El narrador de Thomas Bernhard es una enfermedad contagiosa; llega un momento en que te sabes envenenado por su palabra y entonces quizá sea tarde para prestarle atención a la publicación de libros efímeros. El crítico canadiense Simon Harel publica un ensayo en el que interpreta la relación entre la enfermedad pulmonar crónica del autor y la voz incisiva del narrador de su literatura.

El narrador de Thomas Bernhard pareciera no tener tiempo; se presenta y avanza como alguien que leva encima una enfermedad mortal, una carga, un gran vomito que necesita lanzarlo al mundo. De ahí que no pueda detenerse en puntos y apartes o en las normas consagradas a todo contador formal. No, el narrador de Bernhard cuenta lo que observa con tal grado de desesperación que convierte al mundo en la sala de emergencia de su relato. Un niño, Trastorno, La calera, Corrección, Sí, El sobrino de Wittgenstein, El malogrado. Cada novela de Thomas Bernhard me ha dejado una sensación de urgencia, como si acabara de recibir un mensaje de alguien que grita en un mundo de sordos.

Simon Harel (Montreal,1957) publica La respiración de Thomas Bernhard, un libro de 252 páginas en el que relaciona el tono del narrador de Bernhard con la enfermedad pulmonar que padecía, pero también equipara su forma discursiva con el alto interés que el escritor tenía por la música. Enfermedad, música, literatura. Pulsos de una misma necesidad expresiva. Escribe Harel que "Es en un sanatorio donde desarrolla su destino como escritor… La muerte se convierte entonces, para él, en la escena del mundo”. Añade que, según Bernhard, "la tragedia no es más que un teatro de títeres".

Thomas Bernhard soñaba con ser cantante, sin embargo, su ambición se vio truncada por su frágil salud. Su amor por la música se convierte en literatura, como si la sinfonía que llevaba por dentro tenía que ser expresada de una u otra forma, siendo la vía definitiva la palabra.  En su ensayo Harel asegura que Bernhard admira el perfeccionismo del pianista canadiense Glenn Gould, incluso a un nivel obsesivo. Algo de eso dejó reflejado en la novela El malogrado.

El libro de Simon Harel (que ojalá pronto sea traducido al español por el maestro Miguel Sáenz) revisa con sensibilidad varios de los puntos que rodeaban la vida del escritor. Su constante relación con la muerte; su visión de que la política es solo un juego tragicómico que se repite; la idea de que la moda es el enemigo implacable del arte; la misantropía que sacude su obra y su vida misma. Uno de sus personajes, como muchos otros, parecen hablar por él, para resumir buena parte de su perspectiva del mundo:  "Los únicos amigos que tengo son los muertos, que me han dejado su literatura".