes, y mucha gente sigue traumatizada y no quiere hablar de la guerra. Eso sí, ahora hay luz, agua corriente, se puede pasear por las calles de Sarajevo… Es decir, se han dado algunos pasos. Pero es que, tras una guerra civil, cuesta pasar página, y la actual Bosnia es un país inviable, fruto del tratado de Dayton que trazó la paz dibujada por la violencia y la limpieza étnica


¿La comunidad internacional debería haber asumido más responsabilidad? Sí. Permitió que ganara el mal, los malos, y no se apoyó a quien apostaba por la interculturalidad y la convivencia. Sarajevo ha pasado de ser una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, a ser una ciudad con un peso desorbitado de la religión y las tradiciones. Hay más mezquitas y concesiones a los emiratos, y a las ramas extremistas del Islam.


Estos días hay una fotografía suya enorme en la Fnac de Madrid, promocionando el libro. ¿Es usted una referencia? No lo veo así, es algo que tiene que ver con el marketing, con el lado comercial del libro. Se publican muchos libros en España, es difícil atraer la atención. Hay una lucha angustiosa por el espacio, las editoriales no paran de publicar, y la sociedad está muy distraída con dispositivos electrónicos. Leer en silencio, y en soledad, como debe ser, es ahora una tarea admirable. Me encanta la edición del libro que ha hecho Malpaso, estoy muy agradecido a la editorial. Y me halaga lo de la foto.