Giulio Ricciarelli debuta en el largometraje con un consistente film basado en hechos reales y en el que recrea la investigación que llevaron a cabo un grupo de fiscales y abogados de Frankfurt a finales de los años cincuenta para descubrir y procesar a varios miembros de las SS que sirvieron en el campo de Auschwitz.
Se cumplen setenta años de aquel 27 de enero de 1945, cuando el ejército soviético liberó Auschwitz, el mayor campo de exterminio nazi mostrando al mundo uno de los horrores más espeluznantes cometidos por el hombre. Pocos meses después, con los juicios de Nüremberg celebrados entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1 de octubre de 1946, que dicho sea de paso tuvieron mayor repercusión internacional que dentro del propio país, se intentó no solo que estos sirvieran como forma de exponer los crímenes perpetrados por el nazismo, sino depurar una nación estigmatizada por el horror para reintegrarla dentro del nuevo orden internacional. Con ello dio comienzo la desnazificación, un proceso con el que los aliados trataron de eliminar las secuelas ideológicas y culturales del nacionalsocialismo, reeducando a la población a través de diversas estrategias como la proyección de films sobre los campos de concentración.
Sin embargo muchos prefirieron mirar hacia otro lado, al mismo tiempo que los aliados dividían el país en varios sectores. Pero la República Federal de Alemania (RFA) muy pronto comenzó a convertirse en un país capitalista a través del milagro económico propulsado por Ludwig Erhard, Ministro de Economía en el gobierno de Konrad Adenauer. Al mismo tiempo se extendió un manto de silencio en parte alentado desde las altas instancias políticas pues si había una evidencia esa era que en realidad eran muy pocos los ciudadanos que no hubiesen estado involucrados con el nazismo, pues el que menos había, como poco, simpatizado o colaborado con el mismo, habiendo entre ellos altos cargos así como muchos otros que ocupaban puestos en las diferentes escalas de la sociedad civil, y que habían logrado encubrir su pasado sin despertar la más mínima sospecha. Como se muestra al comienzo del film, cuando un superviviente del campo de Auschwitz identifica a uno de sus verdugos en el patio de un colegio donde ejerce como profesor. Un pasado del que casi nadie pareció librarse y que ha seguido causando revuelo cada vez que ha salido a la luz un nuevo caso de esta índole. Recuérdese el que se generó cuando el Premio Nóbel Gunter Grass confesaba en su autobiografía Pelando la cebolla (Alfaguara, 2007) haber formado parte de las Waffen‒SS cuando tenía 17 años de edad.
Pero al mismo tiempo planeó ese sentimiento de culpa que arrastraron sobre todo las nuevas generaciones de jóvenes quienes o bien su infancia coincidió con la guerra o bien nacieron después de ella, heredando en cierta manera ese estigma, sobre todo fuera de sus fronteras. Del mismo modo que tampoco conocían demasiados detalles de lo ocurrido, en parte porque su juventud transcurrió bajo los efluvios de la bonanza económica pero también porque sus mayores siguieron manteniendo el silencio.
Y aun así, cualquier intento de tocar un tema como aquel era poco más o menos que un tabú. Sin embargo, no sería hasta finales de la década de los sesenta cuando aquella generación, nacida justo antes o durante la conflagración, empiece a enfrentarse a ese silencio, sobre todo desde el mundo de las artes siendo uno de los primeros en tratar el tema de forma abierta el pintor Anselm Kiefer, precisamente nacido en 1945, al igual que el cineasta Rainer Werner Fassbinder quien junto con otros coetáneos suyos pertenecientes al nuevo Cine Alemán, como Hans‒Jürgen Syberberg, Alexander Kluge o Edgar Reitz, por citar algunos, comienzan su particular ajuste de cuentas con el pasado reciente de su país. Aunque, como apunta José Enrique Monterde «[…] Se va a desviar la atención hacia las raíces ideológicas, filosóficas, éticas e incluso estéticas ‒más que las históricas y políticas‒ del fenómeno nazi o hacia las consecuencias directas del nazismo ‒la posguerra‒ y las dilatadas en el tiempo, es decir, su pervivencia enquistada en la naturaleza de la Alemania del milagro económico o en anclajes más profundos en el “alma” alemana, aunque para ello se deba escarbar hasta épocas muy anteriores, por ejemplo los tiempos del romanticismo que están al menos parcialmente en el origen de los desvaríos nacionalistas y de las ideas supremacistas»[1]
Sin embargo hay que ir un poco más atrás, a 1958, fecha en la que comienza La conspiración del silencio cuyo título original es Im Labyrinth des Schweigens que traducido vendría a ser algo así como “En el laberinto de silencio”, cuando un grupo de abogados y fiscales, encabezados por el Fiscal General Fritz Bauer, superviviente del Holocausto y a quien en el film encarna Gert Voss, inician una espinosa investigación que culminó con los denominados juicios de Auschwitz que se celebraron en Frankfurt, entre el 20 de diciembre de 1963 y el 10 de agosto de 1965 contra antiguos miembros de las SS responsables del funcionamiento del campo de exterminio.
La conspiración del silencio se centra precisamente en la investigación que lleva a cabo el joven fiscal Johann Radmann, encarnado por Alexander Fehling, y el periodista que impulsa el caso, Thomas Gnielka, interpretado por André Szymanski, para descubrir y procesar a varios miembros de las SS que sirvieron en el campo de concentración y que en esa época vivían con toda normalidad desempeñando su actividad laboral y sin despertar las más mínimas sospechas sobre su escabroso pasado. Pero durante sus pesquisas Radmann tendrá que enfrentarse a la hostilidad de los diferentes poderes como al hecho de descubrir los horrores del pasado y en los que todo el mundo parece haber estado implicado de alguna u otra manera, generándose en él incluso las sospechas de que su propio padre, ya fallecido, haya colaborado con el nazismo.
Si bien, salvo Fritz Bauer, la mayoría de los personajes del film son ficticios, aunque inspirados en los protagonistas reales de aquella historia, pocas licencias más se ha permitido Giulio Ricciarelli, concibiendo un consistente relato que sigue las estrategias narrativas clásicas, aderezado con el romance que surge entre el protagonista y Marlene Wondrak (Frederike Becht) y una sólida puesta en escena en la que destaca su cuidada ambientación. Un film que se ve con interés y que, si en el terreno fílmico tampoco presente muchas novedades, en el temático viene con la voluntad de arrojar un poco más de luz sobre unos hechos que, en la actualidad, todavía siguen causando resquemor.
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[1] “Ante la historia y el presente: no reconciliados”, en Paisajes y figuras: perplejos. El Nuevo Cine Alemán (1962-1982), LOSILLA, Carlos y MONTERDE, José Enrique, Ediciones de la Filmoteca/Festival internacional de Cine de Gijón, Valencia, 2007, pág 56