Segunda parte de la saga o serie juvenil creada por Veronica Roth, Insurgente se sitúa en medio de una resolución en dos partes. Esta condición intermedia se percibe demasiado en esta entrega, continuando con diversos elementos expuestos en la primera y abriendo otros tantos para las dos siguientes.
Tras ver Insurgente, la pregunta que surge es si no habría sido mejor haber unificado la primera y esta segunda entrega en una sola película. Si bien Divergente se ofrecía como una presentación de personajes, situaciones y espacios para sentar las bases futuras del desarrollo dramático de la serie, ahora, vista Insurgente, queda claro que hay una lógica interna que conecta ambas, y suponemos que las siguientes, al fin y al cabo estamos ante una historia global, que habría ganado en potencia dramática en su unión. Se percibe sobre todo en Insurgente, en la que realmente sobran muchos elementos que hacen que el metraje sea excesivo.
A pesar del cambio de director, en la primera Neil Burger, en la segunda Robert Schwentke, que se ocupará también de las dos siguientes, Insurgente mantiene una estética unificada, entendemos que de producción, que dota a la película de una cierta personalidad visual al apostar por una fotografía apagada y fría, casi sombría, que supone un perfecto correlato de la historia. Concebida visualmente en tonos blancos y negros, en el que cualquier atisbo de color opera como contraste, resaltado todo con el formato digital, Insurgente resulta impoluta, quizá demasiado. Los magníficos efectos especiales, que deslumbran en la segunda mitad de la película, hacen el resto para un acabado visual casi redondo que, sin embargo, no encuentra en la historia su mejor aliado. Porque Insurgente arrastra los problemas argumentales de la primera entrega, y posiblemente los extenderá a la siguiente.
Por supuesto, estamos ante una saga juvenil con un ideario comercial bien claro y marcado y llevarse una sorpresa a este respecto sería ingenuo. Y aunque se introducen elementos más o menos duros, la película desecha toda posibilidad de desarrollar de manera más convincente aquello que plantea. Los actores ayudan a dar consistencia y personalidad a la historia, pero todo resulta demasiado apresurado, esquemático. Aunque tampoco sea gran cosa, la saga de Los juegos del hambre está logrando llegar algo más lejos que esta, y eso que presentan no pocos elementos en común.
Como espectáculo la película funciona por partes, con intermedios dramáticos que no acaban de resultar buenos momentos de transición, quedando varados entre secuencias de acción que son, al fin y al cabo, lo que acaba dotando de fuerza a Insurgente. Sin embargo, teniendo en cuenta que estamos ante la parte de la saga en la que se produce de la rebelión, que cierra un primer bloque narrativo y abre un segundo lleno de incógnitas, la acción en Insurgente está más focalizada a los enfrentamientos personales que en el general entre facciones para derrocar al poder, el cual se produce de manera francamente simple. Habrá que esperar a ver la saga al completo para ver si hay un ritmo entero que dé más consistencia a la película, pero como obra independiente, no termina de funcionar en casi ninguno de sus aspectos.
Uno de los elementos más curiosos, o no tanto, de estas últimas sagas, reside en que están protagonizadas por mujeres, devenidas nuevas heroínas cuya construcción, procedente de los libros, posee un claro sentido empático con para las lectoras/espectadoras. Pero en Insurgente, así como en Divergente, lo llamativo es que todo se mueve alrededor de las mujeres, que son quienes tienen el poder desde diferentes puntos de vista. La posición masculina en ambas películas es digna de tener en cuenta, meros acompañantes de las mujeres. También es cierto que actrices como Shailene Woodley, Kate Winslet y Naomi Watts, se valen para eclipsar a sus compañeros de reparto. Pero queda la sensación que los tiempos de testosterona en el cine de acción han quedado, o lo están quedando, atrás.