Hoy ha fallecido a los 88 años de edad el cineasta Vicente Aranda. Aunque de filmografía irregular, Aranda fue uno de los mejores directores de los años setenta y ochenta de nuestro cine. Incómodo e inquieto, arriesgado y sombrío, su mirada hacia la historia del país, el ser humano y las relaciones emocionales siempre fue abrupta, tan interesante y estimulante como discutible. Y precisamente es eso lo que hace que hoy nos haya dejado uno de los mejores directores de nuestro cine.


Vicente Aranda debutó en la dirección en 1965 con Brillante porvenir y, sobre todo, con Fata/Morgana, una de las mejores películas que representan la llamada “Escuela de Barcelona”. Pero Aranda llega al cine bastante tarde en comparación con sus compañeros de generación, pero, tras 25 largometrajes y series de televisión como Los jinetes del Alba y El crimen del capitán Sánchez, Aranda superó a mucho de ellos incluso a pesar de que sus últimos trabajos evidenciaron una clara decadencia.


Entre finales de los sesenta y mediados de los setenta, Aranda se movió en diferentes géneros buscando su identidad creativa: Las crueles, en el terreno del thriller; La novia ensangrentada, en el terror; Clara es el precio, en la comedia dramática. En todas ellas fue perfilando un estilo que eclosionó a finales de los setenta cuando la censura remitió y fue entonces cuando Aranda pudo ir más allá con películas como Cambio de sexo (1976) o La muchacha de las bragas de oro (1979) su primera adaptación de una novela de Juan Marsé, a quien recurrirá en el futuro en varias ocasiones.


La década de los ochenta suponen para Aranda un momento de esplendor creativo, moviéndose entre la televisión y el cine y entregando algunas de las mejores películas españolas del decenio, siempre desde el riesgo argumental y visual. En 1981 adapta a Manuel Vázquez Montalbán en Asesinato en el Comité Central y en 1984 a Andreu Martín en Fanny “Pelopaja”, regresando en ambos casos, aunque con diferentes perspectivas e inquietudes, al género del thriller. En 1986, en cambio, da un giro y consigue algo tan complicado como poner en imágenes la novela de Luis Martín Santos en Tiempo de silecio, arriesgada en todos los aspectos, discutible también, pero una de las más audaces propuestas del cine español de entonces.


Con Tiempo de silencio comienza una especie de ciclo revisionista del pasado reciente del país desde distintas miradas. Con El Lute: Camina o revienta y El Lute II: Mañana seré libre, de 1987 y 1988 respectivamente, realizadas para televisión y cine, parte del personaje para realizar algo más que una simple biografía, radiografiando toda una época. En 1989 vuelve a Marsé en Si te dicen que caí, visión de la postguerra cruda, directa y sin miramientos que todavía hoy sorprende por la falta de pudor de Aranda. Con Amantes, en 1991, consigue la que es posiblemente su obra maestra, otro thriller de contenido erótico que igualmente supone una mirada hacia una época a partir del género.


Los noventa, sin embargo, son una época irregular en su filmografía. En1992, recurre de nuevo a Marsé en la interesante aunque fallida El amates bilingüe, y con Intruso, en 1993, intenta recuperar el aire del thriller de manera irregular también. Su adaptación de Antonio Gala en La pasión turca no es demasiado lograda como tampoco lo era el original literario. Con Libertarias, en 1996, recupera el pulso como director gracias a una excelente puesta en escena. La mirada del otro y Celos, certifican que Aranda ha perdido fuerza.


Con Juana la Loca, en 2001, recupera algo de esa fuerza, si bien lo mejor de la película se encuentra en Pilar López de Ayala antes que en el trabajo del cineasta, el cual, en sus siguientes películas, busca pero no encuentra su lugar en el nuevo panorama del cine español, resistiéndose en su estilo, pero sin capacidad para ir más allá. Carmen, Tirante el Blanco, Canciones de amor en Lolita’s Club y Luna calienta, sus últimos títulos, son una muestra más que clara de ello.


Hoy ha fallecido a sus 88 años. Su legado cinematográfico es posiblemente irregular en su conjunto, pero magnífico en algunas etapas, peor en otras, pero lo cierto es que siempre mantuvo una posición personal, una mirada cruda y sombría a la realidad y al ser humano que sustentó gran pare de sus narraciones. Un cineasta con las ideas claras, con audacia y riesgo visual y expresivo. Uno de los grandes del cine español a pesar de todo.