Avalada por varios premios como el de Mejor Opera Prima en el Festival de Berlín o el Premio Horizontes en el Festival de San Sebastián, Güeros es una fresca y sugerente “road movie” que narra el recorrido que emprenden dos hermanos y el amigo de uno de ellos por la Ciudad de México en busca de un rockero olvidado llamado Epigmenio Cruz.
Puede que tras el visionado de Güeros, la curiosidad provoque que más de uno acuda a Google para saber quien demonios es Epigmenio Cruz. Y encontrará que, salvo algún video sobre otro Epigmenio, la mayoría de las entradas hacen referencia a la película de Alonso Ruizpalacios. Y tampoco importa, aunque se cuente que una vez hizo llorar a Bob Dylan. Y es esa, precisamente, una de las ideas más sugerentes del film y que el cineasta articula con inteligencia, ya que cuando los dos hermanos escuchan el cassette con música de aquel, el espectador no solo no la oirá, sino que esos momentos son enfatizados por la ausencia de sonido en la propia banda sonora. Porque es ahí donde entra en juego la imaginación. No es lo mismo la idea que se puede hacer uno sobre la figura de un músico vanagloriado sin saber como suenan realmente sus canciones, a la que se produce si estas se escuchan. Ya que aquí entra el gusto personal que, si es negativo, hace que disminuya esa aureola mítica que envuelve al personaje. Es esa quizá una de las grandezas de personajes como el tenor Julian Gayarre, por poner un ejemplo sobre la marcha, a quien el escultor Mariano Benlliure consagró su monumento funerario en El Roncal. Del cantante no se conservan grabaciones a pesar de que aún sigue vigente la teoría de que podría existir alguna, aunque todavía siga sin aparecer, ya que las primeras técnicas de grabación datan de su época. De ahí la magia que desprende la figura de Gayarre, que nadie le ha oído, salvo sus contemporáneos, cuyos testimonios magnificando sus cualidades vocales siguen avivando nuestra imaginación. Y en este sentido este es uno de los aciertos más atractivos del film.
Porque a partir de esta premisa, aunque a más de uno le pueda traer alguna evocación del documental del malogrado Malik Bendjelloul, Searching for sugar man (2012), Ruizpalacios construye un relato sobre dos hermanos, Sombra (Tenoch Huerta) y Tomás (Sebastián Aguirre) quienes, acompañados por un amigo del primero, Santos (Leonardo Ortizgris) inician la búsqueda del enigmático Epigmenio Cruz, el hombre que pudo «haber salvado el rock nacional» según expresa Sombra en un momento dado. Al fin y al cabo esa es la única herencia que los hermanos han recibido de su padre fallecido, la música de un cantante a quien idolatraba y del que afirmaba que una vez había hecho llorar a Bob Dylan.
Pero esa búsqueda acaba trascendiendo más allá de la mitomanía, que es la que en cierta manera acercará a ambos hermanos, que hasta entonces mantenían una relación distante, transfigurándose su itinerario, que tiene lugar a lo largo y ancho de la Ciudad de México, en una suerte de viaje de iniciación en el caso del hermano menor, Tomás, y de aprendizaje para Sombra y Santos, ambos estudiantes universitarios. Un trío al que se le unirá Ana (Ilse Salas), también estudiante y una de las portavoces de la huelga estudiantil que mantiene paralizada la universidad.
Güeros es además un sugerente retrato generacional visto a través de cuatro seres que viven en la incertidumbre al ver un futuro poco alentador en una sociedad que parece desmoronarse. Si bien Ana se esfuerza por mantener sus convicciones dentro de un movimiento que le genera enfrentamientos con los suyos, Sombra y Santos parecen dejarse arrastrar por los acontecimientos. “Estamos en huelga de la huelga de estudiantes” dice uno de ellos en un momento dado. Hace tiempo que les han cortado la luz en su piso, y su actividad se reduce prácticamente a dejarse llevar por la inactividad. Quizá por eso, la visita de Tomás, quien llega de Veracruz por imperativo de su madre tras cometer su última trastada, con la casette de Epigmenio significa ese revulsivo que despierte a Sombra de su letargo, impulsándoles a iniciar una aventura urbana para tratar de localizar al rockero. Una aventura plagada de anécdotas y circunstancias que irá transformando no solo la relación entre ambos hermanos o entre Sombra y Ana, sino sus propias existencias.
Con una excelente fotografía en blanco y negro a cargo de Damián García, el film de Ruizpalacios, que en ocasiones puede traer reminiscencias del cine de Jim Jarmusch o incluso de Frances Ha (Noah Baumbach, 2013), es un trabajo ágil y fresco que viene impregnado por esa vocación experimentadora que salpica toda opera prima, aunque a veces posea lugares comunes con otras historias de similar naturaleza. Pero esto último aquí tampoco importa demasiado.