Lo que iba a ser una noche festiva se convirtió en un inesperado acto político cuando, en pleno Festival Puro Latino en Arganda del Rey, el público lanzó insultos contra el presidente del Gobierno. Juan Magán, lejos de frenar el ambiente, les ofreció el micrófono y reconoció: “Yo no puedo decir esas cosas, pero…”.
La crispación política que vive nuestro país parece no tener límites, y ahora se ha colado también en los escenarios musicales. Este fin de semana, el Festival Puro Latino, celebrado en Arganda del Rey (Madrid), fue testigo de un episodio que ha encendido las redes sociales y reabierto el debate sobre el papel de los artistas en el actual clima de polarización. El DJ y cantante Juan Magán, uno de los cabezas de cartel del evento, decidió no solo no frenar los insultos contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, sino que llegó a amplificarlos al ceder el micrófono al público que gritaba "¡Pedro Sánchez, hijo de puta!".
Un gesto que muchos califican de irresponsable y que alimenta los discursos de odio, precisamente en un momento en que la política española afronta desafíos que exigen sensatez y altura de miras. La escena ha sido ampliamente difundida en redes sociales, donde se ve al artista sonriente, acercando el micrófono al público mientras se suceden los gritos ofensivos. Su única declaración durante ese instante fue un ambiguo: "Es que yo no puedo decir esas cosas, pero...", dejando el resto en manos de la multitud.
La peligrosa normalización del insulto en los espacios públicos
Lo que ocurrió en Arganda del Rey es un reflejo preocupante de cómo el enfrentamiento político se cuela incluso en espacios destinados al ocio y la cultura. El escenario de un festival, un lugar que debería ser símbolo de convivencia y disfrute común, se transformó en un altavoz de crispación y descalificación gratuita. Que un artista de la proyección de Juan Magán permita —y en cierto modo aliente— estas expresiones genera una peligrosa normalización del insulto en los espacios públicos.
Lo sucedido con Juan Magán no es un hecho aislado. En los últimos tiempos, ciertos sectores aprovechan cualquier escaparate para vehicular su descontento, incluso recurriendo al insulto. Pero cuando es el propio artista quien, en lugar de frenar o reconducir la situación, lo legitima, cabe preguntarse por la responsabilidad que asume ante su público y la sociedad.
La cultura tiene un enorme poder para construir comunidad y tender puentes. Sin embargo, cuando se convierte en plataforma para reforzar discursos destructivos, pierde su esencia transformadora y su capacidad de ser espacio de encuentro.