A partir de la novela de Vince Flynn, Michael Cuesta y, hasta cuatro guionistas, plantean en American Assassin una película que se mueve entre el producto-basura de consumo rápido y un intento de, mediante una cierta producción, trascender esa naturaleza y parecer algo más sofisticada. Pero dentro de su apariencia intranscendental, aparece en ella una mirada inquietante a partir del juego que lleva a cabo con ciertos imaginarios, tanto cinematográficos como reales, y, sobre todo, por un intento de aparecer desideologizada, algo que no consigue dado que, dicho intento, ya es de por sí una cuestión ideológica. La película de Cuesta utiliza esa naturaleza para hablar y representar de una forma abrupta y sin tapujos algunos temas con más valentía que gran parte del cine comercial norteamericano, quizá más preocupado por las repercusiones debido a su teórico mayor alcance. Algo que, a su vez, debería hacer pensar en qué imágenes y en qué producciones, en ocasiones, se debaten ciertos temas reales en su representación, esto es, en su construcción como ficción.

La película arranca en las playas de Ibiza, donde Mitch Rapp (Dylan O’Brien) propone matrimonio a su novia, Katrina (Charlotte Vega); después de tal idílica y casi inocente imagen, la brutalidad: un grupo terrorista irrumpe en la playa y comienza a disparar a los turistas. Katrina morirá mientras que Mitch resultará herido viendo, desde el suelo, como uno de los terroristas ejecuta a Katrina frente a él. Los responsables de American Assassin plantean este inicio como la manera de explicar los siguientes movimientos de Mitch, sus motivaciones y, sobre todo, el inicio de aquello en lo que se convertirá, en un monstruo, tanto cuando opera de manera individual para dar caza a los asesinos de su prometida, como cuando la C.I.A. lo reclute, dado que ven en él una fuerza perfecta. Más que sus cualidades, lo que llama su atención es precisamente ese odio desmedido, surgido de la emoción y del dolor, que, en teoría, con un buen entrenamiento, deberían conseguir rebajar para convertirlo en un asesino al servicio del Estado frío y sin emociones.

Esas imágenes de la playa, casi apáticas, de una vitalidad cromática que desaparecerá del resto de la película, juegan con un imaginario que ahora mismo trasciende los contornos de la pantalla y de la ficción e, incluso, del ideario norteamericano, dado que no se debe olvidar que en los últimos años actos terroristas, como el mostrado en la película, se suceden más fuera de sus fronteras que dentro de ellas. Y sin embargo pervive a la hora de dar forma a una motivación personal y fanática de un personaje que deviene en monstruo en tanto a que se muestra en gran medida desideologizado a la hora de llevar a cabo su venganza, a diferencia, por ejemplo, de lo que desean desde la C.I.A. promover en él: que sirva  a una causa, o lucha, mayor. Esa dialéctica no es nueva, ni mucho menos, pero en American Assassin aparece en los contornos de una película que, en verdad, en otros tiempos, quizá habría sido destinada a consumo doméstico y no habría ni llegado a las pantallas de cine. Algo que surge, a su vez, de esa otra dialéctica que posee la cinta de Cuesta, la de querer ser algo más que una película-basura y poseer trazos de cine comercial más o menos de prestigio. Para ello, el director se toma, en general, muy en serio la puesta en escena, tan funcional en términos generales como adecuada para ese tipo de producción, incluso, en ciertos momentos, superior en su trabajo.

Pero no se debe infravalorar a una película como American Assassin por su naturalez. Sobre todo porque gracias a ella sus responsables no solo han podido mostrar de manera tan abierta un espacio cinematográfico e ideológico como el atentado y, después, desarrollar, aunque dentro de unos parámetros muy limitados, a un personaje y a quienes, con el Estado detrás, ejercen la violencia y la lucha antiterrorista desde un cierto automatismo gubernamental, sino también para introducir algunos otros elementos significativos. Por ejemplo, que en la investigación para encontrar el plutonio robado y que puede ser usado para construir una bomba nuclear, se sitúe a Irán como el principal interesado en hacerlo, algo quizá impensable en otro tipo de producción con mayores ambiciones comerciales (y con más temor a las repercusiones del planteamiento), aunque al final se descubra que, a parte de los iraníes, se encuentra al frente de toda la operación un exagente de la C.I.A. Una vez más, la amenaza aparecen en la forma de un miembro surgido y creado desde el interior del propio sistema que está en peligro.

Elementos todos ellos que no son novedosos, del mismo modo que no lo es la estructura y construcción de una película que mira de cerca al cine de acción de espionaje de los últimos años, mostrando además sus carencias de producción a la hora del movimiento por diferentes países, dando igual la ubicación y el paisaje, con la sensación por momentos de estar rodada en el mismo lugar y de estar usando imágenes de archivo para la contextualización. De igual manera que el climax final evidencia ese diseño de producción más ambicioso que real, dado que la pretendida espectacularidad de las imágenes apenas existe.

Pero esa forma cutre bajo un aparataje de producción que quiere aparentar más de lo que es, supone la coartada perfecta para poder entregar una película en la que una suerte de abstracción ideológica, a pesar de la mirada crítica que se intuye bajo la narración, permite a sus responsables hablar sin tapujos de realidades duras, de miedos patentes y latentes. Lo esquemático de la propuesta, a su vez, aumenta lo anterior, en tanto a que el desprejuicio de los responsables de American Assassin acaba convirtiendo a sus imágenes y a su discurso en un acercamiento perturbador, aunque sin hondura ni demasiado alcance. Pero como decíamos al comienzo, que en la película de Cuesta se planteen cuestiones ideológicas a partir de unos imaginarios tan precisos, fuera y dentro de la pantalla, por encima de gran parte del cine comercial de acción norteamericano, pone de relieve, más si cabe, la precaria salud actual de éste.