El próximo 17 de octubre llega a los cines Hasta que me quede sin voz, el nuevo documental original de Movistar Plus+, dirigido por Lucas Nolla, Mario Forniés y Sepia. La película, presentada con éxito en el Festival de San Sebastián, retrata la historia más íntima y sincera de Leiva, una de las figuras más importantes del rock español contemporáneo. Lejos de ser una pieza de promoción, el documental ofrece una mirada honesta a su recorrido vital y artístico, desde la niñez marcada por un accidente que cambió su vida hasta el presente, en el que una lesión en las cuerdas vocales amenaza con silenciarlo.
La película comienza en la infancia de José Miguel Conejo Torres, nombre real de Leiva. El propio músico rememora, con una mezcla de pudor y ternura, su carácter “cafre” de niño y el suceso que lo marcó para siempre: cuando tenía trece años, un disparo accidental con una pistola de perdigones le dañó gravemente el ojo izquierdo, dejándole sin visión. Ese episodio, que él mismo ha relatado en entrevistas y ahora cobra una nueva dimensión en pantalla, sirve como metáfora de toda su trayectoria: un golpe que lo obligó a aprender a mirar de otra forma. Desde ahí, Hasta que me quede sin voz se construye como una historia de resiliencia, en la que la vulnerabilidad y el talento avanzan de la mano.
El documental, grabado durante más de dos años y compuesto a partir de más de 500 horas de material filmado por el propio Leiva y sus amigos, evita el formato tradicional del biopic. No hay entrevistas externas ni voces ajenas que expliquen al personaje: todo está contado desde su propia mirada. La cámara lo sigue en giras, en sesiones de grabación, en momentos familiares y en instantes de agotamiento o silencio. Lo muestra componiendo, dudando, riendo, y también cayendo. El resultado es un retrato realista, imperfecto y profundamente humano.
A medida que avanza el metraje, el espectador asiste a los distintos capítulos que construyen la biografía de Leiva. Se revisan sus comienzos en Malahierba, la banda adolescente que formó junto a su primo y que fue su primer contacto con el sueño del rock. De ahí, la historia da un salto a su etapa más conocida con Pereza, el dúo que compartió con Rubén Pozo y que lo catapultó al éxito a comienzos de los 2000. El documental muestra imágenes de archivo, ensayos y giras que reviven el fenómeno de aquella banda: el ascenso meteórico, los himnos generacionales y, también, la presión y los excesos que acabaron desgastando la relación entre ambos.
Leiva no rehúye hablar de lo que vino después: la ruptura de Pereza, la soledad del cambio, el vértigo de tener que empezar de cero como solista. En ese tránsito se deja ver al artista más introspectivo, menos protegido por la maquinaria del grupo y más consciente de sus límites. Hasta que me quede sin voz acompaña ese proceso sin artificios: muestra los pequeños escenarios de sus primeros conciertos en solitario, los días de estudio en los que dudaba de todo y el lento ascenso hasta consolidarse como una de las voces más reconocidas del pop-rock español.
Pero si la película comienza con una herida del pasado, en su segunda mitad aparece la herida del presente: una lesión en una de sus cuerdas vocales que condiciona por completo su vida. El documental revela que, para poder salir de gira, Leiva debe someterse a una operación que le permite seguir cantando, aunque el procedimiento le obliga después a pasar meses sin poder hablar. “Si me paso, me quedo sin voz”, dice el músico en uno de los momentos más duros de la cinta. No hay dramatismo impostado: lo que se muestra es la rutina de un artista que debe convivir con la incertidumbre de si su cuerpo resistirá su propio oficio. La voz, que fue siempre su herramienta, se convierte ahora en su frontera.
Leiva afronta ese desafío con una mezcla de miedo y determinación. El espectador lo ve en las consultas médicas, en los ensayos donde mide cada nota, en los silencios obligados tras una operación. El documental, sin embargo, nunca cae en el victimismo. Lo que se muestra es un ejercicio de honestidad y resistencia: la de un músico que sigue en pie, consciente de que cada concierto puede ser el último.
En paralelo, la película explora otras zonas menos conocidas de su biografía, como su relación con Joaquín Sabina, quien aparece en el documental como amigo, confidente y referente. La complicidad entre ambos traspasa la pantalla: Sabina representa una figura fraterna que ha acompañado a Leiva en distintos momentos, y su presencia aporta calidez y perspectiva generacional. También se abordan los problemas con el alcohol y la ansiedad, dos sombras que el propio Leiva ha reconocido públicamente. El documental lo muestra sin morbo: cansado, introspectivo, a veces derrotado, pero siempre con la guitarra cerca.
Otro de los ejes del documental es su gira mundial “Cuando te muerdes el labio”, así como la gestación de su último disco, Gigante. En esas secuencias, la cámara captura el día a día del trabajo artístico: los ensayos, las pruebas de sonido, la relación con los músicos y técnicos, las horas de carretera. El espectador asiste al funcionamiento interno de un proyecto musical de gran escala, pero también a la intimidad de un creador que se interroga constantemente sobre su oficio.
El resultado final es un retrato maduro, lejos del mito del rockero intocable. Hasta que me quede sin voz muestra a un hombre que, después de más de dos décadas de carrera, sigue preguntándose quién es cuando se apagan los focos. En lugar de construir una hagiografía, el documental se detiene en lo humano: la fatiga, la duda, la necesidad de silencio. Su tono poético y sobrio, sin narradores externos ni artificios, consigue lo que pocas películas musicales logran: mostrar la verdad detrás del ruido.
Leiva, que suma discos de platino, giras multitudinarias y un Premio Goya por su canción original para La llamada, se presenta aquí sin laureles, con la humildad de quien ha aprendido que la fragilidad también puede ser una forma de fuerza. El título del documental, Hasta que me quede sin voz, no es una metáfora ni una frase de efecto: es una declaración de principios. Porque, como demuestra cada minuto de esta película, Leiva seguirá cantando mientras la vida -y la voz- se lo permitan.
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